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Voz del pueblo

Es cierto que hay símbolos que no merecen estar de pie. El problema es cómo determinamos cuáles son. | Ernesto Guzmán, EFE

El sueño de todo político es ser la voz del pueblo. Muchos de ellos no solo sueñan con eso, sino que pretenden haberlo conseguido. Pero, ¿acaso existe algo así como la voluntad del pueblo?

El sueño de todo político es ser la voz del pueblo. Muchos de ellos no solo sueñan con eso, sino que pretenden haberlo conseguido. Pero, ¿acaso existe algo así como la voluntad del pueblo?

El sueño de todo político es ser la voz del pueblo. Muchos de ellos no solo sueñan con eso, sino que pretenden haberlo conseguido. ¿Pero acaso existe algo así como la voluntad del pueblo? ¿Acaso es posible identificar una opinión popular clara y única? Jean-Jacques Rousseau sostenía que sí y escribió un pequeño libro en el que dice haber demostrado tal cosa. Luego vinieron otros, como Marx y Schmitt, que desde los extremos del espectro político dijeron lo mismo.

Sin embargo, el hecho cierto es que la voluntad del pueblo no existe: ni en los pequeños poblados suizos de los que hablaba Rousseau, ni mucho menos en un país con la diversidad que hoy tenemos. Claro, todo sería mucho mejor, más transparente y más legítimo si esa voluntad existiera. Pero no es así y la ilusión de creer lo contrario lleva al despotismo y a silenciar a las minorías. Para evitar eso se inventó el sistema representativo en el que las diferencias se resuelven por el voto mayoritario.

Tengo la impresión de que cada vez hay más discípulos de Rousseau: gente convencida de que sus convicciones son las verdades del pueblo. Tal vez eso se deba a que las cosas no andan bien y a que los gobiernos hacen poco o nada por remediarlas; viene entonces la impaciencia de algunos, el deseo de bloquear el curso normal de la vida y de destruir los bienes públicos. Veamos por ejemplo lo que ocurre con la práctica de tumbar estatuas. Es cierto que hay símbolos que no merecen estar de pie. El problema es cómo determinamos cuáles son.

En 1976 los estudiantes de la Universidad Nacional en Bogotá derribaron la estatua del general Santander, ubicada en la plaza central del campus, y pintaron la efigie del Che Guevara. Muchos se sienten bien representados por este símbolo revolucionario, pero otros no. El hombre de las leyes también fue excluido de la Facultad de Derecho, en cuyo portón principal se dibujó la imagen de Camilo Torres. Algunos estarán de acuerdo, otros no. Yo, por mi parte, dije alguna vez que eso de tener a un revolucionario como símbolo de una facultad de leyes no me parecía una buena idea. No pretendía, ni pretendo, encarnar la voluntad general. Lo que dije, y lo que digo, es que la Universidad Nacional es mucho más diversa y plural de lo que se suele creer.

¿Qué pasaría si algunos inconformes deciden hoy, con el mismo espíritu roussoniano, borrar la imagen de Guevara? No lo sé, pero estoy seguro de que ello causaría un gran malestar en muchos. Mi argumento es que por esta vía la sociedad se vuelve insostenible: cada cual, convencido de que su verdad es la de todos, no oye, ni argumenta, ni negocia, solo impone. No estoy especulando: cada vez es más probable que la violencia de los inconformes con el régimen actual sea respondida con una violencia simétrica por parte de los que nada quieren que cambie. Sobra, pero lo agrego: nada de lo que he dicho implica una descalificación de la protesta pacífica, ni de la democracia participativa.

Soy consciente de que todo esto parte de la ilegitimidad de la democracia representativa y de sus partidos. Pero la solución a la crisis de la democracia no es, como creen algunos, la no democracia, sino la mejor democracia. No hay que tirar al bebé con el agua sucia de la bañera, reza el dicho. Lo que hay que hacer por ahora (tal vez luego sea necesario inventar nuevas instituciones democráticas) es elegir un buen Congreso. Aunque hay legisladores muy buenos, estos no superan la tercera parte del cuerpo electoral. Ojalá fueran la mitad. Si conseguimos eso, podremos resolver de manera inteligente nuestras diferencias y quizás también evitar la guerra civil.


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