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Después de haber arrasado con sus competidores y con casi todas las demás especies, hoy el principal enemigo del ser humano es él mismo.

Después de haber arrasado con sus competidores y con casi todas las demás especies, hoy el principal enemigo del ser humano es él mismo.

Una pareja intenta rescatar su vehículo arrastrado hacia el mar el 3 de septiembre de 2017, en los Cabos, Baja California Sur, en el noroeste de México, debido a la tormenta tropical Lidia. EFE/Cristian Mendoza

Por estos días estoy leyendo los libros de Yuval Noah Harari (Sapiens y Homo Deus) que se han vendido por millones alrededor del mundo en los últimos dos años. Hay muchas cosas importantes en esos libros y muy probablemente hablaré de ellas en otras columnas. Por ahora solamente quisiera señalar las impresiones más generales que me deja la lectura.

Según Harari, para entender lo que somos, lo que nos pasa y lo que nos espera, tenemos que adoptar una visión de largo plazo. Una mirada que vaya más allá del origen de las civilizaciones, más allá de la longue durée, que preconizó Fernand Braudel, y más allá incluso del inicio de la escritura y de la historia. Ese largo plazo empieza con la lucha del homo sapiens por sobrevivir, unos 70.000 años antes de Cristo. Allí se inicia su ascenso imparable en el orden natural: sin tener la fuerza, agilidad o velocidad de otros animales, el homo sapiens se impuso a todas las demás especies y, por allá en el 14.000 antes de nuestra era, logró domesticar plantas y animales que le sirvieron para reproducirse en grandes cantidades y copar los cinco continentes.

¿Cómo fue posible semejante triunfo? Gracias a la fantasía, dice Harari. A su capacidad para inventar historias extraordinarias, de dioses, reyes, códigos, países, etc., y para creer que esos inventos no eran lo que eran (fantasías) sino realidades. Con la imaginación, nuestros antepasados pudieron hacer lo que otras especies no lograron: crear lazos de solidaridad y colaboración entre millones de individuos. Los elefantes o los chimpancés forman grupos cerrados, en donde todos se conocen y por eso no superan los 100 o 120 miembros. El homo sapiens, en cambio, forma grupos de miles y hasta de millones de individuos que no se conocen, pero que comparten una ficción (un dios, un Estado, una ley) que los ata. Un musulmán que, digamos, viaja de Egipto a Canadá y se encuentra con otros musulmanes de inmediato se siente en casa y colabora con ellos como si estuviera en El Cairo. Eso lo puede hacer por el mito religioso que comparte con ellos.

Sin embargo, la historia del homo sapiens puede terminar en un final vertiginoso y banal de autodestrucción. Después de haber arrasado con sus competidores y con casi todas las demás especies, hoy el principal enemigo del ser humano es él mismo. Vivimos en el mejor mundo que hemos tenido (muere menos gente por hambre que por comer demasiado; las guerras se están acabando; empieza a haber más suicidios que homicidios; la tecnología nos ahorra tiempo, etc.), pero no sabemos cómo resolver los problemas que tenemos: calentamiento global, sobrepoblación, deterioro del poder regulador de los Estados, extinción de la fauna y la flora, dispersión de las armas nucleares, pérdida del trabajo por causa de la inteligencia artificial, etc. Para solucionar esos problemas se requiere de una gran solidaridad y cooperación planetaria y no tenemos una ficción de dimensiones globales que nos sirva para crear esa colaboración. Las ficciones que tenemos, como el patriotismo, las religiones y la economía, son todas parciales y generan más egoísmo y división que otra cosa.

Quisiera terminar haciendo un comentario sobre el autor. Los grandes intelectuales del futuro serán personas, como Harari, que tienen la capacidad de abordar problemas globales a partir de un caudal de conocimiento que combina ciencias duras, como la biología y la neurociencia, con ciencias humanas y sociales como filosofía, economía, antropología, derecho y ciencia política. Estos intelectuales no solo superan las fronteras nacionales, sino también las fronteras disciplinarias.

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