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En realidad, el bienestar e incluso la felicidad dependen, una vez satisfechas las necesidades básicas de la existencia, de cosas simples que no tienen precio, como los afectos recíprocos entre familiares y amigos. | Freepik

Lo que digo es que hay que sospechar de nuestro usual orden de prioridades, estar atentos al valor de las cosas simples (sin precio) que tenemos a la mano y que solo apreciamos en momentos de crisis.

Lo que digo es que hay que sospechar de nuestro usual orden de prioridades, estar atentos al valor de las cosas simples (sin precio) que tenemos a la mano y que solo apreciamos en momentos de crisis.

Joshua Bell es un violinista estadounidense mundialmente reconocido. En 2007, vestido de jeans y camiseta, se fue a tocar en una estación del metro de Nueva York; allí interpretó, durante 45 minutos, piezas de J. S. Bach. Más de mil personas pasaron frente a él; unos pocos se detuvieron y algunos le dieron algo de dinero. Al final de la jornada recolectó 27 dólares. Sólo una persona reconoció su verdadera identidad, pero estaba afanado y siguió. Días antes había tocado el mismo repertorio en el Symphony Hall de Boston; un concierto que vendió entradas a 100 dólares o más. En 2014 hizo el mismo experimento con resultados similares.

A veces necesitamos de una sacudida para ver las cosas valiosas que tenemos cerca, para cambiar nuestro orden de prioridades. La pandemia actual puede ser ese sobresalto: quienes estamos confinados con lo necesario para sobrevivir (un grupo relativamente privilegiado) quisiéramos caminar, sentir el viento fresco del aire en las montañas, conversar con los amigos, abrazar y besar a los seres queridos que están fuera. También sabemos que cuando regresemos a la normalidad, extrañaremos los trabajos manuales que hemos hecho, apreciaremos más el tiempo libre, tendremos más admiración por los científicos y quizás extrañaremos algo de la vida simple, introspectiva y lenta que tuvimos.

Vivimos en una sociedad que nos acostumbró a creer que el valor de las cosas depende exclusivamente del precio que tienen en el mercado (la publicidad martillea con esa idea todos los días). Pero ese parangón no siempre es cierto. Algunas corrientes en economía distinguen entre valor de uso y valor de cambio. Un reloj, por ejemplo, da la hora y ese es su valor de uso; su valor de cambio es el precio. En una economía ideal el precio de las cosas debería estar asociado al uso que tienen. Pero no es así. Un reloj marca “gato” puede dar la hora con una precisión igual a la de un Rolex, pero vale millones de pesos menos. Como nos acostumbramos a tasar todo a partir de precios, dejamos de ver muchas cosas valiosas que no cuestan nada o muy poco. Pero cuando reducimos radicalmente el consumo de cosas no esenciales (viajes, carros, ropa, tecnología), como ocurre ahora con esta pandemia, vemos que nuestro bienestar no se malogra y, además, descubrimos el valor de muchas otras cosas que nos hacen felices.

Las distinciones que hacemos entre lo valioso y lo inútil, como lo muestra el experimento de Bell, no siempre están bien fundadas; a veces son producto de la inercia con la que tasamos todo lo que nos ocurre, una inercia propiciada por la sociedad de consumo. En realidad, el bienestar e incluso la felicidad dependen, una vez satisfechas las necesidades básicas de la existencia, de cosas simples que no tienen precio, como los afectos recíprocos entre familiares y amigos.

Esto que digo parece extraído de un manual de autoayuda (como de Paulo Coelho), pero no es así. En esos manuales también se dicen cosas ciertas, lo que pasa es que se sacan conclusiones falsas, como que la felicidad solo depende de la actitud y cosas por el estilo; la mente no puede con todo y hay muchas cosas imposibles. Lo que digo es que hay que sospechar de nuestro usual orden de prioridades, estar atentos al valor de las cosas simples (sin precio) que tenemos a la mano y que solo apreciamos en momentos de crisis. Lo mío no es un elogio de la llamada actitud positiva, sino de la duda.

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