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PARA QUIENES FUIMOS EDUCADOS católicos en tiempos de Juan Pablo II, ser más papista que el papa significaba defender posiciones ultraconservadoras en temas como la anticoncepción o los derechos de las mujeres y las parejas del mismo sexo.  

PARA QUIENES FUIMOS EDUCADOS católicos en tiempos de Juan Pablo II, ser más papista que el papa significaba defender posiciones ultraconservadoras en temas como la anticoncepción o los derechos de las mujeres y las parejas del mismo sexo.  

Denotaba también el abismo insondable que existía entre la jerarquía de la iglesia y los muchos sacerdotes, religiosas y laicos que practicaban una fe distinta, mucho más igualitaria y compasiva, como los jesuitas que tuve la fortuna de tener como profesores de secundaria. La distancia y el éxodo de creyentes aumentaron en la época de Benedicto XVI, cuando ser papista era abrazar el conservadurismo extremo del cardenal Alfonso López Trujillo o el procurador Ordóñez.

Pues bien: con la aprobación del matrimonio de parejas del mismo sexo en Irlanda y la beatificación de monseñor Óscar Romero en El Salvador, la frase pasa a significar otra cosa. Ser más papista que el papa es hoy decir lo que Francisco I —¿quién soy yo para juzgar a alguien por su preferencia sexual?— y luego actuar en consecuencia, como lo hizo el 62% de los votantes en la muy católica Irlanda, el primer país en aprobar por referendo el matrimonio igualitario. Implica también sacar las conclusiones de la “opción preferencial por los pobres” y la solución dialogada a la guerra por las que mataron a monseñor Romero y trabajan hoy sacerdotes como Francisco de Roux. Supone, en fin, retomar el diálogo con la ciencia, como lo hará el Vaticano en la encíclica crucial sobre el cambio climático que está próximo a publicar.

 Aún es temprano para saber si el giro va a ser decisivo y duradero. Falta ver si las declaraciones papales se traducen en cambios tangibles en las doctrinas oficiales sobre la diversidad sexual, la planificación familiar, la eutanasia o el aborto, o en el tratamiento de asuntos internos delicados como los escándalos de pederastia o el rol de la mujer en la iglesia. 

Pero lo de Irlanda y El Salvador son señales esperanzadoras de cambios que pueden llegar a Colombia y otros países. Hay que recordar que hace solo dos décadas Irlanda consideraba la homosexualidad un delito, en virtud de la misma ley penal que envió a la cárcel a Oscar Wilde a finales del siglo XIX. Con el apoyo de muchos creyentes, se han dado avances similares en países católicos como España, Brasil, Argentina o Uruguay. Y en solo dos años que lleva Francisco, teólogos de la liberación como el peruano Gustavo Gutiérrez y el brasileño Leonardo Boff pasaron del ostracismo a la vanguardia del catolicismo.

Una iglesia así —pluralista, progresista e ilustrada— sería una fuerza formidable por la justicia social, los derechos humanos y la preservación de la vida sobre el planeta, que deberíamos tomar muy en serio aun quienes salimos desencantados de ella hace tiempo. Entonces valdría la pena ser más papistas que el papa.

 Consulte la publicación original, aquí.

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