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ESTA SEMANA SE AGUDIZARON LAS tensiones entre el presidente Santos y el expresidente Uribe. Según los medios, lo que causó esta vez el deterioro fueron las declaraciones de Uribe al diario La Tarde de Pereira, en donde dijo que el Gobierno actual lo quería graduar de corrupto.

ESTA SEMANA SE AGUDIZARON LAS tensiones entre el presidente Santos y el expresidente Uribe. Según los medios, lo que causó esta vez el deterioro fueron las declaraciones de Uribe al diario La Tarde de Pereira, en donde dijo que el Gobierno actual lo quería graduar de corrupto.

ESTA SEMANA SE AGUDIZARON LAS tensiones entre el presidente Santos y el expresidente Uribe. Según los medios, lo que causó esta vez el deterioro fueron las declaraciones de Uribe al diario La Tarde de Pereira, en donde dijo que el Gobierno actual lo quería graduar de corrupto.

No dudo de la gravedad de esa afirmación, pero me parece que fueron mucho más duras las palabras de Santos, pronunciadas también esta semana, según las cuales en el país hay dos manos negras que están al acecho; una es la mano negra de la extrema izquierda y la otra es la mano negra de la extrema derecha. Santos identificó plenamente a la primera cuando dijo que se trataba de las Farc; sobre la segunda, en cambio, sólo dio algunas señas particulares: “Es aquella que no quiere que se reparen las víctimas, la que no quiere que se restituya la tierra a los campesinos, la que también quiere exagerar la inseguridad para decir: este país es un caos”. Son sólo señas, es verdad, pero me da la impresión de que el presidente Uribe y muchos de los que lo siguen acompañando, se sintieron identificados.

Pero más que poner de presente el deterioro (ya casi insostenible) de las relaciones entre los dos mandatarios, lo que quiero señalar aquí es la importancia que tienen las palabras de Santos. No porque digan algo nuevo, algo que no supiéramos, sino porque simplemente dicen la verdad y eso, en un país tan acostumbrado a la simulación, es muy valioso.

Nuestra tendencia a fingir lo que no somos, o no tenemos, se acentuó durante el gobierno pasado, cuando el presidente Uribe no sólo nos vendió la idea de que aquí no había conflicto armado, sino de que su política de gobierno no era ni de izquierda, ni de derecha. En esta doble negación, que pone a los disidentes políticos como simples terroristas, se delata un rasgo genuino de la extrema derecha: su intolerancia autoritaria. La misma que tiene la extrema izquierda, pero con un contenido inverso.

En su declaración de esta semana Santos revesa lo dicho por Uribe: ratifica la existencia del conflicto armado y admite que la extrema derecha es tan peligrosa como la extrema izquierda. Decir esto en un país acostumbrado a creer que los malos sólo están del lado de la guerrilla, es algo muy importante. El día en que la sociedad colombiana haga con la extrema derecha lo que hizo algunos años atrás (gracias en buena parte al mismo Uribe) con la extrema izquierda, es decir, pararse en la raya y rechazarla de plano, la solución del conflicto armado estará más cerca.

Lo que pasa es que la extrema derecha es menos fácil de identificar que la extrema izquierda, empezando porque ella misma suele negar (simular) su propia condición. Mientras en la izquierda siempre ha habido líderes locuaces y arrogantes, que justifican la violencia contra el régimen, en la derecha predomina el silencio solapado.

El reconocimiento de la extrema derecha en Colombia es, además, un paso importante para la creación de una derecha democrática y responsable. Así como el país necesita de una izquierda democrática que se deslinde de la guerrilla y la repruebe con la misma fuerza que condena a los paramilitares, también necesita de una derecha democrática y responsable que rechace a los paramilitares con la misma fuerza que lo hace con la guerrilla.

Para llegar allí necesitamos salir de ese estado de simulación en el que hemos vivido durante tanto tiempo. El reconocimiento que hizo Santos esta semana de las dos manos negras que acechan a Colombia es un primer paso en ese sentido.

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