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En los últimos años, varios trabajos académicos han alterado la discusión sobre la igualdad social porque, con información empírica sólida, permiten formular cinco tesis poderosas, que justifican que países como Colombia adopten un pacto social por la igualdad.

En los últimos años, varios trabajos académicos han alterado la discusión sobre la igualdad social porque, con información empírica sólida, permiten formular cinco tesis poderosas, que justifican que países como Colombia adopten un pacto social por la igualdad.

En columnas previas he comentado algunos de esos textos. En esta columna sintetizo las cinco tesis que se desprenden de ellos.

Uno: las sociedades más igualitarias tienen mejores resultados sociales en casi todos los campos que los países desiguales: tienen mejor salud física y mental, mayor esperanza de vida, más confianza interpersonal, menos homicidios y personas presas, etc. Eso lo mostró el libro The spirit level, de Wilkinson y Pickett, y lo reitera el texto de Stiglitz El precio de la desigualdad.

Dos: las sociedades muy desiguales carecen de movilidad social, como lo sustentan los trabajos del economista Miles Corak y el libro de Stiglitz. En un país muy desigual es muy baja la probabilidad de que un pobre llegue a ser rico gracias a su talento y esfuerzo.

Tres: las desigualdades económicas fuertes tienen además consecuencias políticas graves, pues tienden a traducirse en desigualdades políticas que erosionan la democracia y el Estado de derecho, como lo documenta Stiglitz.

Cuatro: en el mundo contemporáneo la desigualdad económica entre las personas se ha incrementado enormemente y ello deriva de tendencias profundas del capitalismo contemporáneo, como lo ha mostrado el libro de Thomas Piketty. El capitalismo, abandonado a sí mismo, tiende a concentrar el ingreso y la riqueza.

Las primeras tres tesis muestran que las fuertes desigualdades económicas son indeseables pues, fuera de que suelen ser injustas y acaban la movilidad social, tienen además resultados sociales negativos y deterioran la democracia. Vale la pena entonces esforzarse por lograr una cierta igualdad económica. Pero infortunadamente la tesis cuatro lleva al pesimismo, pues muestra que existen fuerzas económicas que acentúan la desigualdad, en vez de reducirla. Sin embargo, existe una quinta tesis que nos evita caer en el fatalismo.

Según esa quinta tesis, el incremento de la desigualdad no se debe sólo a dinámicas económicas. Responde también a razones políticas pues, como lo documenta Stiglitz, en las últimas décadas los Estados han adoptado políticas e instituciones que favorecen a los más ricos. Pero eso mismo muestra que la desigualdad no es una fatalidad. Puede ser revertida si se adoptan las reformas institucionales y políticas apropiadas. Y todos estos autores presentan diversas propuestas muy sugestivas en esa dirección. Pero reconocen que esas reformas no llegarán solas, pues requieren una voluntad política que impulse su adopción.

Y aquí entra la Cepal, con su “trilogía de la igualdad”, que son tres publicaciones recientes que retoman este debate y proponen que en América Latina desarrollemos pactos sociales para la igualdad. Una propuesta de obvia relevancia y que merece ser debatida en un país tan desigual como Colombia.

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