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| EFE

Algunos que, sin ser petristas, votamos por Petro, estamos “petristes”, pues creemos que por la falta de grandeza y las arrogancias mutuas de la oposición y el Gobierno estamos perdiendo una oportunidad de oro para avanzar a una Colombia más democrática y equitativa.

Algunos que, sin ser petristas, votamos por Petro, estamos “petristes”, pues creemos que por la falta de grandeza y las arrogancias mutuas de la oposición y el Gobierno estamos perdiendo una oportunidad de oro para avanzar a una Colombia más democrática y equitativa.

A pesar de mis convicciones de izquierda, no voté por Petro en la primera vuelta en 2022 porque, como lo expresé en una columna, me generaban desconfianza su incapacidad de construir y coordinar equipos eficaces de gobierno y su talante mesiánico, que lo hacía poco proclive a aceptar acuerdos. Consideré que Petro podría ser un presidente problemático en un país polarizado y con un Estado de derecho frágil, y por eso voté por Fajardo en la primera vuelta, aunque sin entusiasmo. Sin embargo, comparto los propósitos de cambio de Petro y por eso (y por el salto al vacío que significaba una presidencia de Rodolfo Hernández) voté por Petro en segunda vuelta, como lo expliqué en otras columnas.

Dos años y medio después, no me arrepiento de esas decisiones. Sigo convencido de que Petro tiene razón en promover reformas profundas a nivel tributario, agrario, pensional, laboral, educativo y salud. Esa agenda de cambio social por la cual voté en segunda vuelta es acertada si queremos una democracia más profunda y un desarrollo más incluyente. Sin embargo, estos dos años largos de gobierno y el consejo de ministros televisado de esta semana me confirmaron que, infortunadamente, mis desconfianzas hacia Petro como gobernante estaban justificadas.

El presidente ha atribuido las limitaciones de sus ejecutorias a la intransigencia de la oposición y a un supuesto golpe blando en su contra. Pero eso no es exacto. Es cierto que la oposición, incluyendo a ciertos medios como Semana, ha sido especialmente dura contra Petro y ha obstaculizado ciertas propuestas necesarias. Un ejemplo: la reforma pensional. La oposición, en vez de colaborar para mejorar el proyecto gubernamental de un sistema de pilares, que tenía limitaciones pero estaba bien orientado, como lo reconocían todos los expertos, se dedicó a torpedear la reforma, con la esperanza de que se hundiera. Sin embargo, no creo que haya ningún golpe blando en contra de Petro ni que los pobres resultados de su gobierno se deban exclusivamente a la oposición.

Los problemas de Petro como presidente se han hecho evidentes y son tal vez el elemento central de su falta de resultados. El presidente no ha logrado construir un equipo de gobierno eficiente y articulado, como lo evidenció el consejo de ministros televisado. En vez de coordinar a sus colaboradores, Petro se dedica a los grandes discursos y busca descargar en los ministros toda la responsabilidad, eludiendo la propia. El presidente muestra su terquedad al mantener en un alto cargo a un innombrable como Armando Benedetti, a pesar de las evidencias en su contra en temas oscuros, y en especial de violencia contra las mujeres. Y pretende justificar ese nombramiento (y otros igualmente inaceptables) con argumentos risibles y arrogantes, como que Benedetti es un loco y un buen tipo, que merece una nueva oportunidad, mientras descalifica como sectarios a aquellos que osan discrepar de su decisión. Esa obstinación de Petro y su estilo polarizante le han impedido igualmente convocar a un “acuerdo nacional” a favor de sus reformas, a pesar de su permanente retórica en esa dirección.

Por todo eso, algunos que, sin ser petristas, votamos por Petro, estamos “petristes” pues creemos que por la falta de grandeza y las arrogancias mutuas de la oposición y el Gobierno estamos perdiendo una oportunidad de oro para avanzar a una Colombia más democrática y equitativa y a un desarrollo más incluyente y dinámico. Ojalá el presidente aceptara que las reformas profundas y duraderas no son los grandes discursos ensimismados: son políticas concretas, bien diseñadas, que logren amplios apoyos, lo cual requiere un líder pragmático capaz de construir consensos sociales y coordinar a sus ministros, aterrizando las grandes ideas en medidas específicas y razonables, cuya puesta en marcha sea adecuadamente supervisada.

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