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Mujeres crisis climática

La conversación sobre igualdad de género y la crisis climática es vital y las mujeres tenemos mucho que decir al respecto. | Aaron Ufumeli, EFE

Atender a la participación de las mujeres de cara a la conversación sobre igualdad de género y cambio climático pasa también por reflexionar sobre el problema de la exclusión de las mujeres en el sector ambiental.

Atender a la participación de las mujeres de cara a la conversación sobre igualdad de género y cambio climático pasa también por reflexionar sobre el problema de la exclusión de las mujeres en el sector ambiental.

«¿Por qué es vital la #IgualdadDeGénero para enfrentar el #CambioClimático?» Este fue el título de un evento realizado el pasado 7 de abril en el marco de la Estrategia 2050 (la hoja de ruta de Colombia hacia la carbono-neutralidad) en el que no participó una sola mujer. Si bien el evento contaba con solo dos invitados, para una conversación se necesitan dos, y considerar la paridad no era un por menor teniendo en cuenta el tema que le correspondía. Este tipo de eventos compuestos por sólo hombres, popularmente denominados como “máneles”,  nos recuerdan que el camino para alcanzar la igualdad de género sigue siendo muy extenso. La ausencia de mujeres en eventos refuerza el estereotipo de que los hombres son los únicos expertos de un determinado campo (donde en efecto hay mujeres expertas), promueven la falsa idea de que solo ellos pueden participar de debates públicos, y niegan el valor de nuestra voz en la conversación. Todo esto en un sector donde (al igual que muchos) se nos ha cerrado la puerta a la participación y el liderazgo de forma sistemática: el sector ambiental.

La conversación sobre igualdad de género y la crisis climática es vital y las mujeres tenemos mucho que decir al respecto. Por una parte, porque como ha sido ampliamente documentado y confirmado por uno de los estudios recientes de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el cambio climático tiene impactos diferenciados por género, precisamente por las desigualdades ya existentes, que hacen que las mujeres asumamos costos más altos que los hombres frente a este fenómeno. Por ejemplo, las mujeres tenemos mayor probabilidad de morir en eventos climáticos extremos a comparación de los hombres. Esto principalmente por dos motivos: primero, porque al ser cargadas desproporcionadamente con el cuidado de menores y adultos mayores son menores las oportunidades de desalojar áreas en alerta de desastre, y segundo, porque por la forma en la que hemos sido socializadas solo por el hecho de ser mujeres hemos desarrollado menos habilidades (como la fuerza o nadar hábilmente) necesarias para la supervivencia a estos fenómenos. Además, la escasez de recursos naturales como producto de la degradación de los suelos o la variabilidad climática generan situaciones de competencia y estresores que, por un lado, conllevan al incremento de la violencia basada en género, y por otro lado aumentan de horas de trabajo doméstico no remunerado de las mujeres relacionados a la obtención de estos recursos. Estos costos agravándose en su intersección con variables de clase, ruralidad,  raza y discapacidad. Por ejemplo, la baja productividad de cultivos básicos como producto de la variabilidad climática afecta principalmente a mujeres rurales, mayoritariamente en condiciones de pobreza, para quienes estas son su principal fuente de alimentación. 

Por otra parte, las mujeres generamos contribuciones claves a la acción climática que deben ser reconocidas (y remuneradas, claro). Esto como se ha visto evidenciado, por ejemplo, en proyectos de gestión forestal liderados o con una amplia participación de mujeres que se han visto beneficiados con una reducción de conflictos y una implementación más efectiva, o en iniciativas de agroecología en Brasil donde el trabajo de mujeres indígenas en recolección e generación de inventarios de semillas para la reforestación ha sido clave.  Pero, ni los impactos diferenciados pueden identificarse adecuadamente, ni las contribuciones pueden reconocerse e incorporarse si ignoramos el componente central de participación que las atraviesa. 

Las consecuencias de la falta de participación de las mujeres no son menores cuando de igualdad de género y cambio climático se trata.  Por ejemplo,  proyectos relacionados a sumideros de carbón en India y  Nepal se vieron confrontados con altos costos sociales y dificultades en su implementación precisamente al carecer de procesos de consulta con mujeres. Esto pues, al no contemplar la centralidad de la madera como biocombustible para las actividades de cocina de las mujeres que habitaban las regiones donde los proyectos se llevaron a cabo, resultó en que estas se vieran obligadas a escabullirse en las noches en las áreas protegidas para acceder al recurso. Otro ejemplo de esto son las medidas que, al no contar de la participación de las mujeres, terminan por exacerbar las desigualdades de género. Como se ve en el incremento de horas de trabajo no remunerado de las mujeres luego de la construcción de diques que, si bien previenen inundaciones, a su vez hacen más largos los recorridos de las mujeres para acceder al agua (generando nuevos estresores, y consecuentemente, un aumento en la violencia sexual sobre las mujeres).


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Atender a la participación de las mujeres de cara a la conversación sobre igualdad de género y cambio climático pasa también por reflexionar sobre el problema de la exclusión de las mujeres en el sector ambiental. No es coincidencia, por ejemplo, que pese a que las organizaciones ambientales tienden a estar compuestas mayoritariamente por mujeres, la mayoría de sus liderazgos estén en manos de hombres blancos. Tampoco es coincidencia que en las negociaciones de cambio climático de Naciones Unidas el porcentaje de mujeres negociadoras nunca haya excedido el 30%, y ni hablar del número de jefas de delegación, que para la negociación del Acuerdo de París ni siquiera llegaba al 10% (siendo las exnegociadoras climáticas de las mujeres más brillantes que yo he tenido el honor de  conocer en el campo ambiental). Mucho menos que las cifras en materia de participación y el liderazgo de las mujeres científicas en el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), la principal plataforma de expertos de la ONU encargada de realizar evaluaciones sobre el estado de la ciencia del cambio climático, sean tan bajas. De hecho, para uno de sus reportes más representativos, el de 1.5 grados -mismo que informa y marca la pauta de los cambios rápidos, profundos y sin precedentes en la lucha contra el cambio climático, sólo el 27% de las nominaciones para autores fueron mujeres. Sin negar la inmensa cantidad de barreras que enfrentan las mujeres en las ciencias naturales, de la tierra y planetarias, en estos sectores existen innumerables mujeres científicas que deben contar con un espacio de participación plena en estos procesos. Además de las científicas y negociadoras, la experticia sobre igualdad de género y cambio climático también está en las voces de las mujeres quienes han enfrentado sequías, desplazamiento climático o el deterioro de su seguridad alimentaria.

Cuando de cambio climático e igualdad de género se trata, las mujeres no debemos ser reconocidas sólo como víctimas o promotoras de eficiencia, sino a su vez como sujetas políticas, y más importante aún, sujetas de derechos. Esto implica reconocer la importancia de nuestra participación en todos los ámbitos, desde los procesos de diseño, implementación y políticas climáticas, hasta en la forma en la que estructuramos los diálogos, presentaciones y eventos ya sea en torno a la igualdad de género para enfrentar el cambio climático u otro de los temas de la agenda del sector ambiental. Cualquier discusión que se afirme en pro de la igualdad de género —incluyendo aquellas que se dan en el sector ambiental— que ignore esta dimensión estará lejos de lograr su cometido.    

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