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Además del fin de una guerra de medio siglo, lo más positivo que deja el proceso que probablemente termine este domingo con la victoria del Sí es el reverdecimiento del debate público y la participación ciudadana en la política.

Además del fin de una guerra de medio siglo, lo más positivo que deja el proceso que probablemente termine este domingo con la victoria del Sí es el reverdecimiento del debate público y la participación ciudadana en la política.

No se veía algo así desde la séptima papeleta de 1991: un
grupo de rock que lee en vivo las 297 páginas del acuerdo final por su sitio de
Facebook para miles de seguidores; artistas espontáneos que lo traducen en
animaciones e infografías que se vuelven virales por WhatsApp; medios de
comunicación, universidades, colegios y ONG volcados a la tarea de ilustrar la
discusión y dar razones por el Sí y por el No. Más allá de lo que pase el
domingo, la efervescencia alrededor del acuerdo ya logró quitarle el monopolio
del debate a la clase política, a la idea superada de que se trataba de un
cotejo entre el uribismo y el santismo.

Pero los teóricos de la era digital llevan años advirtiendo
que las mismas tecnologías que propician el debate lo hacen cada vez más polarizado.
Vivimos en cámaras de eco, construidas primorosamente por nosotros mismos y por
los algoritmos de Twitter y Facebook para oír sólo a personas que piensan como
uno. Si me guiara por lo que veo y oigo en mis redes sociales, tendría que
concluir que hay un consenso arrollador por el Sí, por la sencilla razón de que
quienes votaremos positivamente nos hemos seleccionado unos a otros a lo largo
del tiempo, así como lo han hecho los que votarán lo contrario.

Armados con la ilusión del respaldo cuasiunánime, unos y
otros corremos el riesgo de encararnos con menos consideración y civilidad. El
éxito del matoneo y la mendacidad de Donald Trump es sólo la punta del iceberg
de una transformación más amplia de la discusión pública, como explica Mark
Thompson, exdirector de la BBC y cabeza actual del New York
Times, en un librazo reciente (Enough Said). El discurso público corre el
riesgo de volverse “una pelea política a muerte, en la que está permitida
cualquier arma lingüística”, como parece creerlo María Fernanda Cabal.

En la Colombia del 3 de octubre en adelante, el riesgo es
poner a Clausewitz de cabeza: el posacuerdo dará fin a la guerra como extensión
de la política, pero podría abrir el camino a la política como extensión de la
guerra, ahora con armas discursivas. Afortunadamente, el acuerdo mismo trae
compromisos y herramientas promisorias para reformar el sistema político y
ampliar los espacios y las voces de la discusión. De hecho, el punto dos del
pacto, sobre participación política, sería en sí mismo una razón contundente
para votar por el Sí porque incluye las reformas pendientes desde 1991: mayor
acceso de los ciudadanos a emisoras comunitarias, protección de los movimientos
sociales pacíficos, participación ciudadana en decisiones económicas y sociales,
aliento a formación de nuevos partidos.

Allí está el germen para abrir nuestras cámaras de eco.
Habría que comenzar el mismo lunes.

De interés: Paz / Plebiscito / Proceso de paz

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