Peleas de familia
Mauricio García Villegas Septiembre 8, 2012
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Se habla mucho de los amigos y de los enemigos de la paz, como si fueran dos grupos claramente diferenciados. Sin embargo, las negociaciones con la subversión desencadenan un debate mucho más complejo.
Se habla mucho de los amigos y de los enemigos de la paz, como si fueran dos grupos claramente diferenciados. Sin embargo, las negociaciones con la subversión desencadenan un debate mucho más complejo.
Se habla mucho de los amigos y de los enemigos de la paz, como si fueran dos grupos claramente diferenciados. Sin embargo, las negociaciones con la subversión desencadenan un debate mucho más complejo.
Eso se debe a que la división entre estos dos grupos (amigos y enemigos de la paz) no coincide con la clásica división entre la izquierda y la derecha. Me explico.
Cuando el Gobierno empieza a negociar con la guerrilla, de inmediato surge, dentro de los grupos de izquierda y de las organizaciones cívicas, una tensión entre aquellos que, desde los derechos humanos, quieren juzgar y condenar a los responsables de crímenes atroces y aquellos que, desde las organizaciones pacifistas, consideran prioritario un acuerdo con la guerrilla. Los primeros están dispuestos a sacrificar la paz si no se hace justicia, los segundos están dispuestos a sacrificar la justicia para conseguir la paz. Estas diferencias entre los defensores de derechos humanos y los hacedores de la paz son, como dice Iván Orozco Abad, disputas de familia.
Algo similar sucede en la derecha. Cuando se empieza a negociar, se arma un debate entre quienes exigen el mantenimiento del statu quo (sobre todo de los derechos de propiedad) y quienes estiman que la paz le daría un gran impulso al desarrollo económico. Los primeros están dispuestos a seguir peleando con tal de asegurar el statu quo y de que, por ejemplo, no se haga una reforma agraria, mientras que los segundos están dispuestos a sacrificar algo del statu quo con tal de acabar con la guerra. Esta también es una pelea de familia; esta vez una familia conservadora.
Cada una de estas posiciones tiene, además, sus voceros típicos. Doy ejemplos: Human Rights Watch representa bien la defensa del ideal de la justicia; el grupo de Amigos por la paz encarna bien el ideal de la reconciliación con la insurgencia; el uribismo, por su parte, es el vocero de la defensa del statu quo agrario y finalmente el Gobierno representa el ideal del progreso y el del desarrollo económico.
Estas cuatro posiciones no se reducen a la dicotomía izquierda/derecha. Actores que son enemigos acérrimos en el debate político tradicional, como por ejemplo un uribista y un defensor de derechos humanos, pueden estar de acuerdo en oponerse a quienes proponen una reducción sustancial de las penas para los guerrilleros que cometieron crímenes atroces. Piedad Córdoba y, digamos, Luis Carlos Villegas (Andi) podrían eventualmente unirse contra la posición defendida por Álvaro Uribe en contra de una distribución más equitativa de la tierra.
En la práctica, estas cuatro posiciones no siempre se presentan de manera tan clara como aquí las describo. No sólo puede haber más de dos peleas por familia, sino que no todos piensan que este es un juego de tipo “todo o nada”. Muchos (entre los cuales me incluyo) estiman que lo que se debe hacer es tratar de encontrar un punto intermedio entre las cuatro posiciones, lo cual implica, por ejemplo, buscar la mayor cantidad de justicia posible que pueda ser compatible con la mayor cantidad de paz alcanzable.
Así pues, una negociación de estas es algo complejo, que involucra muchos puntos de vista que no pueden reducirse a la clásica diferencia entre izquierda y derecha. Por eso, un acuerdo de paz no puede tener éxito si no se acepta que los cuatro ideales que aquí están en juego (la paz, la justicia, el desarrollo o la propiedad privada) son importantes y que es necesario hacer un esfuerzo para conciliarlos, sin sacrificar a ninguno de ellos. Claro, es fácil decir todo esto, otra cosa es hacerlo.