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DICE JUAN MANUEL SANTOS QUE LA cuña de su campaña en la que alguien imita la voz del presidente Uribe, llamando a votar por él, no es otra cosa que «pura picardía».

DICE JUAN MANUEL SANTOS QUE LA cuña de su campaña en la que alguien imita la voz del presidente Uribe, llamando a votar por él, no es otra cosa que «pura picardía».

DICE JUAN MANUEL SANTOS QUE LA cuña de su campaña en la que alguien imita la voz del presidente Uribe, llamando a votar por él, no es otra cosa que «pura picardía».

Tiene toda la razón; es justamente eso: una manera de obrar hábil, maliciosa y engañosa, que es como el diccionario define la palabra “picardía”. Si el candidato Santos hubiese querido ser aún más explícito, habría usado la palabra “viveza”, que es más criolla y más coloquial que la palabra “picardía” y que, en esencia, significa lo mismo.

Alberto Lleras Camargo decía que el vivo es un tipo que “resuelve todos sus problemas, e invita a los demás a resolverlos, por medios que están apenas al borde de la ley, y en ocasiones por debajo de la ley penal, pero en un sitio que no es fácil de descubrir. El vivo es, esencialmente, quien ha inventado todo género de trucos para burlarse del Estado…”.

El problema con la definición de Lleras Camargo es que sólo tiene en cuenta a los gobernados, es decir, a la gente de a pie, no a quienes gobiernan, ni a la clase política, que es maestra en el arte de la viveza; un arte que se ha perfeccionado en los últimos años, sobre todo durante el gobierno que Santos quiere prolongar. No tengo que hacer el repaso de todos los escándalos que han pasado en este gobierno para mostrar que la malicia en el uso del derecho ha sido algo recurrente.

Conviene alertar sobre los peligros de la picardía, sobre todo cuando son los gobernantes los que la practican. Para ello es necesario entender cómo funciona. El gobernante pícaro no es el tirano que desconoce todas las reglas. Por el contrario, su habilidad consiste en cumplir con las leyes para poder violarlas mejor. Utiliza el papel sellado y las notarías, pero sus documentos certifican el robo y el fraude. La celada del pícaro consiste en interpretar y aplicar las formas del derecho, como decía Lleras Camargo, “en el borde y por debajo de la ley”, de manera tal que, en ese malabarismo, consiga lo que se propone.

Es así como la campaña del candidato Santos no viola, en estricto sentido, la norma que le prohíbe al Presidente participar en política. Sin embargo, al utilizar a un imitador para hacerle creer a la gente que es el Presidente el que habla, la campaña consigue que los ingenuos, creyendo obedecer a Uribe, voten por Santos, que es lo mismo que se habría conseguido violando directamente la norma.

Pero la peligrosidad del pícaro está en que obtiene mucho más que eso: no sólo consigue violar la ley sino que logra aparecer como si no lo hiciera. Ese es su arte; alcanzar todos los objetivos posibles, los legales y los ilegales, en una sola jugada. Ser ladrón y policía al mismo tiempo; honrar la ley y obtener el botín del delito. Para los pillos este es el mejor mundo posible: conseguir lo indebido sin dejar de aparecer como señores respetables. Por eso, por estafadores y por solapados, es que son doblemente peligrosos, sobre todo cuando gobiernan.

Con la palabra “picardía” Santos no sólo define a la perfección el sentido de su campaña y el de su eventual gobierno, sino que demuestra por qué tiene credenciales de sobra para sentirse el fiel depositario de las mayorías políticas que han gobernado este país durante estos ocho años aciagos.

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