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Los primeros días del nuevo gobierno de los Estados Unidos han producido conmoción en el mundo.

Los primeros días del nuevo gobierno de los Estados Unidos han producido conmoción en el mundo.

La peor versión de sus anuncios de candidato se han hecho
realidad rápidamente a partir de órdenes ejecutivas, la selección de su equipo
de gobierno, los enfrentamientos con gobiernos de otros países —incluyendo su
indignante posición frente a México—, y su forma de gobernar, que repite el
matoneo y falta de decencia democrática que caracterizó su campaña.

Uno de los aspectos más preocupantes de la ideología y
estilo de gobierno Trump es su ataque frontal contra los cimientos del orden
internacional construido a partir de la posguerra de la segunda guerra mundial.
Un modelo que, pese a estar lejos de ser perfecto (de hecho, es muy
imperfecto), se ha ido forjando como la mejor versión conocida de gobernanza
para enfrentar las amenazas a la paz y a la convivencia internacional.

La primera movida en este frente ha sido su ataque al
principio del multilateralismo, es decir, a la idea de que los Estados como
soberanos deberían esforzarse por encontrar soluciones conjuntas a problemas
colectivos. El diario New York Times tuvo acceso a un borrador de decreto que
señala que el gobierno revisará —con el ánimo de abandonar— todos los tratados
multilaterales que le incomoden, y optará por renegociar condiciones uno a uno,
en donde pueda más fácilmente imponer las condiciones de más poderoso.

Esta estrategia se complementa con la intención de erosionar
la institucionalidad internacional que busca mantener vigentes estos
principios. El mismo documento expresa que Estados Unidos pondrá en revisión su
contribución financiera a todo el sistema internacional, buscando reducirlo en
40 %, especialmente los fondos de Naciones Unidas que se destinan a labores
humanitarias. La revisión se hará con base estricta en los intereses del
gobierno. Es decir, los principios humanitarios internacionales cederán frente
a los intereses políticos. Si queda alguna duda al respecto, basta con ver las
declaraciones de la nueva embajadora ante la ONU que entró con el guayo arriba
diciendo que “tomarán nota” de todo Estado que no los apoye para tomar
represalias.

El tercer paso es la negación de los problemas globales y de
la base empírica que soporta su diagnóstico. El ejemplo más claro es el de los
efectos climáticos y ambientales del calentamiento global. Al negar su
existencia y sus efectos, el gobierno de Estados Unidos no solo promueve un
problema de acción colectiva (en donde cada uno al intentar salvarse por su
lado termina perjudicando a los demás y a sí mismo), sino que echa al traste la
promoción de investigación científica rigurosa, que ha sido una de las
principales fuentes de respuesta a los problemas colectivos de la comunidad
internacional.

Todo esto lleva a su último paso: la flagrante violación de
las normas básicas de esa comunidad. Una de ellas es la obligación de acogida y
protección de aquellas personas que buscan refugio frente a la persecución. La
otra es la prohibición absoluta de la tortura. Ambas han sido promulgadas como
un seguro atemporal y universal de la humanidad. Hoy los perseguidos son unos,
pero mañana podrían ser otros.

La lección de las cruentas guerras que ha vivido la
humanidad ha sido que por más poderoso que sea un Estado siempre será más
frágil y vulnerable si actúa como llanero solitario. Eso no ha cambiado, por
más realidades alternativas que se pretendan construir. Preservar estos pilares
debe ser la prioridad de un verdadero liderazgo mundial. Y eso es lo que
debemos exigir, como comunidad global, a nuestros gobiernos.

* Profesor Universidad Nacional de Colombia e investigador
de Dejusticia

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