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Ricardo's Photography. Flickr. Some rights reserved. |

Los cambios que hemos causado en la Tierra han anulado la distancia y sensación de lejanía que hasta ahora gobernaron nuestra relación con otras especies y el medio ambiente. Esto es un llamado a reconocer una vez más nuestra profunda interdependencia con el medio ambiente y protegerlo, si no por el bien de la naturaleza, por el nuestro.

Los cambios que hemos causado en la Tierra han anulado la distancia y sensación de lejanía que hasta ahora gobernaron nuestra relación con otras especies y el medio ambiente. Esto es un llamado a reconocer una vez más nuestra profunda interdependencia con el medio ambiente y protegerlo, si no por el bien de la naturaleza, por el nuestro.

Los humanos están causando la sexta extinción masiva en la Tierra. De las 8,7 millones de especies estimadas que existen, una—la nuestra—ha sido responsable por cambios fundamentales en el medio ambiente que probablemente causarán la desaparición de hasta un millón de especies en las próximas décadas. Una especie, matando a un millón.

Estos hallazgos provienen del informe aprobado recientemente en París por la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Biodiversidad y Servicios Ambientales (IPBES, por sus siglas en inglés) después de más de tres años de trabajo exhaustivo a cargo de 550 científicos y expertos de más de 100 países que abarcó todo el planeta, excepto los polos y océanos abiertos.

Mientras las extinciones masivas del pasado fueron causadas por eras de hielo, erupciones volcánicas y, sí, el famoso asteroide, la IPBES dice que las causas de la extinción masiva actual son “(1) cambios en el uso de la tierra y el mar; (2) explotación directa de organismos; (3) cambio climático; (4) contaminación y (5) especies exóticas invasoras.” En resumen, actividades humanas.

Los potenciales efectos de la pérdida de biodiversidad son impactantes. La desaparición de una octava parte de las especies conocidas (muchas desaparecieron antes de que tuviéramos la oportunidad de descubrirlas) es una tragedia en sí misma. Sin embargo, esta tragedia se agrava aún más si consideramos sus efectos en cadena: no son solo los animales y plantas que están en riesgo de desaparecer, también podrían desaparecer los humanos. Según los expertos, la tasa de destrucción de la biodiversidad «pone en peligro las economías, los medios de vida, la seguridad alimentaria y la calidad de vida de los humanos en todas partes.»

Los impactos sobre los seres humanos salen a la luz cuando se analizan las repercusiones que la pérdida de biodiversidad tienen en la disponibilidad de servicios ecosistémicos—los beneficios que derivamos de la naturaleza. Estos servicios o beneficios cobijan desde los cultivos que proporcionan alimentos, hasta los árboles que limpian el aire que respiramos, y hasta los manglares que nos protegen de las inundaciones. El informe de la IPBES muestra que el 23% de las tierras del mundo ya son menos productivas como consecuencia de la degradación que causan los cambios en el uso del suelo, y se proyecta que la pérdida de polinizadores reducirá la producción mundial de cultivos hasta $577 billones de dólares si continúa a su ritmo actual.

Los efectos van más allá de la producción de alimentos y, en consecuencia, de la seguridad alimentaria. El informe explica que, si las cosas continúan como están, será difícil alcanzar el 80% (35 de 44) de los Objetivos de Desarrollo Sostenible relacionados con la pobreza, el hambre, la salud, el agua, las ciudades, el clima, los océanos y la tierra. Estos objetivos no son simplemente una preocupación para los ambientalistas. Por el contrario, tienen claras implicaciones para las vidas y el bienestar de miles de millones de personas, lo que hace que la pérdida de biodiversidad sea ​​un problema de todos. Es una preocupación aún más urgente para las personas en condiciones de pobreza y vulnerabilidad, que de por sí tienen menos recursos para adaptarse y también sufren de manera desproporcionada por nuestra continua incapacidad de alcanzar estos objetivos.

Para muchos, sin embargo, la pérdida de biodiversidad es un problema remoto, comparado con las demandas más apremiantes de nuestra vida cotidiana, y básicamente lo hemos barrido debajo de la alfombra para que otro lo resuelva más adelante. La respuesta recurrente a las preocupaciones de los conservacionistas sobre la biodiversidad ha sido: «¿por qué debería preocuparme por los osos polares y su hielo marino si ni siquiera gano lo suficiente como para alimentar a mi familia?» Esta objeción llega directamente al ‘quid’ de las propuestas que se enfocan exclusivamente en la conservación del medio ambiente e ignoran las realidades socioeconómicas, fracasando estrepitosamente. Dicho esto, frente a la situación actual, conviene tener en cuenta que una amplia gama de servicios ecosistémicos, desde la polinización hasta la renovación de nutrientes del suelo, afectan en gran medida nuestra capacidad para poner alimentos sobre la mesa. Los hallazgos del Informe de la IPBES renuevan el desafío de diseñar políticas de conservación que incorporen realidades socioeconómicas. Por lo tanto, es necesario abordar esta tensión. Todavía estamos a tiempo. 

