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La idea de nación es linda. Pero creo, como ciudadana estadounidense, que mientras subsista el miedo, la idea seguirá siendo solo eso

La idea de nación es linda. Pero creo, como ciudadana estadounidense, que mientras subsista el miedo, la idea seguirá siendo solo eso

Aunque nací y viví mi infancia en Colombia, me mudé a Estados Unidos en 2006, donde me convertí en ciudadana casi siete años después. Todavía recuerdo aquel día como si hubiese sido ayer.

En una pequeña sala pasaban un video corto sobre la historia de Estados Unidos y la inmigración. No recuerdo con perfección cada imagen, pero sí el mensaje principal: «este ha sido un gran país para los inmigrantes».

La gente a mi alrededor sonreía y lloraba. Era un momento emocionante que sin duda marcaba nuestra integración a Estados Unidos: el momento en el que dejábamos de ser residentes para convertirnos en ciudadanos.

En aquel instante no sabía qué sentir. Una parte de mí compartía ese sentimiento de emoción al recordar la lucha y el sacrifico que mis papás habían hecho al haber dejado atrás su vida en Colombia en busca del «sueño americano». Y a la vez, no podía dejar de pensar que mientras yo celebraba, millones de inmigrantes indocumentados vivían con ansiedad y miedo a ser deportados. Justo en ese momento era parte de un grupo universitario que defendía los derechos de los inmigrantes y la semana anterior había participado en una protesta para pedirle al gobierno estatal que facilitara el proceso de licencias de conducción para los residentes indocumentados de Rhode Island.

A pesar de las imágenes de inmigrantes sonrientes en la pantalla frente a mí, era imposible negar el sufrimiento de los mexicanos que hicieron parte del programa de Braceros, los campos de concentración para ciudadanos y residentes de origen japonés durante la segunda guerra mundial, la ley de 1882 que restringía la entrada de trabajadores chinos, el rechazo antisemita y aislacionista de barcos con migrantes europeos judíos que escapaban el Holocausto, entre otros momentos históricos, en los que la «grandeza» de Estados Unidos era realmente cuestionable.

Donald Trump ganó las elecciones apelando precisamente a esta misma grandeza, con su eslogan «Make America Great Again». Las primeras semanas de la presidencia Trump se caracterizaron por órdenes ejecutivas en materia de inmigración como las que recordé aquel día. La revocación de visas, la promesa de construir el muro en la frontera con México y el veto de entrada para ciudadanos de siete países con poblaciones mayoritariamente musulmanas generaron una fuerte controversia. Sin embargo, esta no es la primera vez que el país viola los derechos de los inmigrantes y en especial, los de aquellos que no son blancos. El discurso de Trump visibiliza el racismo y la xenofobia, pero esta narrativa no es nueva.

Este momento geopolítico nos ha llevado a preguntar quiénes somos, quien pertenece y quién no. Trump y su gabinete continúan perpetuando la imagen tradicional de un Estados Unidos blanco. No hay que hacer una búsqueda en Google para confirmar que la pablara «América» en el eslogan de Trump no se refiere a todo un continente, sino a un país donde el derecho constitucional protege el hecho de portar armas y donde el águila calva y la Estatua de la Libertad son símbolos usados tradicionalmente para construir la identidad nacional.

En muchos casos, estos símbolos han sido usados no solo para consolidar una identidad, sino para representar un nacionalismo que se declara superior a los demás. Este es el famoso «excepcionalísimo americano» a través del cual Estados Unidos se ha jactado por décadas de ser un país excepcional, único y merecedor de la admiración universal. Cuando regresé de la ceremonia de ciudadanía, mi compañera de cuarto en esa época me dijo sin ningún rastro de ironía: «Ya eres ciudadana del mejor país del mundo».

Sin embargo, estos imaginarios de lo que es «americano» no son absolutos. El proceso de construcción de identidad nacional es inevitablemente un campo de disputas y tensiones. El momento actual ejemplifica cómo la definición tradicional de «América» desconoce las múltiples formas y experiencias que también buscan definir «lo americano».

De la misma forma como los símbolos nacionales se pueden utilizar para excluir, también pueden ser reapropiados y reclamados. Durante las protestas que han ocurrido alrededor del país en contra de Trump y sus políticas, una narrativa fuerte ha marcado la oposición: esto no es América. América es una tierra de inmigrantes, el famoso « melting pot» donde personas de distintos orígenes nacionales, etnias y razas han encontrado y formado un hogar.

En las imágenes que acompañaron la marcha de mujeres en Washington D.C el día después de la inauguración se podían ver mensajes como:

«We the People, Are Greater Than Fear.» – «Nosotros el pueblo somos más grandes que el miedo».

«We the People, Defend Dignity.» – «Nosotros el pueblo defendemos la dignidad».

«We The People, Protect Each Other.» – «Nosotros el pueblo nos protegemos el uno al otro».

Estas pancartas jugaban con la idea de «Nosotros el pueblo», la primera línea de la Constitución estadounidense.  Las imágenes mostraban mujeres de color, de origen árabe, latino, indígena y negro. El mensaje le daba un giro al concepto de identidad nacional.

Las imágenes de la marcha, aunque criticadas por algunos, trataban de reclamar la identidad americana. Una de las más controversiales, la de una mujer musulmana con una bandera americana como hiyab, era un símbolo de resistencia: «Nosotras también pertenecemos aquí.» Aunque muchas mujeres no se sientan cómodas con la idea de cubrir sus cuerpos con el mismo símbolo que ha sido utilizado para oprimirlas, otras utilizan la bandera para reclamar su sentido de pertenencia.

Encuentro estos ejemplos geniales porque mi propia experiencia me ha llevado a entender esa identidad americana como algo en constante movimiento, algo que no se define como un monolito estático.

Cuando era pequeña, a mi abuelo (que ahora también es ciudadano estadounidense) le encantaba repetirme una frase de la Constitución de Estados Unidos:

«Sostenemos que estas verdades son sagradas e innegables; Que todos los hombres son creados iguales e independientes, que de esa misma creación derivan derechos inherentes e inalienables, entre los cuales están la preservación de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad; ...:»

Me gusta pensar que mi segunda patria es aquella donde existe el derecho a la búsqueda de la felicidad. Pero mientras Estados Unidos siga definiéndose por su miedo y odio, veo esta idea de nación cada vez más lejos de la realidad.

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