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Bloomsday

Tumba del escritor irlandés James Joyce en Zürich, Suiza. | Jacques Bopp, Unsplash

La historia del arte está plagada de censura. Ulises, del irlandés James Joyce, estuvo prohibido por más de diez años y fue juzgado en tres ocasiones por obsceno.

La historia del arte está plagada de censura. Ulises, del irlandés James Joyce, estuvo prohibido por más de diez años y fue juzgado en tres ocasiones por obsceno.

Hoy, 16 de junio, es el  Bloomsday en Dublín, Irlanda. Se celebran las 24 horas en la vida dublinesa de Leopold Bloom, el protagonista del Ulises del autor irlandés James Joyce. Esta novela de talla universal tiene infinitas contribuciones a la literatura que van desde su musicalidad, hasta su compleja y milimétrica estructura, pero el orgullo de haber gestado al Ulises, el encuentro que cada 16 de junio le ofrece un pueblo a su novela, no ha sido siempre una constante. El libro estuvo prohibido por más de diez años y fue juzgado en tres ocasiones por obsceno.

La obra se empezó a publicar por entregas en The Little Review y en 1920 fue suspendida por un juez en respuesta a una demanda de la Sociedad Neoyorquina para la Supresión del Vicio. Solo iba por la mitad, con lo que ni siquiera había rastro del conocido y osado monólogo de Molly Bloom, la esposa adúltera. Además de quemarse ejemplares en EE. UU. como si fuera la inquisición, o estuviéramos ante la ira de fundamentalistas colombianos, también se prohibió en el discreto Reino Unido. Se consideró entonces denigrante pornografía, un libro impúdico, lascivo, sórdido, degradante, y sin ningún mérito literario.


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La historia del arte está plagada de censura. Bástenos recordar algunos ejemplos no tan lejanos como la prohibición de presentar la película La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese, por lo cual la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al Estado chileno en 2001. En un Festival Iberoamericano de Teatro en Colombia también hubo jóvenes que salieron a tirarle piedras a una obra de teatro brasilera que se llamaba Teledeum, donde una hamburguesa representaba la hostia. Y ¿Cómo no habría de caerse en la tentación de prohibir la historia del hombre que se enamoró de su hijastra de 12 años, en Lolita, de Vladimir Nabokov?

Pero toda esta censura es mala estrategia para impedir el acceso al arte. Tarde o temprano la prohibición se convertirá en garantía si se trata de grandes obras. Así, mientras en EE.UU. y en Inglaterra lo censuraban, Joyce conseguía que Sylvia Beach, la librera de Shakespeare & Co., lo publicara en París y le abriera el camino para convertirla en la novela maestra que es hoy.

La prohibición del Ulises en Estados Unidos duró hasta 1933 cuando un juez ilustrado, empático y poseedor de una gran biblioteca, decidió leer las casi 800 páginas del libro y no sólo concentrarse en las partes que el fiscal consideraba impúdicas. El juez John M. Woolsey, quien ya había autorizado la publicación de unos tratados médicos de salud sexual absurdamente censurados, dijo: “Es un comentario poderoso sobre la vida de hombres y mujeres… soy consciente de que debido a algunas escenas, Ulises es un trago bastante fuerte para algunas personas sensibles pero normales. No obstante, tras mucho pensarlo, opino que si bien en algunas partes el efecto del Ulises sobre los lectores es sin duda un poco vomitivo, en ninguna tiende a ser afrodisíaco. Por lo tanto puede admitírselo en Estados Unidos”.

La misma semana en que Woolsey autorizara a las librerías norteamericanas vender el Ulises de Joyce, se revocó la prohibición del alcohol en Norteamérica. Así que hoy, tanto el Ulises como el alcohol gozan de muy buena salud. Es claro que con el tiempo, al menos en Occidente, la censura del arte ha ido cediendo, pero aún nos queda una urgente reflexión sobre la necesidad de mantener prohibiciones o proponer formas más sostenibles de lidiar con lo que consideramos vicios.

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