La verdad sobre la cigüeña
Mauricio Albarracín Febrero 24, 2016
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El sexo fue protagonista de las noticias la semana pasada.
El sexo fue protagonista de las noticias la semana pasada.
Pero no fue cualquier sexo. Fue el sexo del escándalo, del morbo, del
abuso de poder, de la repugnancia. La presentación del video de la
conversación con contenido sexual entre el exsenador Carlos Ferro y el
capitán Anyelo Palacios fue un acto que reveló la pobreza de nuestra
opinión pública sobre la sexualidad.
Como gay, siempre he
defendido nuestros derechos y el acto de “salir del clóset” como un
gesto de liberación. También, desde esta columna y como activista, he
denunciado la violencia de la Policía contra las personas LGBT,
especialmente contra las personas más vulnerables de este grupo social.
Por eso, cuando leo las noticias sobre “La Comunidad del Anillo”, no
deja de parecerme paradójica toda la situación. Al parecer se trata de
un grupo hombres que usaban sus posiciones de poder para tener sexo
coaccionando a otros hombres. Se ha denunciado que se trata de oficiales
y congresistas, ambos miembros de instituciones que se han destacado
por actuar en contra de los derechos de la población LGBT: la Policía
con la violencia y el Congreso con su actitud homofóbica en reconocer
los derechos. No tengo nada que defender frente a una red de abuso
sexual. No me interesa defender policías corruptos o politiqueros en
líos. Tampoco quiero referirme a si este video debió publicarse. Mi
interés es entender el pánico moral que desató este escándalo y el daño
colateral a los derechos de las personas LGBT.
Esta investigación
llevaba varios meses en desarrollo, pero tomó un rumbo político distinto
cuando el Procurador saltó a la palestra para denunciar que tenía un
video que demostraría la existencia de “un video, el cual no solo sería
una de las pruebas de la supuesta red de prostitución masculina
denominada periodísticamente ‘La Comunidad del Anillo’, sino que también
involucraría a ciertos miembros del Congreso de la República, en
complicidad con algunos oficiales de la Policía Nacional”. Minutos
después, el video fue revelado por La FM y el escándalo llegó al clímax.
La opinión pública olvidó las graves denuncias de enriquecimiento de
los generales, el posible conflicto de intereses del General Palomino
respecto a su empresa de transporte o las denuncias de actividades
ilegales de inteligencia contra periodistas. En las redes sociales, un
grupo importante de personas hablaba sobre la asquerosidad y repugnancia
del sexo gay. De hecho, la portada de la Revista Semana tituló
“POLIGAYTE” para denominar la situación. Un hecho desafortunado porque
Semana ha tenido una línea editorial clara en defensa de los derechos
LGBT. Me preguntó ¿qué hace tan especial lo “gay” en este debate? ¿La
portada de Semana hubiera sido igual si se tratará de un escándalo que
involucrara a heterosexuales? ¿Por qué seguir enfatizando en lo “gay”?
¿No es acaso una investigación sobre corrupción y abuso sexual?
La
presencia de sexo entre hombres en estas investigaciones contra la
Policía ha tenido un impacto en los niveles de homofobia y
desinformación. Basta ver las redes sociales para darse cuenta de la
ansiedad y repugnancia que despertó esta discusión. Tengo varias
conversaciones sobre este nebuloso efecto. Por ejemplo, una amiga
cercana me comenta: “¿crees que esté quedando la sensación de homosexual
igual a ladrón, falso o criminal?”. Otro amigo me dice: “creo que esto
va a desatar una cacería de brujas contra los gais”.
Este video
envenenó las aguas de la discusión pública y tuvo a otro damnificado:
las personas LGBT. No puedo dejar de pensar que este escándalo es el
dispositivo perfecto para aquellos que buscan reafirmar que el sexo es
igual al pecado y que el sexo gay es el peor pecado, uno que además es
destructor y corruptor. Y por arte de magia allí estaba el Procurador
anunciando que tenía en su poder el famoso video. ¿Tiró la piedra y
escondió la mano?
Al día siguiente, Alejandro Ordóñez anuncia que
está en contra de la educación sexual en preescolar y primaria. Aquí
está la clave de muchos de estos debates: los mismos que están
obsesionados con el sexo sólo quieren que se hable de él como escándalo.
No quieren que en nuestras escuelas se aprenda sanamente sobre la
sexualidad. Esto trae a mi mente algo sobre la educación en casa: mi
mamá es profesora de primaria y cuando era niño me acercó a la educación
sexual con un libro que se llamaba “La verdad sobre la cigüeña”, donde
se desarrollaba un argumento natural y sincero sobre la sexualidad y la
reproducción. La educación sexual ayuda a desmitificar el sexo y hablar
de él como algo humano y sin doble moral.
Seguir ocultando la
sexualidad hace que nuestra opinión pública sea más vulnerable a no
poder distinguir la paja del trigo en debates como los que estamos
enfrentando. Los escándalos sexuales en sociedades pacatas son poderosas
armas que nos recuerdan que la falta de educación hace que los
poderosos jueguen mejor sus cartas y muevan fácilmente sus oscuros
intereses.