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Como muy bien lo ha dicho el colega bloguero, Mauricio Albarracín, Sergio Urrego no se suicidó: a Sergio lo mató la discriminación.

Como muy bien lo ha dicho el colega bloguero, Mauricio Albarracín, Sergio Urrego no se suicidó: a Sergio lo mató la discriminación.

Sergio fue víctima de una persecución social e institucionalizada que lo llevó a la muerte. Las valientes denuncias de sus padres y los testimonios desgarradores que el propio Sergio dejó antes de decidir lanzarse del techo de un centro comercial dejan ver el rol que cumplió el sistema escolar en esta persecución. La escuela, el escenario de convivencia, integración y aprendizaje, fue la herramienta de perpetuación de los estereotipos discriminatorios.

Hoy se habla de crear cátedras anti discriminación para supuestamente evitar que ocurran nuevos casos como el de Sergio. Las cátedras y las leyes se han convertido en dos de las soluciones más facilistas y populistas que saltan cada vez que algo pasa. En un país con una discriminación que mata, hay que crear la cátedra antidiscriminación, y una cátedra de género, y de paso una de derechos humanos. Y por qué no, como incluso lo ordenó una magistrada de Justicia y Paz, un país en conflicto requiere una cátedra de memoria histórica. Notifíquese y cúmplase.

Pero la catedritis tiene dos problemas serios. Por un lado, el pensum de las instituciones educativas ya no aguanta una adición más. A gatas están los colegios para cumplir las obligaciones que ya tienen sobrecargados a estudiantes y profesores (y con muy poca avaluación y seguimiento para saber si atiborrar de información tiene o no los resultados esperados). Por otro lado, y aún más importante, es el hecho de que una hora cátedra teórica – y presumiblemente aburrida – no borra un contexto escolar que las contradice palmo a palmo.

Un estudiante recibe una lección sobre no discriminación, mientras que su rectora lo castiga por solidarizarse con un compañero perseguido. El niño recibe una disertación sobre racismo mientras ve a su maestro decirle macaco al jugador de fútbol del equipo contrario. Los estudiantes debaten sobre igualdad y derechos humanos mientras cumplen a raja tabla las órdenes de un sistema jerárquico, autoritario y en donde los discentes no pueden contradecir a los docentes.

Si vamos al caso de Sergio encontramos toda una serie de actos que muestran que cualquier cátedra sobre la materia no hubiera sido más que un chiste. Para empezar, el propio manual de convivencia permite la persecución al establecer una prohibición amplia de las “manifestaciones de amor obscenas, grotescas o vulgares en las relaciones de pareja dentro y fuera de la institución”. La amplitud de esa frase fue luego interpretada por los profesores como aplicable a las relaciones de parejas del mismo sexo (el perjuicio de la obscenidad del amor homosexual). A su vez, esa interpretación dio pie para que el colegio tratara la cuestión como una aberración o enfermedad y exigiera “psicorientación” y hasta certificado de la misma para permitir el acceso de Sergio al colegio. Adicionalmente, el colegio se sintió autorizado para violar la intimidad de los muchachos y obligar a que éstos comunicaran su orientación a sus padres sin consideración de si querían o no hacerlo, de si las condiciones familiares eran o no convenientes. Y el broche final: el castigo colectivo al grupo de jóvenes que en solidaridad con lo sucedido asistieron al entierro del “anarco, ateo y homosexual”.

Así no hay cátedra que aguante. Por el contrario, el ejercicio de los derechos es la estrategia pedagógica más poderosa. Como lo expone la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, cuando se piensa en educación EN derechos humanos hay que empezar por poner los derechos humanos EN la educación. Para ello, la reflexión va más allá de un libro de texto y se requiere que quienes hacen parte del proceso educativo estén comprometidos con una sociedad de derechos y vean a los estudiantes como sujetos de derechos.

“Mi sexualidad no es mi pecado, es mi propio paraíso”, decía Sergio, con una madurez impresionante para su edad. Lástima que la institución educativa no estuviera a la altura de sus estudiantes.

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