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El profesor Thomas Piketty estuvo hablando esta semana en la Universidad Externado. El auditorio estaba a reventar y lo que más me impresionó fue la presencia de una buena parte de la dirigencia económica y política del país. 

El profesor Thomas Piketty estuvo hablando esta semana en la Universidad Externado. El auditorio estaba a reventar y lo que más me impresionó fue la presencia de una buena parte de la dirigencia económica y política del país. 

Piketty habló de su libro, El capital en el siglo XXI, en donde retoma la idea de los economistas clásicos (Marx, Smith, etc.), según la cual hay vínculos estrechos entre la repartición de la riqueza y la estabilidad democrática. Para ilustrar eso Piketty hace un juicioso análisis de los archivos fiscales de los Estados. Del análisis resulta que hoy, así como ocurrió un siglo atrás, asistimos a una concentración monumental de la riqueza en los países desarrollados, sobre todo en los Estados Unidos.

Otros economistas han mostrado lo mismo, entre ellos los dos premios Nobel de economía Paul Krugman y Joseph Stiglitz. Más aún, el último informe de Oxfam, publicado la semana pasada bajo el nombre de Una economía al servicio del 1%, muestra que la concentración de la riqueza es cada vez peor, a tal punto que, en 2015, sólo 62 personas poseían la mitad de la riqueza de todo el mundo. Colombia no solo no es una excepción a esta tendencia, sino que es uno de los países en donde ella se acentúa más; incluso más que en los Estados Unidos. Pero no tengo espacio para hablar de esto ahora.

Volvamos al autor. El gran mérito de Piketty consiste en haber hecho una juiciosa investigación empírica sobre un período de más de dos siglos, para cuestionar el postulado capitalista según el cual el crecimiento económico va en sintonía con la reducción de la desigualdad; se supone que todos, ricos y pobres, suben como las gotas de una ola. Lo que ha sucedido en los últimos 40 años, dice Piketty, es justo lo contrario. Los niveles de desigualdad actual se parecen mucho a los niveles que existían en las sociedades patrimoniales de finales del siglo XIX.

Con semejante crítica es inevitable evocar al viejo Karl Marx. El ministro Alejandro Gaviria, en una artículo reciente (Arcadia), dice que las reminiscencias marxistas del argumento de Piketty son evidentes. Es verdad que nuestro autor se aparta del Marx profeta y utópico que predecía el advenimiento del comunismo, pero comparte mucho del diagnóstico que Marx hacía sobre las contradicciones del capitalismo. Piketty no es un revolucionario bravucón, sino un académico mesurado, que aspira a domesticar el capitalismo y a hacerlo compatible con la democracia, como ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial en Europa. (Me pregunto si la izquierda latinoamericana, que en buena medida ha simpatizado más con el marxismo bravucón y mesiánico que con el marxismo académico, no tiene en este libro una inspiración fundamental para sus propuestas políticas futuras).

Para terminar quiero sintetizar las tres ideas fuertes que me quedaron después de oír al profesor Piketty: 1) La concentración de la riqueza pone en peligro la estabilidad democrática, tal como ocurrió hace un siglo; 2) los grandes problemas económicos, como el de la repartición de la riqueza, son también problemas éticos. Por eso, la economía es un asunto demasiado importante para dejarla en manos de la tecnocracia económica; y 3) hay soluciones a la vista: crear un impuesto global al capital; limitar los dineros que llegan a las campañas políticas; crear nuevas instituciones supranacionales con capacidad de controlar los capitales globalizados; mejorar los datos oficiales sobre la riqueza, etc.

Esto me lleva a pensar que los argumentos de Piketty pueden servir para crear un gran consenso entre la derecha y la izquierda democráticas en torno a la necesidad reducir la desigualdad y con el objetivo de fortalecer, o incluso salvar, la democracia.

De interés: 

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