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Y indicaba que las señales de «no se vende» apuntaban a algo más que la constante posibilidad de robo. También señalaban el problema estructural de distribución de la tierra y acceso a la propiedad en el país.

Y indicaba que las señales de «no se vende» apuntaban a algo más que la constante posibilidad de robo. También señalaban el problema estructural de distribución de la tierra y acceso a la propiedad en el país.

A menudo tenían el tamaño de grandes vallas, como si quisieran gritar a los cuatros vientos el hecho de no estar para la venta.  La mayoría de ellos se asomaban sobre potreros vacíos cubiertos de pastos o matorrales. Estaba profundamente confundida.  Había visto señales de “Se vende” en todo el mundo, letreros de “Se arrienda” e incluso de avisos de “Se permuta” en Cuba cuando la compra y venta de viviendas aún estaban prohibidas. Pero ¿por qué alguien anunciaría que su lote NO se vende?

Algunas preguntas a amigos me iluminaron un poco el asunto. Estos letreros estaban para  evitar el robo, me dijeron. Los criminales podían venir y vender un lote que no les pertenece a cualquiera que estuviera dispuesto a comprarlo, y cuando que el verdadero propietario se diera cuenta, el criminal sería cosa del pasado. Esto podría meter tanto al propietario como al comprador inocente en serios problemas legales. Y esta situación era particularmente posible con predios rurales en gran parte vacíos como los que yo había visto, dijeron, ya que los dueños no viven allí o, en algunos casos, ni siquiera los supervisan con frecuencia. Estas conversaciones me revelaron un entendimiento de que los signos de «No se vende» esencialmente eran estrategias de prevención del delito.

Con el tiempo, sin embargo, llegué a comprender que estos signos de «no se vende» también revelaban algo más profundo y estructural sobre el acceso a la propiedad en Colombia. Los letreros se encontraban ocasionalmente en los centros urbanos –incluso vi uno hace poco en un edificio histórico en ruinas en una de las principales avenidas de Bogotá- pero eran mucho más comunes en las zonas rurales. En los sectores rurales en donde trabajo, los letreros se ubican en parcelas vacías, que eran propiedad de grandes terratenientes o corporaciones. Los lotes estaban raramente, si alguna vez, en uso activo. En un país en el que el coeficiente de Gini de la tierra en el año 2009 fue .863 – donde 1 se define como perfecta desigualdad, este coeficiente indica una distribución extremadamente desigual de la tierra – el hecho de que haya grandes terratenientes con parcelas vacías es poco sorprendente. Y indicaba que las señales de «no se vende» apuntaban a algo más que la constante posibilidad de robo. También señalaban el problema estructural de distribución de la tierra y acceso a la propiedad en el país, donde los terrenos vacíos en áreas fértiles  cumplían una función en gran parte especulativa, incluso en la medida en que el número de campesinos sin tierra en Colombia permanecía elevado. Un colega me comentó sobre un juego de palabras para el tema  de «No se vende» que muestra esta relación: «No Se Vende, Se Engorda», refiriéndose a la gordura de la cartera que viene con la especulación de la tierra.

La semana pasada, el New York Times publicó una investigación sobre empresas fantasmas de bienes raíces que han realizado transferencias fraudulentas de las escrituras en casas de la ciudad de Nueva York. Como los potenciales ladrones imaginarios de lotes que «No se venden» en Colombia, estas empresas fueron diseñadas para vender a terceros propiedades que no pertenecían a ellos, se embolsaban la ganancia y dejaban a los propietarios viendo un chispero. Algunos de los casos revisados por el Times involucraban a dueños que, en efecto, habían vendido voluntariamente sus casas a estas empresas, con la promesa de que las empresas les proporcionarían el alivio completo de sus hipotecas. Estas promesas nunca se cumplieron, y muchos propietarios se quedaron sin hogar y en deuda con sus acreedores. Las compañías fantasma a menudo apuntaban específicamente a los propietarios que estaban quedados en el pago de sus hipotecas, usando su vulnerabilidad financiera para engañarlos y hacerlos traspasar la propiedad de sus hogares.

Como en Colombia, este fenómeno no sólo apunta a la existencia de un tipo particular de práctica criminal, sino también a una cuestión más estructural de la propiedad en Nueva York y los Estados Unidos, en términos más generales. Más importante aún, muestra la complicada relación entre la propiedad y las deudas.

La crisis financiera de 2008 llevó al derrumbe de la burbuja inmobiliaria, seguida por una ola masiva y permanente de las ejecuciones hipotecarias. En los ocho años siguientes, cerca de 5 millones de casas fueron objeto de ejecuciones hipotecarias.  Si bien cierta parte de este problema se concentró en los prestamos no preferenciales a los propietarios de vivienda (por ser vistos como créditos más riesgosos), un estudio de la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER por sus siglas en inglés) demostró que 656.003 más prestamistas preferenciales que no preferenciales fueron objeto de ejecuciones hipotecarias entre 2009 y 2012. Este estudio identifica como factor principal en los resultados de la ejecución hipotecaria el «saldo negativo», que es la deuda que se produce cuando el valor de mercado de una casa cae por debajo de la cantidad pendiente de hipoteca por parte del propietario.

 Esto significa que el problema subyacente a las ejecuciones hipotecarias no era simplemente las practicas riesgosas en los prestamos, sino una relación estructural más básica entre la deuda y la vivienda,  que llevó a millones de propietarios estadounidenses a profundas dificultades financieras. Esta relación entre la deuda y la propiedad de la vivienda creó las condiciones para las prácticas criminales descritas en la investigación del New York Times. Un informe de 2014 sobre este problema es más explícito sobre las condiciones subyacentes de  la deuda que hacen posibles estas prácticas, denominando las transferencias de escritura como  «estafas de rescate de ejecución hipotecaria.»

Es fácil ver la transferencia fraudulenta de escrituras en Colombia y los Estados Unidos como una cuestión de delincuencia, para lo cual la solución son los letreros de “No se Vende”, o educación pública sobre las estafas inmobiliarias. Pero la existencia  misma de estas estafas señala las condiciones que las hacen posibles: los problemas estructurales de acceso a la propiedad, ya sea por la distribución o la deuda. Se requerirá más que un letrero de “No se vende” para solucionarlo.

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