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En su Tratado de la naturaleza humana (1739) David Hume cuenta el siguiente episodio entre dos campesinos:

En su Tratado de la naturaleza humana (1739) David Hume cuenta el siguiente episodio entre dos campesinos:

“Su cosecha de trigo madura hoy, la mía madurará mañana. Es
provechoso para ambos que yo trabaje hoy con usted y que usted me ayude
mañana. Pero yo no siento ningún aprecio por usted y estoy seguro de que
usted tampoco siente aprecio por mí. Así las cosas, me tienen sin
cuidado sus asuntos. Si hoy trabajo para usted esperando que usted haga
lo mismo conmigo, estoy seguro de que no obtendré su gratitud cuando mi
cosecha esté pronta. Resultado: dejo que usted trabaje solo y espero que
usted me trate con la misma moneda. La estación cambia y ambos perdemos
nuestras cosechas por la falta de confianza mutua y seguridad”.

Este
caso sencillo muestra cómo la gente no siempre valora bien lo que le
conviene. La antipatía que el campesino A siente por el campesino B le
nubla su entendimiento y lo conduce a perder su cosecha. Si ambos
campesinos se hubiesen ayudado, a pesar del rencor que se tienen,
habrían salvado sus cosechas. Más aún, si eso hubiese ocurrido, en el
futuro y gracias a esa experiencia colaborativa, es probable que cada
uno hubiese terminado mejorando la opinión que tiene del otro. Esto
demuestra que así como la desconfianza desencadena un círculo vicioso
(usted me cae mal; creo que me va a hacer daño; por eso lo trato mal y
por eso usted me hace daño y por eso usted me cae mal) la confianza crea
un círculo virtuoso (usted me cae bien, creo que no me hará daño, por
eso lo trato bien y usted me trata bien y por eso usted me cae bien).

Digo
todo esto pensando en el discurso del ministro Juan Fernando Cristo
esta semana en el Congreso, donde se lamentó del odio y la mezquindad
que esgrimen los opositores al proceso de paz. Tal vez el ministro tenga
razón en denunciar a sus contradictores, pero no creo que pueda evitar
que a él y a su Gobierno se les acuse de lo mismo. Hay que reconocer,
sin embargo, que en materia de aborrecimientos ha sido el uribismo el
que ha contribuido con la mayor parte.

El hecho es que este
intercambio de odios puede conducir al fracaso de las negociaciones o,
en su defecto, al fracaso del posconflicto. Para sacar adelante un
proyecto de pacificación nacional se necesita un mínimo de confianza
entre las partes involucradas. Sin ese mínimo todo puede fracasar y el
resultado final puede ser que todos salgan perjudicados, incluidos
aquellos que se oponen al proyecto de pacificación.

Este problema
no se soluciona con un llamado a la hermandad o al amor entre los
contrincantes. Eso lo pueden intentar las religiones en sus comunidades.
Pero en una sociedad grande, compleja y multicultural como la nuestra,
hay que encontrar una solución intermedia entre el amor y el odio. Esa
solución es el respeto. La antipatía no excluye el respeto. Más aún,
respetar a quien le cae a uno mal no es malquererlo menos o empezar a
estar de acuerdo con él. Es tan solo reconocerlo como persona y estar
dispuesto a entablar un diálogo franco con él, si es necesario.

Para
volver a los campesinos de Hume, el cultivador A no tiene que dejar de
despreciar a B para tomar la decisión de ayudarle con su cosecha, solo
tiene que saber que con esa ayuda ambos saldrán beneficiados. Uno de los
contrasentidos de este proceso de paz es que mientras finalmente el
Gobierno y las Farc lograron sentarse a negociar, las dos cabezas
visibles del Gobierno y de la oposición (Santos y Uribe) se odian y no
se hablan. Tal vez es que no se dan cuenta de que si cada uno colabora
con el otro (sin dejar de sentir la antipatía que siente el uno por el
otro) ambos pueden salir ganando.

De interés: 

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