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En Colombia hay muchos protagonistas del debate político que consideran enemigos a los que no están con ellos. Un ejemplo perfecto de eso puede verse en las declaraciones que dio esta semana José Obdulio Gaviria sobre el general Naranjo y en las cuales sugiere que éste tiene vínculos con la delincuencia organizada.

En Colombia hay muchos protagonistas del debate político que consideran enemigos a los que no están con ellos. Un ejemplo perfecto de eso puede verse en las declaraciones que dio esta semana José Obdulio Gaviria sobre el general Naranjo y en las cuales sugiere que éste tiene vínculos con la delincuencia organizada.

En Colombia hay muchos protagonistas del debate político que consideran enemigos a los que no están con ellos. Un ejemplo perfecto de eso puede verse en las declaraciones que dio esta semana José Obdulio Gaviria sobre el general Naranjo y en las cuales sugiere que éste tiene vínculos con la delincuencia organizada.

Después de trabajar durante años con el general y de haber buscado su apoyo político, ahora, cuando Naranjo se va con Santos, a Gaviria se le ocurre insinuar que es un hampón. Pareciera como si para José Obdulio las personas no fueran buenas o malas por lo que hacen o dejan de hacer, sino por los aliados que escogen: si están de su lado, los apoya con independencia de lo que hagan o dejen de hacer, y si están del otro lado, los condena, y punto.
Me dirán ustedes que lo de José Obdulio es una excepción delirante que no representa bien a los protagonistas del debate político nacional. Es cierto que se trata de un personaje muy singular (por decir lo menos), pero creo que la mayoría de quienes comparten su ideología (y sus mañas), empezando por el mismísimo expresidente Uribe, asumen esa misma actitud (bélica) de respaldo incondicional a los copartidarios y de condena incondicional a los que no están con ellos.
Otra ilustración de lo que digo se encuentra en las posiciones que han tomado los uribistas en el debate que sobre la paz se ha librado en Colombia durante los últimos diez años. Cuando se negociaba con los paramilitares, todos los uribistas estaban de acuerdo en sacrificar la justicia para lograr la paz. Hoy, en cambio, cuando los actores han cambiado (ya no son paras sino guerrilleros), los uribistas se indignan con la propuesta de quienes proponen sacrificar algo de justicia. Su visión de las normas jurídicas se ha trastocado por completo: condenan el actual Marco Jurídico para la Paz con los mismos argumentos que sus contradictores criticaban hace diez años la Ley de Alternatividad Penal que fue hecha para desmovilizar a los paras. Ahora son justicialistas aguerridos contra las Farc, de la misma manera que antes eran pacifistas inexorables con los paras. Su manera de pensar cambia cuando cambian los actores del debate político, no los hechos.
Para ser justos, sin embargo, hay que decir que, en este tema, no sólo a los uribistas les pasa eso: a algunos líderes de izquierda les ocurre lo mismo pero al revés: antes, con los paras, eran justicialistas furibundos, y ahora, con la guerrilla, son pacifistas a toda costa.
Esto no sólo sucede con el tema de la paz. Jorge E. Robledo es un senador brillante y estudioso que enriquece el debate político con sus críticas a los gobiernos de turno. Sin embargo, a veces pareciera como si Robledo le hipotecara su sentido de justicia al MOIR, cuyo dogmatismo es bien conocido. Las críticas inapelables que ha tenido el senador contra la Ley de Víctimas, contra el programa de restitución de tierras, contra el alcalde Petro y contra la pasada marcha ciudadana del 9 de abril, parecen inspiradas en la consigna fundamentalista según la cual los que no pertenecen al partido están equivocados, digan lo que digan.
Sólo el odio a los enemigos de turno puede explicar el hecho de que los uribistas y la gente del MOIR, que son como el agua y el aceite, no parezcan sentir incomodidad alguna en el hecho de compartir causa común contra los santistas.
Quizás no sobre agregar que no digo todo esto para defender a Santos (mucho menos a Petro), sino para criticar una manera que creo burda y dañina de hacer política.

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