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Quien asuma el cargo de Alto Comisionado de Paz deberá continuar con un legado que, por encima de intereses políticos y sectoriales, tenga como prioridad salvaguardar la esencia de lo acordado.

Quien asuma el cargo de Alto Comisionado de Paz deberá continuar con un legado que, por encima de intereses políticos y sectoriales, tenga como prioridad salvaguardar la esencia de lo acordado.

“En cierta forma, la pérdida de importancia de su cargo era la confirmación de su éxito puesto que el mandato del Comisionado de Paz era lograr la firma del Acuerdo de Paz con las Farc. Lo logró. Y por eso, Sergio Jaramillo ya se ganó su lugar en la Historia de este país”: Juanita León

Hace muy poco me enteré que Sergio Jaramillo, Alto Comisionado de Paz, había renunciado a su cargo y debo confesar que sentí un gran vacío. El proceso de paz ha sido el tema central de casi todas mis conversaciones personales y profesionales en los últimos tres años de mi vida y, a pesar de las diferentes posturas con las que me topé en dichas conversaciones, creo que el mínimo común acuerdo en torno al proceso era una implícita satisfacción de que fuera Sergio Jaramillo quien lo liderara.

La Silla Vacía, afirma en la nota ‘Se va el altruista de la paz’ que Sergio Jaramillo fue el cerebro del proceso con las Farc, y con su renuncia, se queda sin su principal padrino la idea de que el Acuerdo de Paz podría transformar a Colombia y no sólo desmovilizar a la guerrilla.

Sergio Jaramillo estuvo a cargo del proceso desde el primer momento y lideró, etapa por etapa, la consolidación del Acuerdo que tenemos hoy. Su visión siempre estuvo más allá de la simple desmovilización de la guerrilla y comprendió la grandeza del momento y la oportunidad histórica para impactar en las comunidades rurales de forma positiva, especialmente en aquellas en donde la violencia había sido la única noticia en las últimas décadas. En un trabajo a cuatro manos con Humberto de la Calle, delinearon la estrategia conceptual del proceso que tenía que incluir temas tan variados y complejos como la reforma rural y la sustitución de cultivos, mientras se buscaba la legitimidad del Estado en territorios eternamente olvidados.

Tanto los opositores como quienes apoyaron los acuerdos coincidieron en algo innegable y es el reconocimiento del inmenso trabajo detrás de más de seis años de estar sentados en la mesa de negociación con las FARC, un primer año de exploración a puerta cerrada seguido de casi cinco años de de negociaciones públicas. La definición de negociación, como lo explicó en su momento el ex Alto Comisionado, “es el arte de escribir conjuntamente un texto”. El resultado final queda en el papel, pero el esfuerzo detrás de cada párrafo es algo que no se ve tan fácilmente.

El haber tenido contacto personal y profesional con los funcionarios que trabajaron para la creación y ahora puesta en marcha del Acuerdo, sumado al cubrimiento de los medios, me permitió tener claro que el proceso fue una montaña rusa en la que hubo más días malos que buenos. No es nada fácil estar en un proceso de negociación con enemigos históricos y sentarse a conversar con los dirigentes de una guerrilla que ha hecho un inconmensurable daño al país.

Fueron muchos y muy variados los momentos de crisis en los que parecía que el proceso se iba a acabar y más de una vez alguno de los dos lados de la Mesa amenazó con pararse y no negociar más. Pero el golpe más grande que recibieron fue cuando el NO ganó el plebiscito y sin embargo, en todo momento, Sergio Jaramillo se mantuvo a la cabeza, liderando el proceso con total honestidad e integralidad.

Aunque Sergio Jarramillo nos deja con una sensación de vacío es importante reconocer que los procesos de transformación institucional y política también son de naturaleza colectiva. En este sentido, cabe pensar que si Jaramillo decide retirarse es porque confía en que su trabajo quedó bien hecho y que el Acuerdo y la institucionalidad creada para su implementación son lo suficientemente fuertes para seguir andando sin él.  El proceso sigue para adelante, y más allá de las personas que construyeron el Acuerdo, es el Estado el que debe cumplir con lo pactado para consolidar la paz.

Lo anterior es además una importante prueba para el país, ya que implica despersonalizar el Acuerdo, y para el gobierno, que debe encontrar un reemplazo que conserve por lo menos una de las más importantes decisiones de Sergio Jaramillo que fue haberse mantenido políticamente al margen de la discusión. Esa persona debe además continuar con el espíritu que impuso Jaramillo en el proceso que, a diferencia del objetivo primordial del gobierno de Juan Manuel Santos de ponerle fin a las FARC como grupo armado, iba más allá, hacia una “paz territorial” que condujera a una democratización más profunda del país.

Así como el liderazgo despolitizado de Jaramillo permitió sacar adelante el proceso, la persona que ahora se haga cargo deberá continuar con un legado, que por encima de intereses políticos y sectoriales, tenga como prioridad salvaguardar la esencia de lo acordado y garantizar la efectiva implementación de los Acuerdos que van mucho más allá del silencio de las armas.

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