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EN LAS SOCIEDADES QUE TIENEN herencia latina, como la nuestra, existe un gusto particular por las discusiones abstractas.

EN LAS SOCIEDADES QUE TIENEN herencia latina, como la nuestra, existe un gusto particular por las discusiones abstractas.

EN LAS SOCIEDADES QUE TIENEN herencia latina, como la nuestra, existe un gusto particular por las discusiones abstractas.

Se piensa que los debates que merecen la pena son los generales y que los asuntos concretos están hechos para mentes poco exigentes. Esta idea está particularmente arraigada en el derecho y en la política. Los grandes pensadores del derecho público, por ejemplo, se interesen mucho por la teoría de la democracia y muy poco por el derecho electoral.

Pero en esto se equivocan. La suerte del sistema democrático depende, en buena medida, de los procedimientos minuciosos y muchas veces tediosos que se encuentran plasmados en las normas electorales. Por eso es tan importante la elección de los miembros del Consejo Nacional Electoral (CNE) que tendrá lugar la semana que viene.

Nuestro sistema electoral tiene muchos problemas, empezando por el carácter anacrónico y desordenado de sus normas. Pero quizás el mayor de todos se encuentre hoy en el diseño excesivamente político que tiene el CNE. Los expertos en este tema —como Pablo Santolaya— sostienen que mientras mayor es la desconfianza electoral que existe en una sociedad, es decir, mientras mayor es la corrupción de la clase política, mayor debe ser la independencia de las autoridades electorales con respecto a los partidos políticos.

En Colombia pasa lo contrario: no obstante los elevadísimos riesgos de corrupción electoral que tenemos, existe un CNE compuesto exclusivamente por políticos (se les llama magistrados, pero no lo son; más aún, ni siquiera son buenos políticos; muchos de ellos se han quemado en elecciones anteriores) cuya pertenencia partidista refleja la composición del Congreso. Actualmente, de los 9 que componen el CNE, 7 pertenecen a la coalición de gobierno. Con la elección prevista para la semana entrante, esta mayoría puede crecer aún más. Tal como están las cosas, el CNE puede quedar configurado de la siguiente manera: 3 magistrados del Partido de la U, 2 del Partido Conservador, 2 del Partido Liberal, 1 de Cambio Radical y el último saldrá de la minoría que logre más apoyos políticos, lo cual es posible que dé como ganador al PIN, que es la cuarta fuerza en el Congreso, por encima de los Verdes, del Polo y del Mira. Esto sería una vergüenza para la democracia colombiana (El candidato del PIN puede ser José Joaquín Plata, magistrado del CNE entre 2006 y 2008, y postulado por la tristemente célebre Convergencia Ciudadana).

No sólo eso. Como las normas establecen que los magistrados del CNE pueden ser reelegidos y como es muy probable que 5 de ellos lo sean la semana entrante, resulta que estos repitentes serán magistrados gracias al voto de los congresistas cuya elección fue controlada por ellos mismos, es decir, por los reelegidos. Como quien dice, el controlador es nombrado por aquéllos a quienes supuestamente controla.

La creencia, sólo parcialmente fundada, de que la democracia colombiana es una de las más sólidas del continente, ha fomentado entre nosotros un desinterés negligente por el sistema electoral; ese desinterés, a su turno, ha permitido que los políticos de carrera, ellos sí expertos en los procedimientos electorales, manipulen estas normas casi a su antojo. Ya es hora de que entendamos que la suerte de la democracia no sólo se juega en los principios generales, sino también en los detalles de sus reglas de juego electoral.

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