Los olímpicos o la incapacidad para proteger derechos
Daniel Marín agosto 30, 2016
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4 de agosto – Paraty, unas vacaciones que transcurrieron en
calma. Para mí este paraíso, cuna de uno de los festivales de literatura más
movidos de Brasil, fue la oportunidad de abrir los ojos a un libro bastante
sugestivo: Autoimperialismo: três ensaios sobre o
Brasil (Crítica, 2016) del biógrafo de la famosa carioca Clarice
Lispector, el norteamericano Benjamin Moser.
Allí él habla de esa faceta tan siniestra que tiene Brasil
pero que puede extenderse a muchas experiencias en el globo, el constante
anhelo de ser “el país del futuro”. Esa compleja actitud política que está
entre saber que adentro las cosas no están bien y exaltar hacia afuera que las cosas marchan (¡marchan de maravilla!). La frustrante
posición de siempre tener más futuro que presente.
5 de agosto- Ahí estaba Río, toda para mí y para poco más de
siete mil millones de personas. Estaba una de las ciudades más idílicas, más
deslumbrantes, Río es Río. La trasmisión de la inauguración de los Juegos
Olímpicos de Verano en el boulevard olímpico que bordeaba la bahía de Guanabara
fue monumental. Al paso de una delegación había un grito cerca después otro más
lejos, todos ahí, 213 naciones. La grandeza del equipo de refugiados. La verdad
que es fascinante encontrarte en la Río más diversa que haya habido jamás,
todas las naciones, una por una.
22 de agosto- Esta semana como cualquier otra semana después
de unas olimpiadas hay exaltación colectiva por lo que aconteció, himnos,
medallas, sonrisas y frustraciones. También y en mucha menor medida están los artículos
“clásicos” de la prensa sobre lo mal que le fue a la ciudad y al país anfitrión
en materia de derechos humanos, estos eventos son al fin y al cabo
proyectos invasivos, con desalojos, trabajo esclavo y la llamada “limpieza social”, asesinatos
selectivos por parte de fuerzas policiales.
Estos artículos son “clásicos” pues se han vuelto un lugar
común tras la finalización de un evento deportivo de magnitud en los últimos
años. Al menos desde Beijing 2008 se ha visto con precisa periodicidad al menos
un informe de Amnistía
Internacional o Human
Rights Watch retratando el fenómeno de violaciones sistemáticas a los
derechos humanos. A las restricciones de los derechos políticos,
encarcelamiento injustificado de activistas y desalojos masivos en
la antigua Pekín le siguieron las violaciones a los derechos de los pueblos
indígenas y el desastre medioambiental en Vancouver 2010. De la
tierra arrasada con compensaciones mínimas en Londres
2012 asistimos a las olimpiadas de Sochi
2014, una gala del poderío ruso con trabajo de mano esclava. Y ahí también está Río. Se han divulgado
cifras inhumanas, más de 2600
asesinatos en las favelas de la ciudad desde 2009. Y en los últimos meses
antes de la competición se contabilizaba un homicidio al día.
***
Lo que demuestra la puesta en escena de las olimpiadas es
que para tener la fiesta de la diversidad
debemos tener nuestro costo como humanidad.
También dejan claro que en las estrategias de la geopolítica mundial,
las violaciones a los derechos humanos son el mal menor.
En una era donde el impacto en la arena internacional se
expresa, entre otras, en el desarrollo de un mega-evento deportivo. Cuando
mostrar por medio de alusiones majestuosas el poder de un Estado, como en las
ceremonias de inauguración, se ha convertido en un requisito que toda nación que se pretende poderosa debe
realizar, las discusiones en torno a la garantía de los derechos humanos en los
países organizadores no suele tener cabida.
Así presenciamos la poca incidencia que tiene el movimiento
de derechos humanos para exigir el cumplimiento de los estándares internacionales.
Mírese, por ejemplo, el caso de Beijing donde a pesar de las múltiples
denuncias hechas por organizaciones como Olympic
Watch, que desde 2001 cuando se supo que la capital china iba a ser sede
olímpica en 2008 denunció el
recrudecimiento de la censura contra activistas políticos con prácticas como el
aprisionamiento, ahora volverá a hospedar unas olimpiadas de invierno en 2022.
O el caso de Brasil que después de los numerosísimos problemas de abuso
policial que se han denunciado, se prepara para hospedar la Copa América en
2019.
También evidenciamos la incapacidad -o falta de interés- de los
organismos internacionales deportivos como el Comité Olímpico Internacional (COI)
o la FIFA de desplegar una auditoría sería en torno al cumplimiento de
estándares de derechos humanos. El COI al parecer ha privilegiado la necesidad
de desarrollo de los juegos a como dé lugar. Jane Buchanan, en un artículo para Foreign Policy sobre el legado de Sochi 2014, mostró como sólo cuando las alarmas
de violación a los derechos humanos se prendieron en la construcción de las
sedes de las olimpiadas, el COI reaccionó con un saludo a la bandera de fortalecer sus políticas en materia de
derechos humanos para 2022, con dos olimpiadas en el intermedio.
Finalmente, mostró la desconexión que existe entre las
distintas organizaciones internacionales de presionar por mejores balances de
derechos humanos en los países organizadores. El sistema de pesos y contrapesos
en el escenario internacional falla cuando se pone en tela de juicio a países
como Rusia o China. A pesar que tanto Naciones Unidas como
la Organización
Mundial del Trabajo han realizado acuerdos sobre los estándares de derechos
humanos en la realización de los olímpicos, la realidad sigue demostrando su
poco impacto.
***
Después de esos 15 días en Brasil, una anécdota que Moser retrata
en su libro me quedó sonando por su crudeza al explicar el término
autoimperialismo. En la época de la Río como capital de Brasil, a principio del
siglo XX, cuando París era el referente mundial de “perfección urbanística” con
sus grandes avenidas, se puso en marcha
la construcción de la avenida central. Mil seiscientos predios fueron
demolidos, los que se opusieron, masacrados. Los desplazados por esta
infraestructura se volvieron mendigos que entraron a habitar el cerro cercano a la
nueva avenida, el morro da favela. La
favela que hoy se extiende por todo Brasil y que se ha convertido en un campo
de batalla.
En la paradoja de mostrarse como un país moderno a la vez
que perpetúa violaciones a los derechos humanos, Brasil – y el resto del
mundo- llevan a cabo intervenciones
urbanas con costos humanos muy altos. Al abrir las puertas hacia el futuro
olvidan el presente que se encuentra dentro de casa. Peor aún, nadie –al menos
ninguna organización- parece tener el poder de obligar a tener la casa en orden
y el sistema internacional calla y al parecer – por la manera en que se asignan
la sedes de estos mega-eventos- seguirá callando. Para las Olimpiadas el
espíritu olímpico de fraternidad entre las naciones se oscurece por el débil
compromiso institucional por garantizar el respeto a los derechos humanos.
De mi parte, haciendo eco al anhelo de Michael
Powell en New York Times, “algún
día, de pronto la siguiente vez, podremos realizar unos Olímpicos sostenibles,
digno de ellos”.