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Esta semana, Colombia enfrentó tres escándalos indignantes, al menos para quienes queremos una mejor democracia. | EFE

La imputación de cargos contra Oscar Iván Zuluaga, la recepción multitudinaria y apoteósica del “Ñoño” Elías en Sahagún y la negativa de Planeta, sin dar ninguna razón convincente, a publicar el libro La Costa Nostra de Laura Ardila. Estos tres escándalos parecen desconectados, pero tienen un vínculo profundo: el Consejo Nacional Electoral (CNE).

La imputación de cargos contra Oscar Iván Zuluaga, la recepción multitudinaria y apoteósica del “Ñoño” Elías en Sahagún y la negativa de Planeta, sin dar ninguna razón convincente, a publicar el libro La Costa Nostra de Laura Ardila. Estos tres escándalos parecen desconectados, pero tienen un vínculo profundo: el Consejo Nacional Electoral (CNE).

Esta semana, Colombia enfrentó tres escándalos indignantes, al menos para quienes queremos una mejor democracia: i) la imputación de cargos contra Oscar Iván Zuluaga, con pruebas fuertes, por haber recibido dineros de Odebrecht durante su campaña presidencial de 2014, cuando casi gana; ii) la recepción multitudinaria y apoteósica, en Sahagún, del “Ñoño” Elías, a pesar de estar condenado por hechos muy graves de corrupción; y iii) la negativa de Planeta, sin dar ninguna razón convincente, a publicar el libro La Costa Nostra de Laura Ardila sobre el poderoso clan Char, a pesar de que el texto ya estaba listo y que periodistas de mucha trayectoria, como Juanita León, habían avalado su importancia y rigor.

Estos tres escándalos parecen desconectados, pero tienen un vínculo profundo: el Consejo Nacional Electoral (CNE).
El CNE tiene una función trascendental: vigilar y controlar la actividad de los partidos y las fuerzas políticas, a fin de garantizar que las elecciones sean limpias y no estén influidas por fuerzas indebidas. Pero su diseño institucional es desastroso: sus nueve “magistrados” son elegidos por el Congreso cada cuatro años, por lo cual el CNE, que en principio debe vigilar a los partidos, en realidad es un botín de estos, en especial de los mayoritarios. Los vigilados controlan entonces al órgano que supuestamente debe vigilarlos. Fantástico.

Por este diseño, en general el CNE no ha ejercido apropiadamente su función de vigilancia, a pesar de los esfuerzos de algunos pocos magistrados decentes, sino que se ha dedicado a proteger a las fuerzas políticas mayoritarias, lo cual ha facilitado la recurrente comisión de graves irregularidades electorales, tanto a nivel local como nacional. El caso Zuluaga lo ejemplifica: a pesar de que las evidencias de la entrada de dineros de Odebrecht a esa campaña ya eran fuertes, en 2017 el CNE decidió archivar la investigación, con ponencia del hoy Defensor del Pueblo, Carlos Camargo, y apoyado por el hoy registrador, Alexander Vega. Y, colmo de la desvergüenza, el CNE, que no ejerció sus funciones, se presenta ahora como víctima en la investigación penal contra Zuluaga.

Esta debilísima vigilancia del CNE ha facilitado así la perpetuación de redes de clientela y de clanes electorales, que logran adquirir apoyo popular en sus territorios, por cuanto estos políticos locales, que actúan con complicidades nacionales, al ganar las elecciones se apropian de recursos públicos que distribuyen generosamente entre sus electores, precisamente para perpetuar su poder político. No resulta entonces tan misterioso que el “Ñoño” Elías sea recibido como un héroe en Sahagún pues mucha gente se ha beneficiado de sus favores, pagados en el fondo con dineros públicos.

Finalmente, estos clanes electorales no son una pura anécdota local, sino que pueden convertirse en fuerzas poderosas y decisivas incluso a nivel nacional, como lo es hoy el llamado Clan Char. Y por eso una importante casa editorial con presencia en muchos países, como Planeta, prefiere asumir enormes costos reputacionales y vetar una investigación periodística rigurosa, como la de Laura Ardila, que enemistarse con esa “Costa Nostra”.

La corrupción política y el clientelismo están alimentados en Colombia por mútilples factores, como nuestra propia cultura política y la impunidad judicial, pero el pésimo diseño del CNE es uno de los centrales. Por eso, si no queremos quedarnos en la pura indignación y no queremos que se repitan escándalos como los de esta semana, es imperativa, como lo han dicho todos los expertos, la reforma del CNE para sacarlo de las garras de los partidos. Si no lo hacemos, no nos lamentemos después que esos escándalos vuelvan.

(*) Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.

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