Optar por la esperanza
Ana María Ramírez agosto 9, 2016
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En un mundo estremecido, el proceso de paz en Colombia despierta esperanza. A lo largo de la historia reciente los colombianos hemos sido exportadores de malas noticias más que de esperanza. Pareciera que, con el proceso de paz, esto estuviera cambiando.
En un mundo estremecido, el proceso de paz en Colombia despierta esperanza. A lo largo de la historia reciente los colombianos hemos sido exportadores de malas noticias más que de esperanza. Pareciera que, con el proceso de paz, esto estuviera cambiando.
“Una Colombia en paz debe tener memoria, coraje y esperanza: memoria de la historia recibida, coraje para afrontar el presente y esperanza hacia el futuro” (Papa Francisco)
En una actividad organizada por Dejusticia el año pasado, la profesora Kathryn Sikkink nos preguntó a los asistentes si creíamos que la situación de derechos humanos en el mundo mejoraría, empeoraría o se mantendría igual. Treinta papelitos recogieron las respuestas de representantes de Nigeria, Sudáfrica, Kenia, India, Birmania, Egipto, Turquía, Brasil, Argentina, Perú, México y Colombia y su tabulación dio un resultado inesperado. Había una mayoría que opinaba que la situación mejoraría. Sin embargo, esto no sorprendió a la conferencista quién no dudó en atribuirlo a la sobre representación de colombianos en el grupo.
Al parecer la actual coyuntura y la inminencia de la firma de los acuerdos del proceso de paz nos había inyectado de optimismo y de polarización hacia el lado positivo lo que me generó mucha satisfacción. Siempre he sido una persona muy optimista y si es cierto que en mi cuarto de siglo de vida no he podido conocer una sola semana sin una noticia de violencia grave en mi país, también es cierto que en los últimos cuatro años he percibido claramente una disminución de las noticias malas relacionadas con el conflicto. La guerrilla de las FARC y el gobierno colombiano, rivales históricos, cumplen más de cuatro años de negociaciones para terminar el conflicto armado más antiguo de América Latina, el cual ha dejado más de 220.000 muertos y ocupa el segundo puesto más alto de personas desplazadas.
Mientras tanto, el mundo está muy convulsionado y el primer semestre de 2016 ha sido especialmente difícil por las diferentes y complejas situaciones de inseguridad y violencia. Sólo para nombrar algunas: el tiroteo en la discoteca en Orlando, los atentados terroristas en Francia, el golpe militar en Turquía, la crisis en Venezuela, el ataque a las instalaciones para personas en situación de discapacidad en Japón, el peor bombardeo en Irak, el bombardeo a un hospital de maternidad en Siria, la salida del Reino Unido de la Unión Europea…
En todas partes se respira un ambiente de amenaza y desesperanza y no es raro que esta serie de eventos fortalezca los mensajes y actitudes radicales. El discurso del miedo se ha impuesto en la escena global y ha ganado mucha popularidad debido a que los hechos de violencia generan fuertes sentimientos de frustración que llevan a buscar una respuesta agresiva en reemplazo de la esperanza.
En un mundo estremecido, el proceso de paz en Colombia despierta esperanza, sentimiento que hay que poner al servicio del cambio que esperamos. A lo largo de la historia reciente los colombianos hemos sido exportadores de malas noticias más que de esperanza. Parecería que, con el proceso de paz, esto estuviera cambiando.
Barack Obama en su discurso de aceptación de la presidencia en 2012 define esperanza como:
I’m not talking about blind optimism, the kind of hope that just ignores the enormity of the tasks ahead or the roadblocks that stand in our path. I’m not talking about the wishful idealism that allows us to just sit on the sidelines or shirk from a fight. I have always believed that hope is that stubborn thing inside us that insists, despite all the evidence to the contrary, that something better awaits us so long as we have the courage to keep reaching, to keep working, to keep fighting.
[No estoy hablando de optimismo ciego, del tipo de esperanza que simplemente ignora la magnitud de las tareas por delante o de los obstáculos que se interponen en el camino. No estoy hablando del idealismo deseoso que nos permite hacernos de lado o eludir la pelea. Siempre he creído que la esperanza es esa cosa terca dentro de nosotros que insiste, a pesar de toda la evidencia contraria, en que algo mejor nos espera siempre y cuando tengamos el valor para seguir alcanzando, seguir trabajando y seguir luchando.]
Esta definición resulta muy adecuada para el caso colombiano ya que además de reconocer la inmensidad de la tarea, sugiere que la meta implica grandes cantidades de esfuerzo y trabajo. La paz no es una ilusión vacía. Además, el discurso de Obama rescata una cualidad muy colombiana, la persistencia, la cual a lo largo del conflicto no ha logrado ser eliminada por la violencia. La persistencia de los movimientos sociales, de los líderes sociales, de las víctimas del conflicto…
Sin embargo, ¿Cómo convertir la esperanza en realidades tangibles? ¿Cómo mantener la esperanza como motor que impulse el proceso para consolidar la paz?
Los acuerdos logrados en la mesa de negociaciones respecto de temas como tierras y participación política, que sin ser perfectos son posibles, son un muy buen indicio de cómo materializar la esperanza en un futuro proceso de implementación real. Porque, además de la paz, la esperanza es el otro cimiento de una Colombia más plural y equitativa.
Todo parece indicar que uno de los pocos territorios de este planeta en donde se está trabajando en la dirección de la esperanza y la paz es Colombia, como si quisiéramos llevarle la contraria al resto del mundo. Sin embargo, estamos apenas sembrando un retoño de paz extremadamente frágil que necesita muchísimo cuidado y protección. Sabemos que tardará muchos años en convertirse en una realidad solida y fortalecida pero no dudamos que vamos por el camino correcto aunque apenas estemos dando los primeros pasos.