Mi amigo Juan, en memoria de Juan Fernando Jaramillo Pérez, amigo y fundador de Dejusticia, quien murió el 12 de abril de 2012
Mauricio García Villegas Abril 12, 2012
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La definición más bella que conozco del afecto entre amigos la leí en Aristóteles: «La amistad —dice el filósofo— es un alma atrapada entre dos cuerpos». Siguiendo la lógica de esta definición, cuando uno de esos cuerpos padece una enfermedad, el alma compartida del amigo aliviado sufre casi por igual.
La definición más bella que conozco del afecto entre amigos la leí en Aristóteles: «La amistad —dice el filósofo— es un alma atrapada entre dos cuerpos». Siguiendo la lógica de esta definición, cuando uno de esos cuerpos padece una enfermedad, el alma compartida del amigo aliviado sufre casi por igual.
Eso me pasa hoy a mí con uno de mis mejores amigos. Se llama Juan Jaramillo y es muy probable que muchos de ustedes lo conozcan. Juan es profesor de la Universidad Nacional, fue magistrado auxiliar de la Corte Constitucional durante muchos años, escribe columnas en Semana.com y es una de las personas que más saben en Colombia de sistemas políticos, teoría constitucional e historia del derecho en América Latina.
Escribo de Juan no sólo porque es mi amigo del alma (esa alma compartida) y porque está enfermo, sino porque creo que sus ideas y sus escritos, siendo de una gran importancia para el derecho y para el país, han sido relativamente poco difundidos.
Esta falta de difusión tiene varias causas. En primer lugar, buena parte de las ideas de Juan están consignadas en sentencias de la Corte Constitucional que fueron concebidas por él para ser defendidas por los magistrados titulares para los cuales trabajó durante más de 10 años. Allí, en esas ideas, inspiradas en un conocimiento profundo del derecho constitucional y de la ciencia política, se puede encontrar, creo yo, lo mejor del talento que se puede esperar de un buen juez constitucional. Me refiero a esa capacidad para ver todos los puntos de vista de un conflicto, para analizarlos con juicio, para ponerse en los zapatos de cada uno de los actores y para luego encontrar la decisión más razonable posible. Juan hacía eso con toda naturalidad y lo podía hacer por la simple razón de que así es él en la vida cotidiana. Nunca he conocido un intelectual con una capacidad semejante para oír con atención lo que piensan los demás, para entender sus argumentos y para adoptar un punto de vista propio, que sea prudente y a la vez firme en la defensa de principios.
Más aún, Juan tiene esa virtud que, creo yo, es la quintaesencia del trabajo intelectual; me refiero a la capacidad para tomar distancia crítica con respecto a las ideas, las instituciones y las personas; incluso cuando esas ideas son las propias, esas personas son las más cercanas y esas instituciones son aquellas en las cuales uno trabaja.
Lo segundo que explica la poca difusión de su pensamiento es que Juan Jaramillo siempre ha tenido un exceso de pudor cuando de publicar sus opiniones se trata. La modestia lo ha mantenido casi al margen de ese mundo afanoso y a veces fatuo de las publicaciones. Pero eso no es todo; también cuenta el hecho de que Juan es un tipo poco tolerante con sus propios errores y con las ideas que no están suficientemente pulidas y terminadas. Para publicar, y sobre todo para publicar mucho, hay que tener (salvo para los genios) una cierta dosis de descaro. Si algunos de sus amigos hemos publicado más que él, no es por tener más talento, sino por tener menos pudor.
Siempre he pensado que uno es, en buena parte, lo que los amigos han hecho de uno (el resto son genes indómitos, familia y algunos hechos indelebles de la biografía). Sigo creyendo en eso; sin embargo, ahora que lo escribo, pensando en Juan, siento que su influencia sobre mí pudo haber dado mejores resultados. Por eso, tal vez sea mejor decir que uno termina siendo lo que es capaz de hacer con aquello que los amigos quisieron hacer de uno. Gracias, Juan.