Peor que el infierno
Mauricio GarcĆa Villegas Junio 5, 2010
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LA ESPERANZA DE VIDA EN COLOMBIA es de 75 aƱos. Eso significa que un ciudadano puede participar en 14 elecciones presidenciales a lo largo de su existencia.
LA ESPERANZA DE VIDA EN COLOMBIA es de 75 aƱos. Eso significa que un ciudadano puede participar en 14 elecciones presidenciales a lo largo de su existencia.
LA ESPERANZA DE VIDA EN COLOMBIA es de 75 aƱos. Eso significa que un ciudadano puede participar en 14 elecciones presidenciales a lo largo de su existencia.
No son muchas, y por eso no es raro que un votante se pase la vida entera esperando a que llegue el gobierno capaz de hacer los cambios que el paĆs necesita. Yo, por ejemplo, ya voy por la mitad de mi lista de 14 presidentes y hasta el momento sĆ³lo he tenido frustraciones. Desde que empecĆ© a votar no he visto otra cosa que mandatarios elegidos con la ayuda de camarillas polĆticas corruptas e inescrupulosas. Peor aĆŗn, mi padre, que ya completĆ³ su lista de 14 gobiernos, tambiĆ©n ha tenido la misma experiencia que yo, y mis hijos, que todavĆa no votan, ya empiezan a vislumbrar un trĆ”nsito por la misma senda.
Pero el pasado domingo, por primera vez, tuve la esperanza de que esta historia de desengaƱos podĆa cambiar. Desafortunadamente, todo se hizo polvo cuando aparecieron los resultados de las elecciones. Por eso el despertar de este lunes no fue nada fĆ”cil. Me la pasĆ© todo el dĆa deambulando, ensimismado, como un alma en pena.
En medio de este desengaƱo me acordĆ© de un pequeƱo cuento de RamĆ³n GĆ³mez de la Serna, publicado en una antologĆa de la literatura fantĆ”stica editada por Jorge Luis Borges. El cuento se llama Peor que el infierno, y relata la historia de alguien que Dios envĆa al purgatorio por toda la eternidad menos un dĆa. Ante semejante castigo, el condenado le pide al Dios todopoderoso que lo destierre definitivamente al infierno, donde no hay ninguna esperanza, pero tampoco ninguna impaciencia. āMatadme la esperanza, matad esa esperanza que piensa en la fecha final, en la fecha inmensamente lejanaā, suplicaba el condenado. Entonces Dios se apiadĆ³ de Ć©l y lo enviĆ³ al infierno, donde se le aliviĆ³ la desesperaciĆ³n.
A la hora de escribir esta columna ya es jueves 2 de junio; han pasado 4 dĆas desde el domingo pasado y ya no leo la antologĆa de Borges. No he recuperado la ilusiĆ³n del sĆ”bado pasado, pero ya no tengo esa desesperanza de condenado al infierno que tenĆa el lunes. Me consuelo sabiendo que no estoy solo en todo esto; que somos entre cuatro y cinco millones los que creemos en un paĆs mĆ”s justo, mĆ”s respetuoso y mĆ”s pacĆfico. Eso no hace una mayorĆa, ni es suficiente para elegir a un presidente, pero tampoco es poca cosa; cuando Turbay fue elegido Ć©ramos menos que ahora, y eso a pesar de que hoy tenemos un presidente mĆ”s sagaz y mĆ”s malicioso que Turbay.
Por todo esto, creo que hay que mantener la ilusiĆ³n. La desesperanza sĆ³lo puede ser un alivio para alguien que, como en el cuento de GĆ³mez de la Serna, estĆ” condenado āa toda la eternidad menos un dĆaā. Para nosotros, en cambio, la desesperanza es un estado del alma tormentoso.
AsĆ pues, es posible que yo pueda votar en las siguientes seis o siete elecciones presidenciales; a decir verdad, son pocas las oportunidades que tengo de vivir en un paĆs mejor. No obstante, hay que seguir luchando.
Fue mi padre quien me devolviĆ³ el optimismo: cuando le hablĆ© de esto, hace un par de dĆas, me dijo lo siguiente: āVea mijo, entiendo lo que usted estĆ” sintiendo, pero nada de eso es una buena razĆ³n para abandonar la esperanzaā. Si lo dice Ć©l, que tiene menos oportunidades que yo para ver un paĆs distinto, debe tener razĆ³n.