Palenque: celebrar y resistir
Vivian Newman Pont Octubre 22, 2016
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Varios buses repletos de gente en pinta dominguera pararon en la carretera a la entrada de San Basilio de Palenque.
Varios buses repletos de gente en pinta dominguera pararon en la carretera a la entrada de San Basilio de Palenque.
Era el pasado puente festivo y muchas caras alegres se bajaron dispuestas a caminar, los más pudientes a tomar mototaxi, para recorrer los seis kilómetros destapados que faltan hasta llegar a las fiestas. Mientras tanto, los tambores se preparaban para el festival que les rinde homenaje, desde la tarima ubicada en la única plaza pavimentada del pueblo. La plaza que une a los palenqueros como zona pacífica reconocida en una ordenanza de 2002, dando fe de que no necesitan ni siquiera policía para mantener el orden. La misma plaza vecina del colegio donde votaron en su gran mayoría a favor de los acuerdos de paz el pasado 2 de octubre.
La fiesta está animada por el Sexteto Tabalá y el maestro Rafael Cassiani Cassiani, quienes son una institución musical desde 1930. También están las Alegres Ambulancias encargadas del lumbalú de los palenqueros, un ritual de herencia africana con el que los vivos acompañan al recién fallecido a hacer su tránsito de la vida terrenal a la espiritual, por medio de cantos, rezos, baile y el toque del tambor. Pero también hay otras agrupaciones de María la Baja y en general de poblaciones aledañas de los Montes de María que tocan fandangos, champeta, bullerengue y sones varios.
La historia de Palenque como el primer pueblo de negritudes libres de América se la debemos a Benkos Biohó. Este príncipe africano, nacido donde hoy queda Guinea Bissau, se rebeló contra la esclavitud y huyó de su amo de Cartagena junto con un grupo de cimarrones de diversos pueblos. Empalizaron una zona en las faldas de los Montes de María y resistieron el embate de los españoles con su misma violencia, hasta que el gobernador de Cartagena tuvo que ofrecer la paz y así también evitar más cimarrones fugados. La paz fue traicionada y Benkos descuartizado, pero el palenque resistió hasta que terminó consolidándose y hoy en día es uno de los tres pueblos afros con título de propiedad colectiva de la tierra, junto con La Boquilla e Isla Grande.
Quizá porque su estrategia básica fue siempre desconfiar de la sociedad blanca y hacer resistencia, Palenque ha logrado mantenerse más o menos ajeno al conflicto. Ni ellos mismos conocen las razones, pero lo cierto es que tanto las guerrillas como los paramilitares han dejado a los palenqueros tranquilos.
A pesar de ser zona de convivencia pacífica bajo la protección de una guardia cimarrona no armada, no están exentos de verse afectados por la guerra que los rodea. Repetidamente han recibido población desplazada, como en aquella ocasión en que el colegio de bachillerato de los palenqueros les abrió sus puertas por meses a varias familias que llegaron con hijos, perros y burros, huyendo por causa de unos volantes de desalojo que recibieron en la Bonga, a sólo 15 minutos de San Basilio. Adoptaron a las familias y a los pocos meses ya tenían un barrio y compartían actividades del pueblo como cultivos en los patios de las casas, cría de cerdos y aves de corral y servicios varios al menudeo.
Esta semana se clausuraron las XXXI Fiestas de Tambores en Palenque, Mahates, a 44 kilómetros de Cartagena y al pie de los Montes de María: merecida celebración de una comunidad que se ha hecho a sí misma, recibiendo poco y ofreciendo mucho; ejemplo de resistencia de un pueblo que surgió de volver libre una condición esclava y pacífica una rebeldía.