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Necesitamos entender que la persona que lucha contra una adicción se enfrenta a una enfermedad que necesita políticas de salud pública, tanto como aquellos que se encuentran al final de sus vidas. La experiencia del dolor, si lo experimentamos nosotros mismos o vemos un ser querido sufrir, debe recordarnos la fragilidad de la vida y la necesidad de la compasión y empatía. 

Necesitamos entender que la persona que lucha contra una adicción se enfrenta a una enfermedad que necesita políticas de salud pública, tanto como aquellos que se encuentran al final de sus vidas. La experiencia del dolor, si lo experimentamos nosotros mismos o vemos un ser querido sufrir, debe recordarnos la fragilidad de la vida y la necesidad de la compasión y empatía. 

En el mundo de la medicina, ¿qué es esencial y a quiénes consideramos merecedores de ello?

Hay dos situaciones en las que las personas necesitan medicamentos esenciales como los opioides por razones terapéuticas, y sin embargo son en su gran mayoría incapaces de acceder a dichos medicamentos. Para los cuidados paliativos, los pacientes se enfrentan a un dolor severo o crónico, causado por enfermedades crónicas, declive al final de su vida o accidentes. Para la terapia asistida con medicación,  los pacientes sufren de adicción a la heroína, y están en la búsqueda de tratamiento para reducir el uso problemático de esta sustancia y los efectos secundarios del síndrome de abstinencia, los cuales causan dolor y sufrimiento. Al primer paciente se le prescribe morfina, fentanilo o hidromorfona, acompañado de una serie de intervenciones de otros profesionales de cuidados paliativos: enfermeras, trabajadores sociales, psicólogos, etc. Al segundo paciente se le prescribe generalmente metadona o buprenorfina como parte de un tratamiento más amplio que debe incluir la terapia y asesoría social y de vivienda. Los opioides utilizados en estos dos enfoques médicos son baratos y eficaces. En ambos casos, estos medicamentos esenciales no son la solución completa, pero son clave en el tratamiento holístico para aliviar el dolor.

Pero a pesar de la urgente necesidad de alivio del dolor y la probada eficacia de estos medicamentos, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) sólo el 14% de las personas que necesitan cuidados paliativos están recibiendo dicho tratamiento, y según datos del 2008, sólo el 30% de los países tienen la disponibilidad de tratamientos para la adicción con el uso de medicamentos.

 

Source: A simple source

Source: A simple source

Source: Human Rights Watch

Source: Human Rights Watch

 

En estas dos situaciones de dolor, uno podría pensar que los enfermos terminales y las personas que usan drogas están mundos aparte, dado que las razones y las causas estructurales del dolor son diferentes. Sin embargo, ambos necesitan que sus sistemas de salud garanticen el acceso a lo mismo: opioides y profesionales que saben cómo y cuándo administrarlos, junto con servicios psicosociales.

La mayoría de los opioides específicos que estos pacientes necesitan son parte de la lista modelo de medicamentos esenciales de la OMS. Para los cuidados paliativos, esta lista tiene una sección específica dedicada a los medicamentos que deben ser parte de la atención médica esencial de cada país, como la codeína, el fentanilo y la morfina en diversas formas. Para el caso de la terapia asistida con medicación, no aparecen muchas opciones terapéuticas en la lista de la OMS. La metadona está incluida, pero sólo como parte de la lista complementaria de cuidados paliativos, y se recomienda específicamente para el tratamiento del dolor de cáncer.

Esta división que nos hace percibir a estos dos pacientes como completamente diferentes es causada por la criminalización. La adicción ha sido, durante los últimos 50 años, tratada por los formuladores de políticas públicas como un crimen más que como una enfermedad. En la práctica, esto tiene impactos éticos y prácticos. Desde el punto de vista ético, los médicos, familias, oficiales de policía y el público en general se refieren a los adictos con lenguaje estigmatizante, considerándolos como personas que carecen de voluntad, son moralmente defectuosos y, en general, no merecen de cuidado ni atención. Desde el punto de vista práctico, la criminalización y la estigmatización crean barreras de acceso al tratamiento que son casi imposibles de superar. ¿Cómo se supone que alguien pueda acceder a un tratamiento cuando, una vez que entra en contacto con el Estado, es enviado a la cárcel en vez de centros de salud?

