La suerte de la rana
César Rodríguez Garavito Octubre 30, 2015
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A solo un mes de la cumbre mundial sobre cambio climático en París, los humanos vamos como la proverbial rana de la olla: flotando en el agua que se calienta lentamente, sin percatarnos de que estamos a punto de hervir.
A solo un mes de la cumbre mundial sobre cambio climático en París, los humanos vamos como la proverbial rana de la olla: flotando en el agua que se calienta lentamente, sin percatarnos de que estamos a punto de hervir.
El símil se aplica, en general, a la impavidez irracional de nuestra especie ante la calamidad que se avecina, la mayor que hayamos causado o enfrentado. Como el agua en la olla, la temperatura del planeta sube paulatinamente, pero ya los científicos avistan el punto de ebullición. De seguir quemando carbón, petróleo y otros combustibles fósiles al ritmo actual, pasaremos de largo la marca de los dos grados de calentamiento global que los especialistas y la comunidad internacional fijaron como límite en la cumbre de Copenhague en 2009. Más allá de ese nivel nos espera la suerte de la rana: la sexta extinción masiva de especies (entre un 25% y un 50% de las existentes, en una escala sin paralelo desde la quinta, que se llevó a los dinosaurios), la desaparición de ciudades costeras y países-isla, el desplazamiento forzado de millones de personas, la escasez de agua y de comida y una larga lista de dilemas existenciales que les estamos legando a las siguientes generaciones.
La solución ha sido formulada varias veces por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático. Habría que saltar de la olla mediante un acuerdo global que disminuya drásticamente las emisiones de carbono y las lleve a cero a mediados de siglo, lo que precisaría sustituir la energía de combustibles fósiles con energías limpias como la solar y la eólica.
Pero ya está claro que ese no será el pacto que saldrá de París. Por razones que no caben en esta columna, el acuerdo que se está cocinando es una colección de metas de reducción de emisiones que cada país promete a su antojo y medida. El Gobierno colombiano anunció un recorte del 20% de las emisiones en el territorio nacional para 2030, aunque al mismo tiempo le apuesta a que el país siga siendo uno de los principales exportadores de carbón, que otros quemarán y compensará los recortes prometidos.
Incluso si todos los países cumplen las metas anunciadas (lo que es dudoso porque no se creará una autoridad que las haga valer), los científicos estiman que el calentamiento estará en un rango entre 2,7 y 3,5 grados a finales de siglo. Es posible que no haya acuerdo en absoluto, porque cada quien está jugando a que los otros se quemen primero. Los países ricos quieren evadir el compromiso de Copenhague de aportar 100.000 millones de dólares anuales para que los pobres enfrenten los efectos del calentamiento global; las potencias emergentes como India reclaman su turno de crecer al calor de combustibles fósiles; países como Colombia, que han vivido de estos, se enredan en su situación contradictoria; los países-isla piden fondos para evacuar a su población a naciones vecinas.
Entre tanto, la mayoría de ciudadanos del mundo seguimos como la rana. Y hay que recordar que las ranas se están extinguiendo, víctimas tempranas del sexto colapso masivo de especies sobre el planeta, y el primero causado por una de esas especies.
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