Los males de Caldas
Mauricio García Villegas enero 6, 2012
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En todas partes los políticos prometen cosas que no cumplen.
En todas partes los políticos prometen cosas que no cumplen.
Por eso la gente, con razón, los acusa de mentirosos. Pero ellos se defienden diciendo que si bien al inicio de su mandato tuvieron la intención de hacer lo que prometieron, circunstancias sobrevinientes les impidieron cumplir. Así pasan por incautos o por inexpertos, no por mentirosos.
Hay, sin embargo, un sitio en donde los políticos mienten de frente y sin cortapisas. No sólo prometen cosas que luego no cumplen, sino que dicen haber cumplido con cosas que nunca hicieron. Ese sitio es el departamento de Caldas y más específicamente el municipio de Aguadas, ubicado en el centro del país; en la mitad de la cadena montañosa que une a Manizales con Medellín (en el corazón de lo que en alguna ocasión se denominó el Triángulo dorado de Colombia, entre Medellín, Bogotá y Cali).
El problema principal de Aguadas son los 20 kilómetros de carretera que van de Arma a La Pintada y que hacen parte del trayecto Aguadas-La Pintada-Medellín. Hoy se requiere más de una hora para hacer ese recorrido; es decir, poco más de lo que, hace un siglo, se necesitaba para transitarlo a caballo, cuando se viajaba por caminos de herradura. La aspiración de los aguadeños, durante varias generaciones, ha sido la de tener esa carretera pavimentada. El año pasado se logró terminar el trayecto Arma-Aguadas, es decir la mitad del trayecto hasta La Pintada. Los políticos de Caldas no desaprovecharon la ocasión y pusieron, a la salida de Aguadas, una valla enorme que dice lo siguiente: “YA ES UNA REALIDAD: Vía Aguadas-La Pintada, cumplimos al 100%”. Pero la verdadera realidad (la triste realidad) es que de los 42 kilómetros sólo hay 22 pavimentados; el resto sigue tal cual y sin esperanza de que las cosas cambien, pues se gastaron la plata de la pavimentación en otras cosas.
A pesar del deplorable estado de su carretera, Aguadas es un municipio hermoso (declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco, como parte del paisaje cultural cafetero) y de gente emprendedora: en abril del año pasado sus campesinos obtuvieron el primer puesto en la Feria Anual de la Asociación americana de cafés especiales, celebrada en Houston (Texas) y que otorga el premio al mejor café sostenible del mundo (Rainforest Alliance Certified).
Hace un siglo, Caldas era una de las regiones más prósperas de Colombia. Allí estaba el núcleo de la economía cafetera que sentó las bases del desarrollo económico del siglo XX. En ese entonces, los políticos del Caldas eran gente ilustrada y con un claro sentido de lo público. Todo esto es parte del pasado. La coalición política que ha gobernado el departamento por más de treinta años (el tristemente célebre barco-yepismo) ha devastado la institucionalidad y postrado a sus habitantes. En ninguna otra parte del país el bipartidismo corrupto ha tenido tanto éxito para destruir y detener el progreso como en Caldas.
El parasitismo de su clase política y los efectos invernales del calentamiento global (que causaron desastres el año pasado) deberían poner a pensar a los caldenses. Nada pueden hacer contra el segundo de estos males, pero sí contra el primero. Ya es hora de que sus habitantes se den cuenta de que son superiores a sus gobernantes y se decidan, por fin, a castigar de manera definitiva a la clase política que los malgobierna.
Uno puede entender (y a veces hasta justificar) que los gobernantes no cumplan con lo que prometen en sus campañas; lo que no puede aceptar es que esos gobernantes se ufanen de lo que prometieron y nunca cumplieron, como ocurre con los políticos de Caldas, en el municipio de Aguadas.