Los colados de Transmilenio
Mauricio García Villegas mayo 9, 2015
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EN TODAS LAS SOCIEDADES HAY UN porcentaje de individuos que viola las normas. Ese porcentaje suele ser menor al 1% cuando se trata de delitos como el homicidio, el robo o la agresión física; y rara vez es mayor al 10% cuando se trata de normas ciudadanas, como el respeto de la fila o del semáforo.
EN TODAS LAS SOCIEDADES HAY UN porcentaje de individuos que viola las normas. Ese porcentaje suele ser menor al 1% cuando se trata de delitos como el homicidio, el robo o la agresión física; y rara vez es mayor al 10% cuando se trata de normas ciudadanas, como el respeto de la fila o del semáforo.
Pero lo pequeño no quita lo dañino. En una ciudad en donde el 10% de los conductores viola las normas de tránsito la circulación se vuelve un caos, y si el 5% se dedica a robar, ni hablemos.
El porcentaje de colados en Transmilenio puede estar llegando al 5%, lo cual es enorme. ¿Qué está pasando? Suele haber tres explicaciones. La primera sostiene que los colados son unos vivos que se aprovechan de la falta de castigo. La segunda estima que los colados son unos rebeldes que se oponen a un servicio malo y caro, y la tercera piensa que los colados son unos incultos que no saben vivir en sociedad. Estas tres explicaciones tienen, a mi juicio, una idea demasiado simple del problema, pero cada una señala algo que es relevante. Me explico.
La gran mayoría de los transgresores son vivos o rebeldes con bajos índices de cultura cívica. Los vivos buscan un beneficio personal mientras que los rebeldes la emprenden contra la autoridad. Pero vivos y rebeldes no siempre tienen una voluntad clara, constante y bien definida. Una misma persona se puede comportar como vivo en un momento, como rebelde en otro, e incluso como cumplidor en otro más. Alguien que se cuela en Transmilenio probablemente no lo haría en el Metro de Medellín y debe haber más de un medellinense que se cuela cuando viene a Bogotá. Así pues, el vivo y el rebelde son, por lo general, más espontáneos que intencionales. Eso se debe a que las razones por las cuales la gente desobedece están menos en sus intenciones que en otra parte.
Esa otra parte es el contexto. La transgresión depende mucho de circunstancias tales como el buen servicio, la limpieza, el orden, la presencia de autoridad y la reciprocidad. Esto último es fundamental: la gente cumple cuando ve que los demás cumplen (y viceversa). Nada le hace tanto mal a Transmilenio como la sobre-exposición mediática del 5% que se está colando. Cuando alguien tiene la percepción de que muchos violan la norma y se salen con la suya, se siente “el bobo del paseo”. Por eso son importantes las campañas de cultura cívica. Ellas le ayudan al ciudadano obediente a no sentirse un bobo aislado, sino parte de una mayoría orgullosa que respeta las normas y denuncia a los infractores. Todo esto contribuye a infundir vergüenza en los colados y, eventualmente, a convertirlos en cumplidores.
La vergüenza es más efectiva que la cárcel. En las sociedades ordenadas los mismos individuos se encargan, con el reproche cívico, de aislar a los infractores; la policía solo interviene en casos extremos. Pero en Colombia, un país que tiene bajísimos niveles de confianza en la policía, en lugar de apostarle a una ciudadanía capaz de auto-controlarse, le entregamos toda la tarea de control social a ese policía. Y claro, como luego vemos que esa solución no funciona, pedimos más represión.
En síntesis, una política integral para enfrentar el problema de los colados debe incluir tres cosas: sanciones a los infractores (multas, no cárcel); mejoramiento del servicio y campañas de cultura cívica.
El problema en Bogotá es que los gobiernos de izquierda tienen demasiada tolerancia con el desorden que generan los colados y como no creen en la cultura ciudadana, terminan reprimiendo, cuando ya es demasiado tarde. La derecha, por su lado, tampoco cree en la cultura ciudadana y piensa que la única manera de lograr orden es, desde el inicio, con represión.