Petróleo, escuelas y espadas
Mauricio García Villegas Marzo 16, 2012
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Siempre me ha encantado el siguiente proverbio húngaro: «Si tu espada es demasiado corta, alárgala dando un paso».
Siempre me ha encantado el siguiente proverbio húngaro: «Si tu espada es demasiado corta, alárgala dando un paso».
Siempre me ha encantado el siguiente proverbio húngaro: «Si tu espada es demasiado corta, alárgala dando un paso».
Estas diez palabras son un bello elogio al esfuerzo y a la capacidad que tenemos los seres humanos para superar, con el empeño y la voluntad, las dificultades que nos impone la vida. Tener que trabajar para sobrevivir no es una condena divina, como establece el Génesis, sino una redención. Adán y Eva nos liberaron del Paraíso, decía Estanislao Zuleta en su célebre ensayo Elogio de la dificultad. Nuestro pecado es que sólo anhelamos regresar a él. “En vez de desear una sociedad en la que sea realizable y necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades —decía Zuleta— deseamos un mundo de satisfacción, una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibida”.
Lo mismo vale para los países: sin dificultad no hay verdadero progreso social. Los pueblos que no hacen mayor esfuerzo para sobrevivir, terminan sobreviviendo apenas. Así lo señala un reciente estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) en donde se analiza la relación que existe entre los resultados que un país obtiene en la prueba PISA (que cada dos años evalúa el desempeño de los estudiantes de 15 años en 65 países) y los ingresos obtenidos por la venta de recursos naturales, como petróleo o minerales. Mientras más depende un país de la venta de esos recursos, dice el estudio, menos habilidades y conocimientos adquieren sus jóvenes a través del sistema educativo.
Los países que mejor resultados obtuvieron en la prueba PISA, como Singapur, Finlandia, Corea, Hong Kong y Japón, no tienen petróleo, ni minas, ni grandes recursos naturales. En cambio, a países como Arabia Saudita, Kuwait, Omán, Argelia, Irán, Siria y buena parte de los latinoamericanos, que viven del petróleo y de las minas, les va mal en las pruebas PISA. Es cierto que hay excepciones, como Canadá, Australia o Noruega, países con grandes recursos naturales y buena educación; pero eso se debe, según el informe, a que adoptaron políticas públicas destinadas a ahorrar y a invertir las rentas derivadas de estos recursos, en lugar de simplemente consumirlas.
Los resultados escolares son hoy un predictor poderoso de la riqueza y el progreso que un país cosecha en el largo plazo. Las cuentas del petróleo y de las minas dicen menos sobre el desarrollo futuro de un país que las cuentas de la inversión en educación. O como sostiene Andreas Schleicher, director de la investigación: “Conocimientos y habilidades son la moneda global de las economías del siglo XXI; pero como no hay un ‘banco central’ que imprima estas monedas, cada país debe decidir por sí mismo cuánta cantidad de esta moneda imprime”.
Está bien tener petróleo, gas o diamantes. Con ellos se pueden comprar cosas, pero, en el largo plazo, dice Thomas Friedman (columnista del New York Times) al comentar esta investigación, “estos recursos pueden debilitar a la sociedad si no se utilizan para construir escuelas y una cultura de aprendizaje”, y, agrego yo, una cultura del esfuerzo.
Se conocen los peligros de la célebre enfermedad holandesa: cuando los países dependen demasiado de la exportación de recursos naturales, importan barato, consumen mucho, no desarrollan industria y no aprenden a innovar. Lo que agrega este estudio es que esas mismas sociedades, adictas a la exportación de recursos, desarrollan ciudadanos y gobiernos consumistas, perezosos y poco recursivos. Para decirlo en los términos del proverbio húngaro, esas sociedades consiguen una espada muy larga, pero nunca aprenden a pelear. Ojalá que no nos esté pasando eso a los colombianos.