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Proteger el ámbito de lo no-político como un ámbito sagrado (para ponerlo en los términos de Antanas Mockus) es preservar la voz de la sociedad civil, que es una voz humana, esencial e inajenable. | EFE

Dos tipos de amenaza se ciernen hoy contra esa voz: el asesinato como forma de acallar a los que piensan distinto y la destrucción del andamiaje institucional que está plasmado en la Constitución. En ambos casos hay que salir a marchar.

Dos tipos de amenaza se ciernen hoy contra esa voz: el asesinato como forma de acallar a los que piensan distinto y la destrucción del andamiaje institucional que está plasmado en la Constitución. En ambos casos hay que salir a marchar.

Hay buenas ideas que terminan siendo corrompidas por su éxito. Una de ellas es la célebre afirmación de Michel Foucault de que todo saber es poder, la cual sirvió de inspiración para que las feministas dijeran que todo lo privado es político. Hay mucho de cierto en eso, pero también hay mucho de exageración. Ni todo el conocimiento es político ni tampoco lo es todo lo que está en el ámbito privado.

Cuando Hannah Arendt escribió sobre el juicio de Eichmann, el famoso criminal nazi, no puso el acento en la maldad del acusado y en el sufrimiento inefable del pueblo judío, sino en la inhumanidad de esos crímenes, pero los sobrevivientes del holocausto y eruditos israelitas, como Gershom Scholem, la acusaron de falta de patriotismo y de ser insensible frente al sufrimiento padecido por el pueblo judío. Cuando Nelson Mandela fue presidente, apoyó al equipo nacional de rugby, conocido como los Springboks, compuesto en su mayoría por jugadores blancos y visto por muchos negros como un símbolo del apartheid, pero los líderes y activistas negros que pasaron años en prisión por haberse opuesto al apartheid lo acusaron de deshonrar sus luchas y de ser indolente frente a su sufrimiento del pueblo negro.

En estos casos hay un esfuerzo por despolitizar la infamia; por mostrar que el genocidio y el racismo no hacen parte del debate político y por eso implican una condena más fundamental, profunda y universal que la condena partidista o patriótica. No es fácil hacer esto porque el amor por la patria o por el partido suele ser más fuerte que el amor por la humanidad.

Digo todo esto para diferenciar la “marcha del silencio” que tuvo lugar el domingo pasado de las marchas que han sido convocadas por el Gobierno. Ambas son legítimas, pero las segundas son marchas políticas mientras que la primera no lo es. Alguien me dirá que la del silencio también lo es porque todo lo público es político y, además, porque fue convocada por el Centro Democrático. No lo creo. El atentado contra Miguel Uribe no hace parte del juego político, mucho menos del debate democrático. Es un hecho atroz que todos deberíamos condenar con independencia de nuestras afiliaciones partidistas o ideológicas. No importa que haya sido convocada por la derecha. En casos como este no hay que hacer cálculos políticos tales cómo “¿a quién beneficia electoralmente la marcha?”, o “¿cómo afecta el buen desempeño de mi partido?”. El convocante, las personas que asisten, la posible instrumentalización de la marcha, todo eso me parece irrelevante, o casi. Lo que cuenta es el motivo atroz, inhumano, que la inspira y por eso, si el día de mañana el Pacto Histórico organiza una marcha para protestar contra el asesinato de uno de sus miembros (ojalá que no ocurra) creo que hay que salir a marchar igualmente.

El fortalecimiento de la democracia en Colombia, lo he dicho muchas veces en esta columna, depende de que la izquierda democrática denuncie los crímenes de la extrema izquierda con la misma fuerza que denuncia los de la extrema derecha, y que la derecha democrática denuncie los crímenes de la extrema derecha con la misma fuerza que denuncia los de la extrema izquierda.

Proteger el ámbito de lo no-político como un ámbito sagrado (para ponerlo en los términos de Antanas Mockus) es preservar la voz de la sociedad civil, que es una voz humana, esencial e inajenable. Dos tipos de amenaza se ciernen hoy contra esa voz: el asesinato como forma de acallar a los que piensan distinto y la destrucción del andamiaje institucional que está plasmado en la Constitución. En ambos casos hay que salir a marchar.

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