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| Francisco Leal Buitrago (1939 – 2024) - Universidad de Los Andes

Un intelectual público que intervino en debates centrales en estas décadas, con lucidez e independencia y con grandes costos personales: recibió amenazas y tuvo que exiliarse durante unos años.

Un intelectual público que intervino en debates centrales en estas décadas, con lucidez e independencia y con grandes costos personales: recibió amenazas y tuvo que exiliarse durante unos años.

Francisco Leal, recientemente fallecido, fue el padre de la ciencia política en Colombia, porque Pacho (como le llamamos quienes tuvimos la alegría de conocerlo) combinó tres rasgos notables, que no es usual encontrar en una misma persona.

Primero, fue un gran investigador, que escribió obras fundamentales para comprender a Colombia. Disecó el funcionamiento del Congreso en una investigación con Gary Hoskin en los setenta, poco divulgada pero clave para comprender esta institución, vilipendiada pero esencial. Mostró en su libro clásico Estado y política en Colombia las profundas transformaciones de nuestro sistema político ocasionadas por el Frente Nacional: pasamos de partidos nacionales ligados por lealtades sectarias al ascenso de los caciques regionales clientelistas. Eso lo llevó a escribir, junto con Andrés Dávila, su libro sobre el clientelismo, que muestra su papel central en la articulación regional del sistema político. Sus estudios sobre las fuerzas militares y los problemas de seguridad son de los mejores: su obra La seguridad nacional a la deriva ganó el premio Ángel Escobar, que es un poco como nuestro Nobel criollo.

Pacho fue igualmente editor o coeditor de libros colectivos, de títulos sugestivos y que han marcado el debate colombiano, como los siguientes: Al filo del caos, de 1990, que analiza los enormes riesgos que corría la democracia colombiana en esos años; Tras las huellas de la crisis, de 1996, que discute la crisis durante el Gobierno Samper; En la encrucijada, de 2006, que mira los desafíos de Colombia en el siglo XXI.

Estos libros colectivos ponen en evidencia la segunda virtud de Pacho, que pude conocer personalmente porque participé en algunos de ellos: su capacidad para coordinar eficazmente equipos diversos en proyectos colectivos exitosos. Yo soy un procrastinador enfermizo, pero nunca le fallé un plazo a Pacho, quien era disciplinado, estricto y tenía un claro don de mando, tal vez heredado de su formación militar, pero igualmente era afectuoso y, sobre todo, haciendo honor a su apellido, muy “leal”. Esto hizo de Pacho un gran constructor de instituciones académicas. Por ejemplo, fundó y organizó el IEPRI de la Universidad Nacional y su revista Análisis Político, que vivieron durante su dirección una época de oro y en pocos años se volvieron un referente ineludible en los debates en Colombia, no sólo académicos sino públicos.

Y ese el tercer rasgo clave de Pacho: que no fue un académico enclaustrado en la universidad (que es también una opción legítima), sino un intelectual público que intervino en debates centrales en estas décadas, con lucidez e independencia y con grandes costos personales: recibió amenazas y tuvo que exiliarse durante unos años.

Este padre de la ciencia política fue además un personaje casi de novela. En el prólogo a sus memorias (Al paso del tiempo), un bello texto que permite comprender mejor a Pacho y al país, una de sus hijas, Claudia, describe algunos de sus rasgos más sorprendentes y encantadores: un ateo criado por curas, un militar que en plena Guerra Fría decide estudiar Sociología y se vuelve de izquierda, y un hombre que en esas épocas patriarcales se casa y comparte toda su vida con una mujer de carácter fuerte y feminista, como Magdalena León. Y yo agregaría que este exmilitar fue quien mejor mostró el error de tener una visión puramente castrense de la seguridad y de descargar el manejo del orden público exclusivamente en los militares. Por eso siempre estuvo comprometido, sin ingenuidades, con la paz, y compartimos esfuerzos en La Paz Querida.

La suya fue entonces una ciencia política al servicio de la paz y la democracia. Un abrazo solidario para su esposa y compañera Magdalena, sus hijas Claudia y Marta, y sus nietos Siena y Niko.

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