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Necesitamos insistir que ningún usuario de drogas debe ser tratado como delincuente y que la mayoría distan del estereotipo que nos han pintado.

Necesitamos insistir que ningún usuario de drogas debe ser tratado como delincuente y que la mayoría distan del estereotipo que nos han pintado.

La prohibición mundial de algunas drogas ha creado imágenes distorsionadas de los usuarios de estas sustancias, basadas en la idea errónea de que las drogas son en sí mismas adictivas. Algunas campañas de prevención de consumo reflejan más estereotipos sobre los consumidores que información sobre el uso de sustancias. Son  excesivas las respuestas punitivas hacia consumidores, justificadas en la necesidad de castigar a los usuarios y hacerles sentir vergüenza de su incapacidad para autorregularse.

Muchas personas tienen en mente la imagen del consumidor de sustancias psicoactivas (SPA) como una persona poco productiva para la sociedad, vaga y  perezosa. Esta imagen se deriva de la teoría de la farmacodependencia que pregona que las drogas son tan poderosas que al primer uso nos volveremos adictos.

Mediante una serie de experimentos el psicólogo Bruce Alexander desmintió la teoría, demostrando que no son las sustancias en sí mismas la causa de la adicción, sino la falta de condiciones suficientes de bienestar y conexión emocional con el entorno. En un sentido similar, el médico Gabor Mate concluyó que el consumo problemático de sustancias está determinado por la exclusión, el aislamiento y las experiencias traumáticas en la infancia y adolescencia.

La teoría de la farmacodependencia no es solo incorrecta, sino que además ignora nuestra condición humana. El psicofarmacólogo Ronald K. Siegel, tras 20 años de investigación sobre sustancias que alteran el estado de conciencia, concluye que el impulso para intoxicarse es el «cuarto impulso”, similar al que tenemos por la comida, el sueño y el sexo, y que muchos derivan experiencias satisfactorias y tranquilas al actuar sobre este impulso, como sucede con todos los demás.

Las cifras de Naciones Unidas muestran que las personas que desarrollan patrones de dependencia a las drogas son apenas una minoría del universo de consumidores a nivel global. En 2013, había en el mundo 246 millones de usuarios de SPA (exceptuando el alcohol y el tabaco), de los cuales solo 27.4 millones (11%) eran usuarios problemáticos. Es decir: el 89% de las personas que consumen drogas ilegales lo hacían de forma ocasional y recreativa, sin que eso significara un problema para sus vidas.

En un reciente fallo, la Corte Suprema de Justicia absolvió a un soldado regular, que había sido condenado por llevar consigo 50 gramos de marihuana. La nota de prensa en la página de esa institución se tituló “Los drogadictos son enfermos, no delincuentes”. El avance de la sentencia consiste en que ratifica lo que por años se ha insistido sobre las respuestas que el Estado debe dar al consumo de SPA: abordarlo como un tema de salud pública que no incumbe al sistema penal. Sin embargo, también hay un retroceso, pues los argumentos de la Corte perpetúan la idea de que todo uso es inevitablemente abusivo, sin distinguir los diferentes consumos y sustancias.

El grupo de consumidores no problemáticos es casi invisible ante una sociedad que insiste en creer que las personas que consumen drogas necesariamente desarrollarán dependencia. Esos usuarios paulatinamente empiezan a salir del clóset psicoactivo, gracias a iniciativas como las de Échele cabeza cuando se dé en la cabeza, organización de la sociedad civil que brinda información a mayores de edad sobre SPA. Su presencia en festivales de música tiene una creciente acogida, y en lo que va del 2016 han recibido 412 muestras para análisis de sustancias. Esto es un reflejo de un universo de usuarios que desconocemos, responsables y precavidos – dentro de las posibilidades de responsabilidad que permite un mercado ilegal –.

Entre el 19 y 21 de abril se celebrará en Nueva York la Asamblea Mundial de Drogas (UNGASS 2016), convocada por los gobiernos de Colombia, México y Guatemala como un esfuerzo para visibilizar el fracaso de la guerra contra las drogas. Es necesario aprovechar esta coyuntura para seguir destruyendo los mitos que ha creado la prohibición, y transitar hacia una política pública de drogas basada en evidencia, y no en miedos infundados.

De interés: Drogas / Ungass

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