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Una de las heridas del conflicto armado más difíciles de sanar es la que se anida en el debate democrático. En el post conflicto, las democracias suelen estar en su momento de mayor debilidad. De ahí que el esfuerzo por un diálogo sensato entre las fuerzas políticas sea una condición para la prosperidad de la paz.

Una de las heridas del conflicto armado más difíciles de sanar es la que se anida en el debate democrático. En el post conflicto, las democracias suelen estar en su momento de mayor debilidad. De ahí que el esfuerzo por un diálogo sensato entre las fuerzas políticas sea una condición para la prosperidad de la paz.

La implementación de un acuerdo de paz que se pretenda estable en el tiempo pasa por pensar en cómo crear sistemas políticos robustos, donde la deliberación entre partidos fuertes, que sirvan de mediadores entre las distintas demandas sociales, parta del debate de ideas y no de la anulación de puntos de vista contrarios. Particularmente, es clave cuestionarse cuál debe ser el rol de la oposición política en estos periodos de transición para potencializar los procesos de transformación social que surgen tras la firma de un acuerdo de paz. Procesos que van desde la ampliación de la participación política a sectores tradicionalmente excluidos, hasta políticas ambiciosas de reforma agraria y, en general, de satisfacción de derechos socioeconómicos de la población empobrecida.

Hace unas semanas observé con asombro, por no decir con temor, la transmisión de la conferencia del principal partido de oposición de Colombia. Ahí, un miembro de esa colectividad, liderada por el senador Uribe, ex presidente de derecha, advertía que de ganar las elecciones presidenciales de 2018 “harían trizas el maldito papel del Acuerdo de Paz” entre el Estado colombiano y la mayor fuerza rebelde del país. El mismo Uribe, en el Concordia Europe Summit, retrató a Colombia como un país donde los rebeldes, a los que catalogó como “el primer cartel de droga en el mundo”, gozaban de total impunidad con aquiescencia del gobierno. Esto en parte por su desacuerdo con la paz negociada y su inclinación hacia la victoria militar como única forma de resolver un conflicto.

Al oír estas reacciones me preguntaba por qué en un mundo aturdido por la atrocidad de las balas y las bombas, donde el proceso de paz en Colombia se ve como una luz de esperanza, dirigentes políticos del país alzan su voz de manera vehemente para oponerse a la paz negociada. Y, con esa posición política, tratan de poner en jaque el que podría ser el mayor progreso democrático tras una guerra: callar los fusiles para debatir en la arena política.

 

Conference of the Democratic Center, a right-wing party and the main opposition force to the Colombian government. Photo: Flickr- Centro Democrático

Instalación de la conferencia del Centro Democrático, partido de derecha y principal fuerza opositora del gobierno colombiano. Foto: Flickr- Centro Democrático

 

Es bien sabido que los tiempos del postconflicto suelen estar cargados de incertidumbre. Tras periodos prolongados de violencia, las instituciones democráticas que pretenden recibir a los desmovilizados e implementar lo decidido en la mesa de negociaciones también han sufrido estragos. Clare Castillejo en un reporte para NOREF muestra como en contextos de postconflicto los sistemas políticos suelen dejar de lado su esencia deliberativa.  Tras estudiar la experiencia de tres países – Sri Lanka, Nepal y Myanmar-   evidenció cómo los sistemas políticos tras la guerra son profundamente fragmentados, con un multipartidismo exacerbado, polarizado y atado a personalismos.

La oposición entonces cumple un rol clave en el diálogo democrático. Como lo anota el Instituto Democrático de África las fuerzas de oposición son claves porque pueden realizar al menos cuatro funciones claves: denunciar los excesos del gobierno; ser alternativa creible de gobierno; promover y estimular debates en el parlamento; y servir de plataforma para futuros líderes. En suma, representar un verdadero contrapeso al oficialismo. Sin embargo, si no son bien realizadas estas labores el nepotismo y el bloqueo gratuito, basado en fundamentalismos ideológicos, suele imperar. Con el agravante de que en contextos de transición donde décadas de violencia excacerbaron los antagonismos políticos, las posibilidades de atizar la violencia son altas.

 

Former Sri Lankan President Rajapaksa has been characterized by his strong nationalist views and personalist style. Photo: Flickr - Mahinda Rajapaksa.

El ex presidente Rajapaksa de Sri Lanka se ha caracterizado por sus posturas fuertemente nacionalistas y un estilo de gobierno personalista. Foto: Flickr – Mahinda Rajapaksa.

 

Sri Lanka es un ejemplo de cómo hacer oposición en los años posteriores al conflicto. Tras la derrota militar de los tigres tamiles por parte del ejército en 2009 ha habido una encolarizada discusión política sobre como llevar a cabo la transición después de décadas de conflicto identitario. Bajo la éjida del carismático ultranacionalista Mahinda Rajapaksa, el fin del conflicto pretendía hacerse a través de una justicia de vencedores, buscando dejar en la impunidad más de 40000 asesinatos realizados por fuerzas estatales. Además, como lo anota Castillejo, el partido de gobierno aprovechó para concentrar su poder, forjar un presidencialismo autoritario y fomentar la corrupción como estrategia de gobierno.

A esta situación, en 2015, la oposición respondió con un frente amplio alrededor del fortalecimiento del estado de derecho y la creación de mecanismos de rendición de cuentas de un legado de violencia que le llevó a ganar la presidencia ese año. Sin embargo hoy en día, existe una fuerte confrontación por la excesiva polarización que Rajapaksa ha ejercido después de su derrota. Con la idea de traición a los militares y un discurso sectario en torno a los conflictos identitarios que alimentaron el conflicto. A pesar de todo, el gobierno mantiene la idea de continuar con las políticas más conciliadoras que las llevaron a la presidencia.

¿Cómo ejercer entonces oposición tras un Acuerdo de paz en sistemas políticos imperfectos por las heridas del conflicto? Predescible, con una oposición sensata que implique un pacto sobre lo fundamental en el périodo del postconflicto, el mantenimiento de la paz. Si la labor política es servil al recrudecimiento de las diferencias a tal punto que amenacen la estabilidad después de un acuerdo de paz, como ciudadano se debe poner en duda el sentido de esa labor. Ahora, si la oposición se plantea en clave de contrapeso político pero abierto a consensos que faciliten el fortalecimiento democrático se entenderá que vamos por el camino correcto de sanar las heridas de los sistemas políticos tras la guerra.

En Colombia, la oposición podría dejar a un lado posiciones  partir de la idea de un consenso amplio de los benficios que trae la paz a un país con un legado de violencia tan prolongado y que se preocupe por fortalecer y mejorar la implementación de la paz negociada. Un concenso por ejercer un control político honesto frente al oficialismo gobernante como sucedió en Sri Lanka, uno que deje a un lado las propuestas incendiarias que promuevan el retorno de la violencia. Estas en últimas son una oposición contra el país.

 

Foto destacada: Leon Hernandez Flckr

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