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A LA ENTRADA DE LA PASTELERÍA Arlequín en Bogotá, hay un letrero que dice: “Comer y beber unen cuerpo y alma”.

A LA ENTRADA DE LA PASTELERÍA Arlequín en Bogotá, hay un letrero que dice: “Comer y beber unen cuerpo y alma”.

A LA ENTRADA DE LA PASTELERÍA Arlequín en Bogotá, hay un letrero que dice: “Comer y beber unen cuerpo y alma”.

Me acordé de esa frase esta semana cuando leí el libro Las recetas de mis amigas, de Cecilia Faciolince de Abad (Sello Aguilar). Este es un libro sobre los afectos, tanto como un libro de recetas. Buena parte de las más de seiscientas preparaciones que aparecen en el libro están precedidas de una pequeña nota escrita por la autora sobre la persona que le regaló la receta: cómo la conoció, quién es, qué le gusta de ella, etc. También es un libro biográfico que cuenta, a través de un cuaderno de recetas cuya elaboración duró más de sesenta años, pasajes de la vida de Cecilia Faciolince, de sus hijos, de sus amigas y de sus grandes afectos.

Claro, este no es el primer libro que vincula el buen comer con el amor y la amistad. Pero su originalidad radica en que esa unión espiritual que logran los amigos en la mesa no aparece aquí como una exaltación del acto mismo de cocinar, o de comer, sino como una celebración de lo que sucede antes de eso, durante el intercambio de recetas; cuando los amigos hablan de los sabores y los olores de los platos que piensan preparar cuando se vuelvan a encontrar.

Sólo voy a destacar dos virtudes, de las muchas que encuentro en este libro. En primer lugar, la mirada femenina de los afectos. Como es universalmente sabido, las madres manifiestan su amor por medio de la comida; pocas cosas le complacen tanto a una mamá como ver a uno de los suyos degustar un plato hecho por ella. Esta característica femenina se presenta de manera redoblada en Antioquia, la tierra de Cecilia Faciolince, una región en donde los hombres tenemos una incapacidad particular para manifestar el amor y quizá también por eso, para cocinar. Siempre he creído que, a causa de esa incapacidad varonil, en Antioquia las mujeres desarrollan un talento especial para conversar y para querer. El libro de Cecilia Faciolince es un ejemplo maravilloso de este talento doble. Muchos de los textos del libro que preceden a las recetas están redactados como cartas íntimas de amor y afecto, en el lenguaje tierno de una abuela inteligente.

En segundo lugar, destaco la generosidad de la autora con la propiedad intelectual de las recetas. Quienes nos dedicamos a las ciencias sociales somos unos plagiadores de profesión. Casi todo lo que decimos sobre la justicia, la cultura, la sociedad, la libertad, la democracia o el Estado, lo hemos aprendido de alguien, lo hemos leído en algún libro o nos lo han explicado en alguna conferencia. No obstante, escribimos con la soltura de quien descubre la Ley de la Gravedad. Nunca reconocemos que nuestras ideas son simples reacomodamientos de conceptos acumulados en 25 siglos de civilización occidental. El libro de Cecilia Faciolince es todo lo contrario. Cada receta, cada procedimiento, cada plato tiene su reconocimiento, como si las ideas allí consignadas fueran valiosas obras de arte que algún día le fueron confiadas a la autora por sus amigas. Pero aunque Cecilia Faciolince no reclama nada como suyo, el lector descubre que, en medio de todo, las ideas de este libro pertenecen a ella más que a nadie, incluso más que a la sumatoria de todas sus amigas.

Me parece que este es un buen libro para regalar en Navidad. Después de todo, en esta época, más que en ninguna otra, los amigos y la cocina, como el comer y el beber, unen el cuerpo y el alma.

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