«Extinction Rebellion London.» Alexander Savin. Flickr. Some rights reserved.

En términos de cómo, a nivel mundial necesitamos reconocer la naturaleza como la base del desarrollo, como sugiere la IPBES. La principal advertencia en su informe es instructiva: la conservación y el desarrollo económico no pueden reconciliarse a menos que los gobiernos, las industrias y las comunidades de todo el mundo promulguen «cambios transformadores».

Estos cambios transformadores requieren un cambio de paradigma en la forma en que medimos el desarrollo—de uno predominantemente centrado en el aumento del crecimiento económico y la productividad (ejemplificado por el PIB, que sigue siendo la medida más popular del estatus de un país) a uno que considera a la naturaleza como la base del desarrollo y su elemento necesario. Bajo este nuevo paradigma, la naturaleza se convertiría en un recurso crucial e indispensable que debe protegerse y, por lo tanto, debe considerarse en el desarrollo de todo tipo de políticas, incluidas las políticas económicas y de uso de recursos. La planificación basada en la naturaleza requiere recanalizar los subsidios actuales, que financian proyectos industriales que emplean prácticas poco sostenibles, hacia iniciativas centradas en la conservación y restauración, como la agricultura regenerativa o la caza sostenible. Esto no tiene la intención de sofocar el crecimiento, sino simplemente de imponerle límites razonables de acuerdo con las demandas de conservación y desarrollo sostenible.

En términos de quién debe actuar ahora, la narrativa de la justicia climática puede proporcionar elementos claves para formular soluciones: tenemos una responsabilidad común pero diferenciada de conservar la Tierra y sus recursos naturales. Quienes se beneficiaron desproporcionadamente del uso de recursos, y por ende están mejor posicionados para hacer cambios sin desatender sus necesidades básicas, están llamados a tomar acciones más decisivas. Esto significa que los ricos (tanto en el norte como en el sur global y, también, las grandes corporaciones), que históricamente se han beneficiado enormemente de los recursos de la tierra y ahora están en condiciones de cambiar sus hábitos de consumo e invertir en formas de producción innovadoras y sostenibles, deben tomar acciones más urgentes. También significa que aquellas personas que logran sostener a su familia con creces deben poder ganar un salario digno y disfrutar de sus derechos fundamentales a plenitud antes de asumir la carga de la conservación. Quienes estén en una posición más ventajosa deben hacer más para proteger nuestros recursos compartidos.

Esto no significa que los países menos desarrollados no puedan actuar. Por supuesto, deberían. Sin embargo, cuando hablamos de obligaciones y responsabilidad, las suyas deben ser menores que las de los países de ingresos altos y medios altos, cuya huella ambiental es mucho mayor a la de los países de ingresos bajos y medios bajos (un total de 86% vs. 14%),[1] y de grandes multinacionales cuyos ingresos son mayores que el PIB de algunos países.

Independientemente de quién sea el responsable de la pérdida de biodiversidad que se ha producido hasta la fecha, está claro que, si queremos sobrevivir, tenemos la obligación colectiva de minimizarla. Desde una perspectiva conservacionista, el Proyecto Half-Earth de E.O. Wilson es quizás la iniciativa más ambiciosa para preservar la biodiversidad. Su objetivo es cubrir el 50% de nuestro planeta con áreas de conservación, en asociación con pueblos indígenas, para proteger al menos el 85% de las especies de la tierra. Sin embargo, la conservación debe ir más allá de dejar espacios intactos. Los proyectos que, por ejemplo, promueven la coexistencia entre los seres humanos y otras especies, como el Plan de Convivencia Humano-Felina, y las prácticas agrícolas que aprovechan la conexión intrínseca entre ciertos cultivos y la naturaleza, son más factibles a largo plazo y deben ser fomentados. La persistencia de necesidades básicas insatisfechas implica que las iniciativas de conservación no pueden perder de vista la dimensión humana de la biodiversidad.

Por último, es preciso recordar que si bien ya hemos provocado la extinción de varias especies, seguimos siendo capaces de salvar lo que queda. Los cambios que hemos causado en la Tierra han anulado la distancia y sensación de lejanía que hasta ahora gobernaron nuestra relación con otras especies y el medio ambiente, como lo ilustra David Wallace-Wells en La Tierra Inhabitable: «no vives fuera de la escena sino dentro de ella, sujeto a todos los mismos horrores que afligen a los animales.» Es un llamado a reconocer una vez más nuestra profunda interdependencia con nuestro medio ambiente y protegerlo, si no por el bien de la naturaleza, por el nuestro.

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