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Lo que pasó con las miles de toneladas de ñame represadas en Montes de María demostró que no hubo planeación del Gobierno, ni monitoreo de la producción rural ni de las alianzas productivas, lo que acabó convirtiendo el trabajo campesino en un fracaso del mercado.

Lo que pasó con las miles de toneladas de ñame represadas en Montes de María demostró que no hubo planeación del Gobierno, ni monitoreo de la producción rural ni de las alianzas productivas, lo que acabó convirtiendo el trabajo campesino en un fracaso del mercado.

Reconforta la solidaridad desatada por los campesinos montemarianos y la campaña de venta masiva de ñame en Cartagena, en la que participó la autoridad departamental y organizaciones locales. Impacta el poder de las redes sociales (para el bien) y demuestra que es posible y necesario usarlas en la tarea de reducir brechas entre el campo y la ciudad.

Como es de sobra conocido, hay miles de toneladas de ñame represadas en las casas de campesinos de Montes de María que no tienen comprador y corren el riesgo de perderse.

Para paliar la crisis, ahora es urgente vender (aun a bajo precio), pagar los créditos hechos para sembrar y, si queda algo, pensar en recuperar lo invertido. Por eso la iniciativa del Ñametón hay que apoyarla.

Esta situación se presenta en medio de la lucha por la supervivencia luego de la muerte de más de 7.000 hectáreas de aguacate y de aguantar un fenómeno de El Niño que en el 2015 produjo una sequía apocalíptica que desplazó a muchos habitantes rurales.

No vamos a hablar de la guerra, que puso la peor cuota en la tragedia de la región.

Todo eso fue agravado por la incapacidad del Estado para proveer los bienes públicos necesarios para garantizar que la producción campesina sea rentable y no solo de subsistencia cuando les va bien. No es un asunto de asistencialismo. Si algo demuestra el caso del ñame es la alta productividad del campesinado, pero necesitan mercado y mercadeo para poder exportar los excedentes, buenas vías, entre otras, para competir en condiciones adecuadas.

Por eso, es deber de las autoridades locales preguntarse cómo se llegó a esta situación, además de las justas quejas al Ministerio de Agricultura.

Después de escuchar a organizaciones campesinas, parece claro que no hubo planeación, ni monitoreo de la producción rural ni de las alianzas productivas, lo que acabó convirtiendo el trabajo campesino en un fracaso del mercado. Fracaso que puede usarse como argumento para promover alianzas con grandes capitales “porque estos sí hacen rentable el campo”

Si ese rumbo no se corrige, vamos a vivir de Ñametón en Ñametón. El producto que hoy animadamente compra la gente es el del primer semestre, la ‘primera’ que llaman los campesinos, y ya se acerca ‘la segunda’, otra cosecha con más toneladas que en lugar de esperanza generará angustia en miles de familias campesinas. Lo mismo ocurre con otros productos como plátano, yuca y maíz.

Es urgente acompañar desde el Gobierno a la agricultura campesina, no solo al momento de producir, sino priorizando inversiones en bienes públicos básicos, identificando y gestionando mercados, aprendiendo de las oportunidades que salen de esta crisis; si no es así, el éxito del Ñametón será apenas un bonito recuerdo.

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