Para superar estas barreras, la defensa de derechos de esta población se ha convertido en la herramienta a través de la cual los pacientes, las familias y los profesionales han puesto sus necesidades en el debate público. En la última década, el movimiento de los cuidados paliativos ha ganado algunas batallas políticas importantes. En 2014, la Asamblea Mundial de la Salud (WHA) aprobó una resolución  que aborda específicamente este tema.  El documento final de la Sesión Especial de la Asamblea General de las Naciones Unidas sobre Drogas de 2016 (UNGASS 2016)  tiene una sección dedicada a los medicamentos para aliviar el dolor y la lista de medicamentos esenciales sigue incluyéndolos. Sin embargo, hay un largo camino por delante, ya que las diferencias en la disponibilidad y el acceso al alivio del dolor con opioides continúa siendo dramáticamente bajo en el Sur Global. Países como Pakistán y Sri Lanka reportan consumo por debajo de 1 mg/per cápita en comparación con el promedio global de 61 mg/per cápita, lo que inevitablemente significa que no se está manejando de manera adecuada el dolor severo.

Los movimientos que buscan reformar la política de drogas y reducción de daños continúan poniendo al segundo grupo de pacientes al frente, recordando al público y a los políticos por igual que estas son personas que necesitan y merecen un tratamiento basado en la evidencia, y no el castigo o el olvido. Su triunfo el año pasado fue conseguir que lenguaje sobre la reducción del daño fuera incluido en el  documento final de UNGASS 2016. Pero estos avances siguen estando aislados en el mundo de la política de drogas. En otros foros donde estos pacientes deben ser reconocidos, el silencio es ensordecedor. El lenguaje de las Naciones Unidas en varios órganos creados en virtud de tratados y mecanismos especiales ha reconocido cada vez más que el no proveer medicamentos controlados, como los opioides para los cuidados paliativos, constituye una serie de violaciones a los derechos humanos. Pero este lenguaje ha fallado en incluir a aquellos que necesitan estos mismos medicamentos para la terapia de sustitución para superar la adicción a la heroína.

El Comité de Derechos Económicos y Sociales (CESR), en la Observación General No. 14 sobre el derecho al más alto nivel posible de salud, ha dicho que “Todo ser humano tiene derecho al disfrute del más alto nivel posible de salud que le permita vivir dignamente.” Los gobiernos y el público por igual deben creer sinceramente que todos los seres humanos importan y que todos los seres humanos merece la opción de recibir tratamiento para sus dolencias, si así desean tomarlo.

Como sociedad, hemos llegado a creer que las personas que se vuelven adictos viven en los márgenes, sin merecer ninguna otra opción. Esto emana de una determinada posición moral que presupone que la gente elige las drogas sobre la vida, y como tal, no se debe dedicar ningún recurso del Estado a esta población. Sin embargo, hoy sabemos mucho más acerca de la adicción por lo que debemos desmantelar el estigma. Como sociedad, debemos recordar que nuestras Constituciones y las normas jurídicas internacionales que seguimos hablan de todos los seres humanos, independientemente de si o no estamos de acuerdo con sus decisiones de vida o caminos tomados.

Necesitamos unir estos dos mundos y encontrar un terreno común, entendiendo que la persona que lucha contra una adicción se enfrenta a una enfermedad que necesita políticas de salud pública, tanto como aquellos que se encuentran al final de sus vidas. La experiencia del dolor, si lo experimentamos nosotros mismos o vemos un ser querido sufrir, debe recordarnos la fragilidad de la vida y la necesidad de la compasión y empatía. La política de salud pública debe ser guiada por el compromiso ético y político para garantizar que los profesionales y los servicios estén disponibles para ambos grupos de pacientes, de manera que ambos mundos pueden encontrar alivio y vivir una vida digna.

 

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