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ESTA SEMANA SE CUMPLIERON 30 años del fallido golpe militar del 23 de febrero de 1981 en España, más conocido como el golpe del 23-F.

ESTA SEMANA SE CUMPLIERON 30 años del fallido golpe militar del 23 de febrero de 1981 en España, más conocido como el golpe del 23-F.

ESTA SEMANA SE CUMPLIERON 30 años del fallido golpe militar del 23 de febrero de 1981 en España, más conocido como el golpe del 23-F.

Muchos recordamos cuando el coronel Antonio Tejero se tomó, pistola en mano y frente a las cámaras de la televisión, el Congreso de los Diputados y cuando algunas horas más tarde, el Rey Juan Carlos lo desautorizó e impuso el orden constitucional. Ese acontecimiento cambió la historia de España e hizo de esa nación el país moderno y desarrollado que es hoy.

No obstante la importancia de este hecho, aquí la noticia pasó desapercibida y yo pienso que ese silencio noticioso es, para nosotros los colombianos, más significativo que la noticia misma. Me explico.

Lo primero que muestra ese silencio es la falta de interés que los colombianos tenemos por España. La Independencia, claro, y los horrores de la Conquista, explican nuestro desapego por la Madre Patria. Pero no lo justifican. Los latinoamericanos nos metimos la mentira de que con la expulsión de los españoles habíamos quedado en una especie de infancia nacional, inocente y libre, a partir de la cual podíamos crear la sociedad y el país que se nos antojara. Nos pusimos entonces a importar instituciones, modas y costumbres, con la ilusión de reproducir, en el trópico, las sociedades prósperas y desarrolladas que veíamos en Europa y en el norte de América. Pero en esa imitación tuvimos (y seguimos teniendo) más desengaños que logros y ello se debe, en buena parte, a que nos equivocamos en el juicio que hicimos de nuestro punto de partida: no había tal infancia inocente y dócil en los primeros años de la Independencia. Al contrario, éramos una sociedad huérfana, sin rumbo, dividida y anclada en la cultura patriarcal, autoritaria y desigual que los españoles dejaron cuando se fueron.

El hecho fue que el mundo moderno que importamos de Europa y del norte de América, con sus constituciones, sus discursos y sus valores, fue incapaz de prosperar en una sociedad que todavía palpitaba con el alma castellana y que terminó siendo incluso más medioeval, más católica y más señorial que la que encontraron los españoles cuando regresaron a su tierra natal, luego de la Independencia. De ahí viene nuestra esquizofrenia; nuestra incapacidad para resolver esa tensión entre dos personalidades: la de nuestras intenciones, plasmadas en códigos y proclamas, y la de nuestras costumbres, ancladas en la tradición, las jerarquías sociales y las estructuras de dominación.

Con el descubrimiento de América, el Medioevo tuvo una segunda oportunidad histórica para sobrevivir y expandirse. Lo malo para nosotros es que ese Medioevo, que en el siglo XV estaba agonizando en casi toda Europa, no se fue del todo cuando expulsamos a los españoles; más aún, todavía sobrevive en buena parte del campo colombiano, en la arrogancia señorial de muchos de nuestros dirigentes (sobre todo los que son terratenientes) y en el individualismo indómito de buena parte de los colombianos.

La España de hoy tiene muy poco que ver con la que vino a América en el siglo XV. Desde el golpe fallido del 23-F, España es un país moderno, desarrollado y bien integrado a las demás naciones europeas. El espíritu señorial, sectario y religioso de la época imperial terminó cediendo frente a los impulsos liberales de la Europa moderna. Nosotros en cambio, seguimos enchufados en no pocas de las taras religiosas, sociales y políticas que caracterizaron a la España de los Reyes Católicos.

Definitivamente, es más fácil contagiarse de la modernidad cuando uno tiene a Francia de vecino que cuando tiene a Venezuela (y ellos a nosotros).

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