Los vencidos
Rodrigo Uprimny Yepes Julio 15, 2018
También podríamos no pensar la historia colombiana como una narrativa de presidentes y élites, sino también, y sobre todo, como un relato que incorpore las perspectivas de las víctimas y de los movimientos sociales derrotados. |
Hoy que es la final de este sorprendente Mundial y sólo quedará la memoria de quien fue campeón, propongo que elaboremos una historia de los grandes vencidos en los mundiales.
Hoy que es la final de este sorprendente Mundial y sólo quedará la memoria de quien fue campeón, propongo que elaboremos una historia de los grandes vencidos en los mundiales.
El gran pensador alemán Walter Benjamin planteó en uno de sus últimos textos que la historia ha sido escrita casi siempre por los vencedores y sus descendientes, por lo cual es una historia desde su perspectiva. En una especie de revolución copernicana en este campo, Benjamin propuso escribir la historia “a contrapelo”, es decir, desde el punto de vista de los vencidos y con empatía hacia ellos.
Benjamin formuló esta propuesta para cosas serias y trascendentales, como el análisis de los grandes cataclismos y transformaciones sociales. Que por ejemplo la historia de Roma no fuera sólo la de los emperadores victoriosos, sino también, y sobre todo, de las rebeliones derrotadas, como la de Espartaco.
Excúsenme la frivolidad, pero voy a aplicar esta metodología para algo que puede parecer banal, como el fútbol (pero, ¿hay acaso algo más trascendental que el fútbol?). Por ello, hoy que es la final de este sorprendente Mundial y sólo quedará la memoria de quien fue campeón, propongo que elaboremos una historia de los grandes vencidos en los mundiales. Me refiero a aquellos seleccionados que en algunos mundiales maravillaron tanto al público en general como a los críticos, porque, con audacia y asumiendo riesgos, lograron una mezcla exquisita de estética futbolística, innovación técnica y efectividad, por lo cual eran considerados casi unánimemente como los mejores equipos, pero que no resultaron campeones.
Muchos de quienes llegamos a la adolescencia en la década del 70 aún recordamos con nostalgia dos de esas grandes selecciones. La de Holanda de 1974, conocida como la “Naranja mecánica”, por la película clásica de Kubrick, y que, bajo el liderazgo de Cruyff, revolucionó el deporte y el espectáculo con el llamado fútbol total. Pero fue derrotada en la final por la Alemania de Beckenbauer, que era un buen equipo, pero sin la genialidad holandesa. La otra fue la selección de Brasil de 1982, que es tal vez el segundo mejor equipo brasileño de todos los tiempos (después del de México 70), pues combinó un maravilloso juego colectivo con genialidades individuales, como las de Sócrates, Zico, Eder o Falcão. Pero fue eliminada por Italia, un equipo menos talentoso, pero con una garra portentosa, que le ganó 3-2 en uno de los mejores y más dramáticos partidos de todos los mundiales.
Por nostalgias familiares, quisiera recordar otro gran vencido, que pocos lectores siquiera habrán oído mencionar. La selección austriaca del Mundial de 1934, liderada por Matthias Sindelar, a quien llamaban el Mozart del fútbol, por su exquisita genialidad, y que fue conocida como el “equipo maravilla”, pues combinaba un juego estético con eficacia en los resultados. Austria parecía invencible, por lo cual era la favorita, pero en un partido controvertido por el arbitraje, resultó eliminada por el anfitrión, Italia, que ya empezaba su tradición de equipo defensivo y táctico. Fue el triunfo de la selección fascista. Y años después vino el triste final de este equipo maravilla austriaco, pues en 1938 quedó disuelto luego de la unión de Austria con la Alemania nazi.
No hay espacio para hablar de otros grandes vencidos, como la selección húngara de 1954 del gran Puskas o nuestra maravillosa selección colombiana de los dos últimos mundiales. Pero ojalá este divertimento futbolístico muestre la fecundidad de la perspectiva de Benjamin y la posibilidad de aplicarla a otros campos más serios, si es que hay algo más serio que el fútbol. Por ejemplo, que no pensemos la historia colombiana como una narrativa de presidentes y élites, sino también, y sobre todo, como un relato que incorpore las perspectivas de las víctimas y de los movimientos sociales derrotados.