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Según la Alcaldía de Bogotá, el nivel actual de los embalses que abastecen la ciudad superó las preocupantes proyecciones de escasez de agua para el 2025. | EFE

Difícilmente tendremos seguridad hídrica en Bogotá si la conversación se centra en el manejo de la crisis y no en los procesos y relaciones estructurales de larga data que nos llevaron aquí.

Difícilmente tendremos seguridad hídrica en Bogotá si la conversación se centra en el manejo de la crisis y no en los procesos y relaciones estructurales de larga data que nos llevaron aquí.

La Alcaldía de Bogotá nos sorprendió con la puesta en marcha de una estrategia de racionamiento de agua. El alcalde Galán dijo en algunos medios que recibió los embalses que surten de agua a la ciudad por debajo de lo normal. Además, explicó que el nivel actual de los embalses había incluso superado las preocupantes proyecciones de escasez para el 2025. Sin embargo, su estrategia de “pequeñas acciones” individuales está siendo recordada en redes sociales por su jocoso comentario sobre “bañarse en pareja“. Esta apuesta deja entrever las dificultades de las autoridades políticas locales para tomarse en serio la magnitud de la crisis climática, la justicia hídrica y su rol frente a la escasez de agua que vamos a tener que enfrentar.

Esta escasez no es nueva para algunos países del sur global. Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, afrontó una crisis en el 2017, donde los embalses de agua llegaron a 13.5% de su capacidad, similar a los 15.87% reportados el domingo pasado en Chingaza, que abastece el 70% de agua en Bogotá. A su vez, el biólogo uruguayo Eduardo Gudynas describió a Montevideo a finales del año pasado como la primera capital del mundo en quedarse sin agua potable. Café con agua salada, electrodomésticos dañados por los sedimentos que arrastraba la poca agua disponible y los compromisos del gobierno de repartir al menos 2 litros diarios de agua por persona priorizando a la niñez y a las mujeres embarazadas fueron algunas de las consecuencias de la crisis uruguaya. Solo dos litros de agua para ¿cocinar? ¿bañarse? ¿tomar unas pastillas?

Que allá se haya priorizado a la niñez y a las mujeres embarazadas nos invita a reflexionar sobre un asunto fundamental para Colombia: llevamos décadas hablando de justicia hídrica porque no todas las personas tenemos el mismo acceso y relación con el agua. Así como no todas las personas tenemos el mismo acceso y relación con el sistema de salud, de educación, con el poder. La escasez de agua es fruto de la crisis climática, que guarda una profunda conexión con todas las demás injusticias que vivimos. Es una situación que, así como las demás, afectará mucho más a las personas empobrecidas o que experimentan alguna discriminación, por ejemplo.

Por eso los políticos locales deben abordar la crisis como una conversación amplia que involucre a la sociedad en su conjunto. Es imposible no preguntarse qué hizo la administración de Claudia López para anticiparse a la escasez y por qué venimos a conocer públicamente sobre el descenso de los embalses hasta ahora. También, qué hizo al respecto Carlos Fernando Galán en estos primeros 100 días de mandato, más allá de sorprendernos con el racionamiento sin ningún proceso pedagógico previo. Y en su conjunto, qué han hecho las administraciones locales por proteger los páramos y otros ecosistemas de los que dependemos para tener agua en el grifo. Como demostraron la experiencia de Ciudad del Cabo y de Montevideo, las administraciones locales que no se anticipan y organizan en torno a la crisis climática pueden llevar a las ciudades al temido día cero.

En este sentido, difícilmente tendremos seguridad hídrica en Bogotá si la conversación se centra en el manejo de la crisis y no en los procesos y relaciones estructurales de larga data que nos llevaron aquí. No es un asunto de que los humanos somos malos para el planeta, pues llevamos miles de años viviendo en interdependencia con otros animales, ríos, mangles y otros seres. Es que la mayoría de nuestras sociedades basan sus formas de vida actuales en la energía del carbono. El capitalismo y el colonialismo históricamente impulsado por el norte global dependen de ello por medio del extractivismo, dice el profesor y filósofo indígena Kyle Whyte. Y como ha sido demostrado por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, toda la energía por el carbono acumulada desequilibra los procesos climáticos usuales en el mundo, incluyendo los patrones de lluvias, veranos y sequías de las ciudades.


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Esa conversación global-local debería ser propiciada por la Alcaldía de Bogotá sin perder de vista las estrategias y acciones concretas para superar la escasez de agua. Ambas son importantes, en la medida en que acciones sin perspectiva de cambio climático nos llevan al escenario de ingenuidad frente a las vulnerabilidades hídricas que enfrentamos como ciudad en un contexto de crisis mundial. Mientras tanto, acciones sin perspectiva de justicia hídrica dejan de lado las desigualdades en el acceso y consumo de agua potable; es decir, el agua no puede ser de quien tiene más dinero para pagarla. Como ya se ha señalado, las zonas que concentran mayor riqueza son las que en su mayoría consumen más agua en Bogotá y, asimismo, edificios que cuentan con tanques de reserva evitaron total o parcialmente el racionamiento del primer día, dificultando incluso la reconexión de los y las demás ciudadanas.

Para propiciar la conversación, la Alcaldía debe considerar poner en marcha una estrategia de comunicación y acción con contexto. Una que no solo considere el impacto del consumo de los hogares, sino también el consumo industrial y comercial en perspectiva estructural. Esto es, que no aborde el problema sistémico que tenemos como uno que nos concierne individualmente, sino que fomente, al menos, que sectores como el de la construcción, de la extracción y los grandes campos de golf rindan cuentas sobre sus consumos de agua, pero más importante aún, frente a prácticas depredadoras de los ecosistemas de Bogotá y su área metropolitana.

También, en la conversación se debe revisar críticamente el papel del Estado y de las administraciones locales en la gestión del agua. Esto incluye discutir las acciones y omisiones frente al cuidado de los ecosistemas, tener claridad sobre las dificultades estructurales de aprovisionamiento y ciclo del agua que tenemos en Bogotá y por último, conocer las posibilidades que la alcaldía ha contemplado para garantizar el abastecimiento en caso de que no llueva pronto o lo suficiente. Esta conversación debería dejar de cimentarse en el discurso de “pequeñas acciones” y comenzar a construirse sobre acciones que relacionen lo estructural y lo individual con un adecuado sentido de urgencia frente a los límites del crecimiento y del consumo. Por ahora, confiemos en un futuro cercano donde como humanos atendamos al cuidado y la interdependencia, y tengamos presente que todo indica que la escasez será lo usual y no nos afectará a todos y todas por igual.

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