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La decisión del gobierno del presidente Santos de no apoyar el ingreso de Palestina, como Estado, a las Naciones Unidas, no sólo me parece contraria a la justicia y al derecho internacional, sino también políticamente equivocada.

La decisión del gobierno del presidente Santos de no apoyar el ingreso de Palestina, como Estado, a las Naciones Unidas, no sólo me parece contraria a la justicia y al derecho internacional, sino también políticamente equivocada.

La decisión del gobierno del presidente Santos de no apoyar el ingreso de Palestina, como Estado, a las Naciones Unidas, no sólo me parece contraria a la justicia y al derecho internacional, sino también políticamente equivocada.

Sobre lo primero no voy a decir mucho. Ahí están los hechos (los casi cuatro millones de refugiados palestinos, los asentamientos ilegales de judíos en Cisjordania, la reducción del territorio palestino, la diáspora…), los documentos legales (el Plan para la Partición de 1947, los acuerdos de Oslo de 1990…) y las declaraciones políticas (el discurso del presidente Obama en El Cairo…) y muchas otras cosas que respaldan la decisión de Mahmud Abbás, presidente de la Autoridad Palestina, de intentar obtener el ingreso de su país en la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Si la justicia fuera suficiente para tomar buenas decisiones políticas, lo que he dicho hasta ahora bastaría para explicar mi segundo punto, es decir, que Colombia comete una equivocación al no apoyar las actuales pretensiones de los palestinos. Pero las razones de justicia no siempre son suficientes en política y menos en política internacional, y por eso hay que contemplar la posibilidad de tener que oponerse a una decisión justa cuando ésta afecta gravemente el interés nacional. Pues bien, lo peor es que, a mi juicio, en este segundo examen también salimos perdiendo. Doy tres razones para ello.

En primer lugar, la posición del gobierno del presidente Santos rompe con una larga tradición colombiana de neutralidad, legalidad, respeto de las resoluciones de Naciones Unidas y no alineamiento en el Medio Oriente. Esa tradición representaba un capital acumulado muy importante; un capital que no se podía dilapidar: tarde o temprano Colombia necesitará invocar el derecho internacional y el apego a las resoluciones de Naciones Unidas para defender sus intereses y cuando esto ocurra, la coherencia no estará de su lado.

En segundo lugar, la decisión va en contravía de lo querido por la gran mayoría de los países de América Latina. Colombia es miembro del Consejo de Seguridad (CS) y llegó a este cargo con el apoyo de los países de este continente. Nada raro tiene que esos países vean la posición de Colombia como una traición y, si eso ocurre, los esfuerzos hechos por el presidente Santos para restablecer las relaciones con nuestro vecindario habrán sido en vano.

En tercer lugar, todo indica que, con esta posición, Colombia se monta en el vagón de los perdedores. Si Naciones Unidas acepta las pretensiones de Palestina, Obama perderá buena parte de la credibilidad que le queda (no mucha) en la región. En relación con Netanyahu, su aislamiento y su desprestigio —después de haber perdido sus tres grandes aliados: Egipto, Jordania y Turquía— no pueden ser mayores. Más aun, si los palestinos se salen con la suya en la ONU y los Estados Unidos utilizan su veto en el CS (con el apoyo de Colombia) para bloquear sus pretensiones, les daremos razones a los fundamentalistas musulmanes para difundir su odio contra Occidente y, en particular, contra nosotros. En estas circunstancias, y en un mundo como el que tenemos hoy, nada tendría de raro que termináramos siendo víctimas del terrorismo globalizado.

En relaciones internacionales es frecuente que los países tomen decisiones moralmente impresentables cuando se trata de defender su interés nacional; lo que no tiene ningún sentido es tomar una decisión impresentable que, además, va en contravía de nuestros intereses.

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