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Tiene razón el publicista Carlos Duque en que la paz está en cierta forma “santificada”, pues está profundamente asociada con la figura del presidente Santos. Y esto es problemático al menos por dos razones.

Tiene razón el publicista Carlos Duque en que la paz está en cierta forma “santificada”, pues está profundamente asociada con la figura del presidente Santos. Y esto es problemático al menos por dos razones.

Primera, porque la discusión política sobre la paz tiende a polarizarse, pues queda atrapada por el enfrentamiento entre Santos y Uribe, lo cual impide un debate ciudadano reposado sobre las bondades y los límites del acuerdo de paz. Quien defienda el acuerdo es acusado por los opositores de ser un áulico pagado por el gobierno Santos; y quien exprese críticas al acuerdo es tildado de furibista enemigo de la paz. Pero no es así, pues uno puede apoyar el acuerdo de paz, pero ser crítico de las otras políticas gubernamentales. O alguien puede tener temores razonables frente al acuerdo sin por ello ser un guerrerista.

Segunda, porque la santificación de la paz mina el respaldo ciudadano a la paz debido a la impopularidad actual del Gobierno; hay muchos colombianos que quieren la paz negociada y piensan que el acuerdo de La Habana es razonable, pero no están entusiasmados en votar favorablemente el plebiscito, pues sienten que sería darle un espaldarazo a un gobierno que rechazan.

Varios actores y factores han contribuido y siguen contribuyendo a que haya ocurrido esta santificación de la paz.

La escogencia del plebiscito como mecanismo para refrendar el acuerdo de paz ha contribuido al fenómeno, pues en Colombia se entiende que un plebiscito es un respaldo o rechazo de una política gubernamental, con lo cual queda reforzada la idea de que el plebiscito es un respaldo o rechazo a Santos. Pero no es así, pues quien vota sí en el plebiscito está refrendando el acuerdo alcanzado entre el gobierno Santos y las Farc, pero no está expresando un apoyo global al gobierno Santos.

Uribe, por su parte, alimenta permanentemente esa “santificación” de la paz, pues le permite un enfrentamiento simultáneo contra Santos y contra el proceso de La Habana. Y piensa que esa polarización le brinda réditos políticos, pues recoge al mismo tiempo la oposición al gobierno de Santos y los temores y odios de muchos colombianos contra las Farc.

El propio gobierno ha contribuido en ocasiones en la santificación de la paz, porque al reclamar sus méritos en el éxito del proceso, lo cual es entendible y justo, tiende muchas veces a minimizar que el logro de la paz sería ante todo un esfuerzo y un mérito colectivos, al cual han contribuido muchos otros actores, fuera del Gobierno.

Si logramos la paz, como muchos queremos, es claro que el presidente Santos habrá tenido un papel decisivo en el logro de ese propósio nacional. Ese mérito nadie podrá negarlo y deberá serle reconocido. Pero si queremos un debate más democrático sobre el acuerdo de paz y que crezca el entusiasmo por la paz, tenemos que esforzarnos por revertir la santificación de la paz, para lo cual es necesario diferenciar entre la discusión del acuerdo de paz y el debate sobre el conjunto de políticas de Santos. Y el propio Gobierno debería dar pasos claros en esa dirección.

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