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LA ESPERANZA DE VIDA EN COLOMBIA es de 75 aƱos. Eso significa que un ciudadano puede participar en 14 elecciones presidenciales a lo largo de su existencia.

LA ESPERANZA DE VIDA EN COLOMBIA es de 75 aƱos. Eso significa que un ciudadano puede participar en 14 elecciones presidenciales a lo largo de su existencia.

LA ESPERANZA DE VIDA EN COLOMBIA es de 75 aƱos. Eso significa que un ciudadano puede participar en 14 elecciones presidenciales a lo largo de su existencia.

No son muchas, y por eso no es raro que un votante se pase la vida entera esperando a que llegue el gobierno capaz de hacer los cambios que el país necesita. Yo, por ejemplo, ya voy por la mitad de mi lista de 14 presidentes y hasta el momento sólo he tenido frustraciones. Desde que empecé a votar no he visto otra cosa que mandatarios elegidos con la ayuda de camarillas políticas corruptas e inescrupulosas. Peor aún, mi padre, que ya completó su lista de 14 gobiernos, también ha tenido la misma experiencia que yo, y mis hijos, que todavía no votan, ya empiezan a vislumbrar un trÔnsito por la misma senda.

Pero el pasado domingo, por primera vez, tuve la esperanza de que esta historia de desengaƱos podƭa cambiar. Desafortunadamente, todo se hizo polvo cuando aparecieron los resultados de las elecciones. Por eso el despertar de este lunes no fue nada fƔcil. Me la pasƩ todo el dƭa deambulando, ensimismado, como un alma en pena.

En medio de este desengaƱo me acordĆ© de un pequeƱo cuento de Ramón Gómez de la Serna, publicado en una antologĆ­a de la literatura fantĆ”stica editada por Jorge Luis Borges. El cuento se llama Peor que el infierno, y relata la historia de alguien que Dios envĆ­a al purgatorio por toda la eternidad menos un dĆ­a. Ante semejante castigo, el condenado le pide al Dios todopoderoso que lo destierre definitivamente al infierno, donde no hay ninguna esperanza, pero tampoco ninguna impaciencia. ā€œMatadme la esperanza, matad esa esperanza que piensa en la fecha final, en la fecha inmensamente lejanaā€, suplicaba el condenado. Entonces Dios se apiadó de Ć©l y lo envió al infierno, donde se le alivió la desesperación.

A la hora de escribir esta columna ya es jueves 2 de junio; han pasado 4 días desde el domingo pasado y ya no leo la antología de Borges. No he recuperado la ilusión del sÔbado pasado, pero ya no tengo esa desesperanza de condenado al infierno que tenía el lunes. Me consuelo sabiendo que no estoy solo en todo esto; que somos entre cuatro y cinco millones los que creemos en un país mÔs justo, mÔs respetuoso y mÔs pacífico. Eso no hace una mayoría, ni es suficiente para elegir a un presidente, pero tampoco es poca cosa; cuando Turbay fue elegido éramos menos que ahora, y eso a pesar de que hoy tenemos un presidente mÔs sagaz y mÔs malicioso que Turbay.

Por todo esto, creo que hay que mantener la ilusión. La desesperanza sólo puede ser un alivio para alguien que, como en el cuento de Gómez de la Serna, estĆ” condenado ā€œa toda la eternidad menos un dĆ­aā€. Para nosotros, en cambio, la desesperanza es un estado del alma tormentoso.

AsĆ­ pues, es posible que yo pueda votar en las siguientes seis o siete elecciones presidenciales; a decir verdad, son pocas las oportunidades que tengo de vivir en un paĆ­s mejor. No obstante, hay que seguir luchando.

Fue mi padre quien me devolvió el optimismo: cuando le hablĆ© de esto, hace un par de dĆ­as, me dijo lo siguiente: ā€œVea mijo, entiendo lo que usted estĆ” sintiendo, pero nada de eso es una buena razón para abandonar la esperanzaā€. Si lo dice Ć©l, que tiene menos oportunidades que yo para ver un paĆ­s distinto, debe tener razón.

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