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Un fantasma recorre el mundo, el fantasma de las generaciones que no queremos (o podemos) tener tantos o ningún hijo. | EFE

La ONU sigue proyectando que la población mundial alcanzará un pico entre 2060 y 2100, cuando comenzará a decrecer. ¿Qué postura nos prepararía mejor hasta entonces?

La ONU sigue proyectando que la población mundial alcanzará un pico entre 2060 y 2100, cuando comenzará a decrecer. ¿Qué postura nos prepararía mejor hasta entonces?

Un fantasma recorre el mundo, el fantasma de las generaciones que no queremos (o podemos) tener tantos o ningún hijo.

El Dane alertó que en Colombia la natalidad siguió descendiendo en 2024, lo que es tendencia en casi todo el planeta. La gente experta a la que le importan estas cosas tiene miedo. No hay sino que ver los titulares: “será la peor crisis de la humanidad”, “¿puede el gobierno hacer que la gente tenga más bebés?”. Sus razones son buenas. Menos hijos significa menos trabajadores, menos consumidores, y menos contribuyentes para alimentar la economía de mercado y los Estados.

Pero, les pregunto a las gentes de mi generación, quienes al parecer estamos poniendo en jaque al capitalismo sin ponernos de acuerdo, ¿estas noticias les convence de hacer lo posible? ¿Es suficiente para persuadirnos, ante tantas razones y obstáculos que tenemos en contra, para no tener alguno o más hijos?

Las alertas seguirán apareciendo y, conforme la tendencia de caída en la natalidad continúe, podríamos esperar reacciones de los gobiernos del mundo por contrarrestarla. Lo cual nos pone una tarea, queridas y queridos camaradas generacionales: hablar más conscientemente sobre qué vamos a hacer. No prometo una bandera clara en esta columna, pero sí, al menos, un mapa con cuatro perspectivas para pensarlo.

Las alternativas extremas del natalismo, que promueve el crecimiento poblacional a como dé lugar, y el antinatalismo, para quienes los humanos somos una plaga y debemos dejar de existir, me repelen. Ambas corren alto riesgo de promover el autoritarismo, pues implican un solo ideal reproductivo, en contra de esa libertad tan preciada, que tanto les ha costado a las luchas feministas asegurar, de decidir hacer o no familia cómo y cuando uno quiera —el Cuento de la Criada es una premonitoria advertencia sobre esto, así como ya tuvimos experiencias horribles de medidas autoritarias antinatalidad, como la extinta política de 1 hijo en China—.

Por otro lado, el natalismo es ciego frente al reto genuino de pensar que si en realidad podemos seguir creciendo indefinidamente en un planeta finito; mientras el antinatalismo es odioso ante el valor que tiene cualquier humano, incluyendo las generaciones futuras, en la lucha por un mundo mejor para nuestra especie.

Las apuestas desde la lucha feminista y el cosmpolitismo (en favor de la maternidad deseada, reorganizar el cuidado y eliminar las fronteras) pueden proponer soluciones desde un punto intermedio: mantener los derechos, instituciones, y tecnologías que nos permiten elegir no tener hijos, al tiempo que se crean incentivos para tener bebés, como redistribuir efectivamente las tareas de cuidado (dentro y fuera de la familia), fortalecer sistemas de educación y seguridad social, y relajar los controle migratorios. Pero una pregunta queda pendiente, si queremos fortalecer esta opción: ¿podremos sostener la autonomía reproductiva y la eliminación de las fronteras, aun si caemos en el estancamiento e incluso el colapso poblacional?

Sería sensato entonces abogar por un autocontrol consciente y democrático de la natalidad, como propone el filósofo Jorge Riechmann. Y aquí veo dos posibles posiciones, que llamaré gerencialismo y autonomismo poblacional. La primera supone que no debemos sacrificar el capitalismo, pero sí encontrar la forma de graduar su termostato. Buscaría modificar los incentivos de acuerdo a cómo va evolucionando el crecimiento económico, para poder modificar las tasas de natalidad sin salirnos del curso de las economías y Estados modernos tal como las hemos estado viviendo en los últimos siglos.

El autonomismo, por su parte, defendería la libertad colectiva de las generaciones para irse por donde a bien tengan, entre los incentivos y desincentivos disponibles que podamos garantizar establemente; incluso, admitiendo la posibilidad enigmática de dejar de crecer y, por ende, el fin del capitalismo.

El futuro es completamente incierto. Sin embargo, la ONU sigue proyectando que la población mundial alcanzará un pico entre 2060 y 2100, cuando comenzará a decrecer. ¿Qué postura nos prepararía mejor hasta entonces? No tengo argumentos fuertes, aunque debo reconocer que mis afectos están con la opción anticapitalista, por el evidente cariño que le tengo. Tal vez la defienda en una futura columna.

De lo que estoy seguro es que debemos encontrarnos como generaciones del siglo XXI para hablar de estas posibilidades. Y ustedes, ¿son natalistas, antinatalistas, gerencialistas o autonomistas?

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