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Tratar de forma distinta a la violencia sexual en el marco del proceso de paz se justifica porque ha sido un delito invisible como ningĂșn otro.

Tratar de forma distinta a la violencia sexual en el marco del proceso de paz se justifica porque ha sido un delito invisible como ningĂșn otro.

“Tantas veces me mataron, tantas veces me morĂ­, sin embargo estoy aquĂ­, resucitando”. Es la primera frase de una hermosa canciĂłn que solo tuvo sentido para mĂ­ cuando MarĂ­a Eugenia RamĂ­rez, una feminista ferviente, la puso a sonar antes de empezar la reuniĂłn en el Ministerio del Interior sobre programas de protecciĂłn a mujeres. Estaba haciendo un homenaje a AngĂ©lica Bello, una lideresa que dĂ­as atrĂĄs se habĂ­a supuestamente suicidado. 

AngĂ©lica habĂ­a sido desplazada en varias ocasiones, violada por dos hombres por hacer reclamos al gobierno, y sus hijas esclavizadas sexualmente por el paramilitar MartĂ­n Llanos. Pero ella siguiĂł ahĂ­, nunca callĂł, denunciĂł pĂșblicamente, fundĂł una organizaciĂłn y promoviĂł la protecciĂłn a vĂ­ctimas de violencia sexual y de desplazamiento forzado.

La siguiente frase de la canciĂłn era aĂșn mĂĄs punzante: “Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal porque me matĂł tan mal
 y seguĂ­ cantando.” El auditorio estaba conmovido porque en su mayorĂ­a eran mujeres vĂ­ctimas de violencia sexual que a pesar de la guerra y las desgracias, seguĂ­an ahĂ­, cantando. 

En todos estos años que he trabajado con personas víctimas de esta guerra colombiana, en su mayoría mujeres, hay un sentimiento dentro de mí que no ha cambiado. Es esa sorpresa ante la insospechada fortaleza que tienen los seres humanos para sobrellevar la desgracia, fuerza interna que llaman resiliencia. Este concepto antes usado en la física para describir la aptitud de un material de resistir, ser flexible y volver a su estado original, hoy es aplicado por los psicólogos para describir la capacidad de las personas de, a pesar de las tragedias, ficha a ficha rearmar la vida y continuar haciendo esas pequeñas cosas de la rutina, como levantarse de la cama, tomar una ducha y servirse un café sin falta cada mañana.

Las vĂ­ctimas sobrevivientes de violencia sexual son el ejemplo propio de la resiliencia. EstĂĄn dispuestas a levantarse cada mañana y a construir desde las regiones la anhelada paz. Falta que el gobierno dĂ© de su parte y les cuente cĂłmo va a tratar a este delito en el proceso de paz. OjalĂĄ tenga en cuenta que la violencia sexual, aunque igual de grave a otros delitos, es distinta por al menos tres razones: primero, es un tipo de violencia que se comete mayoritariamente contra las mujeres por el hecho de ser mujeres. Segundo, ha sido invisible porque, entre otros motivos, no hay otro delito de esa sistematicidad donde por cuestiones culturales a las vĂ­ctimas les dĂ© tanta vergĂŒenza y culpa denunciar -AngĂ©lica fue la excepciĂłn-. AllĂ­ el Estado no ha hecho lo suficiente para romper con ese silencio y, al contrario, en ocasiones hasta ha reproducido prĂĄcticas machistas donde o no investiga, o no tiene en cuenta el relato o culpa a la misma vĂ­ctima de la violaciĂłn. Y tercero, ser invisible ha desencadenado en los altos Ă­ndices de subregistro e impunidad que hoy tenemos.

Por supuesto no es posible medir el dolor de los crĂ­menes, no existe una jerarquĂ­a que nos diga cuĂĄl es peor o menos peor. La tortura, la violaciĂłn sexual, la desapariciĂłn o el desplazamiento pueden ser igual de insoportables. Pero en la violencia sexual estas tres caracterĂ­sticas justifican un trato diferenciado en cuestiones de responsabilidad y memoria que se dirija a romper con el silencio histĂłrico y acabar con la impunidad. OjalĂĄ el gobierno tenga en cuenta la voz de estas sobrevivientes que seguirĂĄn denunciando, y pidiendo justicia y verdad, aunque se las haya enterrado por años “bajo la tierra”.

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