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Todos, en algún momento, hemos estado cerca al dolor de un ser querido: una abuela con cáncer en casa, un padre en la unidad de cuidados oncológicos, un hermano en sesiones de radio y/o quimioterapia.

Todos, en algún momento, hemos estado cerca al dolor de un ser querido: una abuela con cáncer en casa, un padre en la unidad de cuidados oncológicos, un hermano en sesiones de radio y/o quimioterapia.

El dolor agudo está, pero no hay quejas. Solo fruncen el ceño. En el mejor de los casos gimen. Las medicinas para el dolor llegan.  Una dosis cada cuatro horas. Si el dolor aumenta hay que llamar a la enfermera o al número de la tarjeta. Ya no deseamos que se mejoren, preferimos la culpa de desear que se vayan en paz, porque sabemos que ese será su alivio, la esperanza de que los últimos sean sin dolor. 

Y no es solo el cáncer. También otras enfermedades de tipo crónico  están disparando en el mundo el requerimiento por medicinas para el alivio del dolor de base opioide tales como la morfina, u otras menos fuertes como la codeína y el tramadol. 

Photo by: Flickr Creative Commons via Reavel.

El acceso a medicamentos para el alivio de los síntomas y el dolor es un componente esencial de los cuidados paliativos. Estos buscan mejorar la calidad de vida de los pacientes que enfrentan una enfermedad crónica o terminal,  aliviando su dolor y otros problemas de tipo físico, psicosocial y espiritual. Lejos de ser una comodidad refinada de ciertos sistemas de salud, han sido reconocidos como  una exigencia de derechos humanos. En varios documentos elaborados por los Relatores Especiales de Naciones Unidas contra la tortura y el derecho a la salud, enfatizaron que la falta de acceso a medicinas para el tratamiento del dolor vulnera derechos fundamentales a la salud, y a la protección en contra de tratos crueles, inhumanos y degradantes. 

Pese al inminente incremento en su demanda y a su importancia como un asunto de derechos humanos, el acceso a medicamentos de base opiácea es todavía limitado en el sur global. Aunque la administración de morfina hace parte de la lista de medicamentos esenciales recomendados por la Organización Mundial de la Salud y su fabricación es relativamente económica ya que no existen patentes,  su acceso es generalmente restringido. 

Fuente: Pain & Policies Studies Group.

De acuerdo a las cifras presentadas por el Pain & Policy Studies Group de información ofrecida por la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), sobre el consumo global de morfina o por persona en 2013, países como Austria, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos,  y Nueva Zelanda concentraron gran parte del consumo del mundo. Otros países, en su mayoría europeos, como Suiza, Australia, Reino unido, Francia e Islandia, registran consumos altos, todos por encima del promedio global de 6.27 mg/cápita. En Latinoamérica, el país con mayor consumo es Argentina, muy cercano al promedio global. Todos los demás países de la región se sitúan por debajo del promedio.  El siguiente mapa muestra el consumo de morfina en el mundo para 2013. En azul oscuro se registran los países con mayor consumo. 

De acuerdo con una encuesta titulada ‘Global Access to Pain Relief’, más de 5 mil millones de personas viven en países sin o poco acceso a medicinas para tratar el dolor, esto incluye 5.5 millones de pacientes con cáncer terminal. El siguiente mapa muestra los países con el mayor número de personas que mueren sin disponer de un tratamiento para el dolor. En azul oscuro se registran los países con el mayor número de muertes sin tratamientos para el dolor.

Fuente: Global Access to Pain Relief.

En Latinoamérica, varias dificultades impiden el acceso de las personas a este tipo de medicamentos. El desconocimiento de los médicos y auxiliares de la salud sobre el tratamiento del dolor contribuye a la baja prescripción de los mismos. Para muchos médicos que fueron formados con el propósito de curar, la idea de pensar en cuidados paliativos para la muerte es un sin sentido. Sólo en dos países de la región, Chile y Cuba, los cuidados paliativos se incluyen en el pensum de las universidades como parte de la formación en salud.  El prejuicio médico en contra de los opioides, temiendo que su consumo se torne dependiente, es otra de las razones que inhibe su prescripción; cuando en realidad se encuentra demostrado que esto pasa en muy pocos casos y que, incluso si esto sucediera, dada la terminalidad de la enfermedad ello resultaría irrelevante. Si bien existen debates sobre el uso de opioides en enfermedades distintas al cáncer, el uso de opioides para el tratamiento de cáncer y enfermedades terminales es generalmente aceptado. El mismo prejuicio está también presenten en los pacientes y sus familias, quienes temen ser recetados por los mitos en torno a su consumo. 

La política restrictiva anti-drogas en el mundo también ha jugado su papel. El régimen internacional de control de drogas incorpora obligaciones para garantizar acceso con fines médicos, pero en la práctica los controles impuestos por los estados para impedir su tráfico y uso indebido, resultan con frecuencia excesivos incluso en drogas controladas. En la mayoría de los países Latinoamericanos es común que estas medicinas puedan ser formuladas solo con talonarios especiales, emitidos por oficinas centrales de salud y que su transporte requiera de medidas reforzadas de seguridad. Todo lo cual aumenta el costo de distribución. Aunque existen esfuerzos al interior de Naciones Unidas por cambiar esta política, los resultados son aún tímidos.

Con frecuencia, los estados importan o adquieren menos de las medicinas requeridas dado que calculan el consumo con base a datos históricos que no representan la necesidad real de los pacientes. Tampoco existen mecanismos eficientes de distribución de los medicamentos al interior de los países, por lo que en muchos casos el poco acceso a opioides se concentra en los centros urbanos

Aliviar el dolor no debería ser un lujo de los países desarrollados. Más que un tema económico, la dificultad está en la ausencia de conocimiento y formación por parte de los profesionales de salud, el prejuicio en contra de su prescripción y en las excesivas barreras que los estados y las agencias anti-narcóticos imponen a su distribución. 

Un mundo sin dolor es posible. Existiendo medicinas para lidiar con el dolor, producidas a precios razonables; los estados y el personal médico pueden hacer mucho por disminuir la brecha que impide su acceso y hacer de la muerte un proceso más digno y humano. El miedo y el prejuicio no pueden seguir siendo una guía adecuada para la construcción de políticas de acceso a opioides en el mundo. No, a menos que queramos seguir muriendo con dolor.  

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