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El poder moral de la Iglesia podría ayudar a apaciguar los ánimos belicosos de las grandes potencias y a vislumbrar un mundo más pacífico y armonioso. |

La historia de la humanidad, en términos generales, ha sido moldeada por hombres, muchos de ellos exaltados, belicosos, vengadores y sedientos de gloria.

La historia de la humanidad, en términos generales, ha sido moldeada por hombres, muchos de ellos exaltados, belicosos, vengadores y sedientos de gloria.

Si usted no ha visto Cónclave, la película dirigida por Edward Berger (actualmente en salas) y quiere verla, tal vez es mejor que no lea esta columna, ya que podría estropearle la buena dosis de suspenso que hay en ella.

Cónclave trata de muchas cosas: las fisuras de la fe, la lucha por el poder al interior de la Iglesia, el progreso enfrentado a la tradición, las pasiones humanas, la estética de la monarquía, etc. Todo eso es más o menos explícito y ha sido abordado por innumerables libros y películas. Pero hay un asunto que Cónclave aborda sutilmente y que se me antoja el más esencial y original. Me refiero al papel de las mujeres en ese mundo de hombres emperifollados.

En medio del ritual del cónclave, de las votaciones, las intrigas y los escándalos, las monjas van y vienen, ponen todo en orden, alimentan a los príncipes de la Iglesia y observan lo que pasa con una compostura de ceja levantada. La última escena enfoca desde lo alto de una ventana a un trío de monjas que charlan y se ríen mientras salen por una puerta hacia un patio, como mostrando el lado humano del teatro vaticano.

Al final de la película se elige a Benítez, un cardenal desconocido hasta ese momento, que se hace notar por su mensaje de amor y concordia. Una vez elegido, Lawrence, el decano del cónclave, descubre que el nuevo papa nació siendo un hermafrodita (intersexual, dicen hoy). ¿Será que su espíritu conciliador, el mismo que convence a los demás cardenales de elegirlo, está jalonado por la feminidad que lleva adentro? Eso fue lo que yo pensé.

La historia de la humanidad, en términos generales, ha sido moldeada por hombres, muchos de ellos exaltados, belicosos, vengadores y sedientos de gloria. Esos machos, por razones evolutivas y culturales, han configurado un mundo que privilegia la ambición, la competencia, la polarización y la violencia como recurso para resolver los conflictos. Las mujeres, por su lado, por razones biológicas y culturales están, también en términos generales, más dispuestas a negociar, a encontrar una solución de consenso y a socorrer a los débiles, pero su visión del mundo y de la sociedad ha sido diezmada por hombres dominantes que las han excluido de las posiciones de poder y de muchos otros espacios. Las cosas han cambiado en el último medio siglo, sin duda, pero no lo suficiente.

Personajes como Putin, Trump, Xi Jinping, Mohammad bin Salman, los ayatolas de Irán, Elon Musk, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg y Bill Gates han contribuido a crear un mundo a la imagen de sus emociones de machos dominantes. La Iglesia católica, por supuesto, no se libra de esa tendencia; por el contrario, tal vez no existe una institución de influencia semejante que haya conseguido subordinar a las mujeres de manera tan aplastante como lo ha hecho el Vaticano.

Pero las cosas, repito, están cambiando, y es posible que en unas cuantas décadas las mujeres sean tratadas de manera igual a los hombres y que tengamos papas mujeres. Ojalá. En un mundo en el que las instancias de regulación global, empezando por el derecho internacional, se han debilitado, sería muy importante que eso ocurriera. El poder moral de la Iglesia podría ayudar a apaciguar los ánimos belicosos de las grandes potencias y a vislumbrar un mundo más pacífico y armonioso.

Me imagino un mundo de mujeres papas, rabinas, ayatolas, matriarcas y gurúes capaces de crear un “concilio humanista global” que ponga a tambalear a los machos dominantes que se quieren repartir el planeta. Sí, lo sé, estoy soñando, pero para eso son las películas.

De interés: Papa / Religión / cónclave / monjas / vaticano

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