La receta de Tocqueville
Mauricio García Villegas Septiembre 23, 2017
|
Una reforma judicial no sirve de mucho mientras no haya cambios profundos en las costumbres judiciales y, más concretamente, en el talante moral de los magistrados.
Una reforma judicial no sirve de mucho mientras no haya cambios profundos en las costumbres judiciales y, más concretamente, en el talante moral de los magistrados.
Alexis de Tocqueville decía que la suerte de los países dependía de tres cosas: las circunstancias (físicas e históricas), las costumbres y las leyes. Para Tocqueville, las costumbres (moeurs, en francés) eran “los hábitos del corazón”, algo así como el talante moral con el que se aborda el mundo social. Esto es lo que hoy, en las ciencias sociales, llamamos cultura, o dimensión cultural. De estas tres condiciones, la más importante es, según Tocqueville, la costumbre (cultura), porque moldea la sociedad con más firmeza que las circunstancias o las leyes. Muchos estudios recientes han corroborado esta idea, con la salvedad de que hablan de un cuarto elemento, que es la igualdad relativa entre las personas, que Tocqueville tal vez desestimó por tener en mente a Francia y Estados Unidos, dos países en donde la igualdad iba en claro aumento.
Siendo así, un país tiene que poner todo su empeño en incidir en las costumbres, a través de estrategias como la educación, el fomento del espíritu cívico y la cultura ciudadana. Esto no significa que el derecho sea irrelevante, de ninguna manera, sino que las normas jurídicas son poco efectivas cuando no están acompañadas de cambios en las costumbres.
Digo todo esto pensando en el escándalo de la Corte Suprema de Justicia y en la reciente captura del exmagistrado Francisco Ricaurte. La primera reacción ha sido exigir una reforma a la justicia. Yo mismo dije algo de eso en mi columna de la semana pasada. Y no hay duda de que esa reforma, tantas veces frustrada por los mismos magistrados, se necesita. Pero, pensando en la receta de Tocqueville, esa reforma legal no sirve de mucho mientras no haya cambios profundos en las costumbres judiciales y, más concretamente, en el talante moral de los magistrados.
¿Cómo lograr eso? Hay que empezar por los abogados, que son la base profesional de la justicia. Lo primero es introducir dos tipos de control en la profesión jurídica: un examen de Estado riguroso, para igualar su formación antes de que empiecen a trabajar, y una colegiatura obligatoria que los organice y discipline. Estas dos medidas existen en todas las democracias consolidadas. Lo segundo es conseguir una mejoría sustancial en la ética profesional, en la formación jurídica y en la calidad de los profesores. Algunos decanos, conscientes de ello, dieron esta semana un paso en este sentido y publicaron un comunicado en el que reconocen su “responsabilidad académica, ética y política en la formación de los y las abogadas”, y se comprometen “en la reconstrucción de una justicia digna, accesible y transparente en Colombia”. Esta es una iniciativa muy importante, porque el mal funcionamiento de la justicia tiene mucha relación con los males de la profesión jurídica, que empiezan por la mala calidad de la gran mayoría de las facultades de derecho.
En Colombia hemos utilizado la receta opuesta a la que recomienda Tocqueville. En lugar de darle importancia a la cultura (al talante moral de los abogados, en este caso), solamente pensamos en reformas jurídicas. Repito, no es que haya que abandonar el derecho; es que hay que acompañarlo de cambios culturales. La combinación de, por un lado, mejoría en el talante moral de los abogados y, por el otro, controles efectivos para los corruptos, produce un círculo virtuoso que ayuda a consolidar el cambio.
Esto es particularmente cierto cuando se trata de cambiar el derecho y sus prácticas judiciales. Es un asunto de sentido común: cuando la vida del derecho está en crisis, tal vez no hay que pensar tanto en resolver el asunto con una reforma jurídica, sino más bien con una reforma cultural o, mejor aún, con ambas cosas.